martes, 9 de octubre de 2018

¡Qué cabeza la mía!...




Amiga...
¡Tengo tanto que decirte, tanto que amarte!.
Pero sólo en el silencio de mi soledad me atrevo.
Si una fresca mañana de lluvia pudiéramos,
sentados en un café, tú y yo, frente a frente,
sabrías del amor como nunca te contaron.
Si una cálida tarde de verano
me hicieras un hueco en la arena, a tu lado, 
cuando en el cielo el Sol da paso a las estrellas, 
comprenderías por qué te quiero...
--Joaquín--

¡Y pensar que durante muchos siglos la gente común, y no tan común, creía que el cerebro humano era simplemente una cavidad vacía, un simple relleno del cráneo!. Perdonadme, pero no me resisto al chiste fácil.. Y es que algunos ya sabíamos hace tiempo que en muchas cabezas no había nada debajo de sus sombreros, sobre todo en las de ciertos políticos de ahora...
Los antiguos egipcios, incluso el gran Aristóteles, entendían, ¡ya ven que barbaridad!, que los pensamientos tenían lugar en el corazón. Imagino que de ahí viene el adjudicarle a éste trepidante órgano funciones románticas y amatorias. Aristóteles, que fue un genio para tantas cosas aquí metió la pata hasta el corvejón; él estaba convencido que el cerebro enfriaba la sangre y el corazón decidía nuestros pasos. Tuvo que ser Hipócrates, el gran médico griego de la antigüedad el que nos sacara de dudas.
Cuando por fin supimos de la función tan principal de nuestro cerebro hubo gente que pensaba que su actividad era debida a flujo de espíritus y que dentro de él había un hueco donde residía nuestra alma. Y no creáis, muchos se devanaron los sesos buscándola. Ésta idea persistió hasta bien entrada la Edad Media. Pero llegó el Renacimiento con sus nuevos aires más científicos que sobrenaturales y supimos la verdad...
Mirad: describir nuestro cerebro es describirnos a nosotros mismos, porque somos exclusivamente eso, cerebro. Pero estarán conmigo que pensar que todo esto se reduce a conexiones neuronales y a pura química orgánica es, cuanto menos, descorazonador.
¡Cómo imaginar, con lo complejos que somos, tan perfectos a veces tan malvados otras aunque siempre maravillosos, que en realidad debajo de nuestras cabezas sólo hay un par de kilos de masa encefálica repleta de un ensamblado de cables biológicos!. No me negaréis que es angustioso y deprimente. Mejor creer que ahí reside nuestra alma, como decían los antiguos, y que ella es lógica, invisible, razonable, perfecta, y que guía nuestros pasos... ¡Y dejemos lo de la masa encefálica y las conexiones neuronales para científicos y psiquiatras!...
En fin, poco más, sepan que un cerebro ocupa unos dos metros cuadrados aproximadamente si lo extendiéramos en el salón de nuestra casa, pero que al estar plegado entre los huesos craneales se contrae; de ahí ésas hendiduras y arrugas tan características. 

Joaquín Yerga


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