Amiga...
¡Tengo tanto que decirte,
tanto que amarte!.
Pero sólo en el silencio de mi
soledad me atrevo.
Si una fresca mañana de lluvia
pudiéramos,
sentados en un café, tú y yo,
frente a frente,
sabrías del amor como nunca te
contaron.
Si una cálida tarde de verano
me hicieras un hueco en la
arena, a tu lado,
cuando en el cielo el Sol da
paso a las estrellas,
comprenderías por qué te
quiero...
--Joaquín--
¡Y pensar que durante muchos
siglos la gente común, y no tan común, creía que el cerebro humano
era simplemente una cavidad vacía, un simple relleno del cráneo!.
Perdonadme, pero no me resisto al chiste fácil.. Y es que algunos
ya sabíamos hace tiempo que en muchas cabezas no había nada debajo
de sus sombreros, sobre todo en las de ciertos políticos de ahora...
Los antiguos egipcios, incluso el
gran Aristóteles, entendían, ¡ya ven que
barbaridad!, que los pensamientos tenían lugar en el corazón.
Imagino que de ahí viene el adjudicarle a éste trepidante órgano
funciones románticas y amatorias. Aristóteles, que fue un genio
para tantas cosas aquí metió la pata hasta el corvejón; él estaba
convencido que el cerebro enfriaba la sangre y el corazón decidía
nuestros pasos. Tuvo que ser Hipócrates, el gran médico griego de
la antigüedad el que nos sacara de dudas.
Cuando por fin supimos de la
función tan principal de nuestro cerebro hubo gente que pensaba que
su actividad era debida a flujo de espíritus y que dentro de él
había un hueco donde residía nuestra alma. Y no creáis,
muchos se devanaron los sesos buscándola. Ésta idea persistió
hasta bien entrada la Edad Media. Pero llegó el Renacimiento con
sus nuevos aires más científicos que sobrenaturales y supimos la
verdad...
Mirad: describir
nuestro cerebro es describirnos a nosotros mismos, porque somos
exclusivamente eso, cerebro. Pero estarán conmigo que pensar que
todo esto se reduce a conexiones
neuronales y a pura química orgánica es, cuanto menos, descorazonador.
¡Cómo imaginar, con lo complejos
que somos, tan perfectos a veces tan malvados otras aunque siempre
maravillosos, que
en realidad debajo de nuestras cabezas sólo hay un par de kilos de
masa encefálica repleta de un ensamblado de cables biológicos!. No
me negaréis que es angustioso y deprimente. Mejor creer que ahí
reside nuestra alma, como decían los antiguos, y que
ella es lógica, invisible, razonable, perfecta, y que guía nuestros
pasos... ¡Y dejemos lo de la masa encefálica y las conexiones
neuronales para científicos y psiquiatras!...
En fin, poco más, sepan que un
cerebro ocupa unos dos metros cuadrados aproximadamente si lo
extendiéramos en el salón de nuestra casa, pero que al estar
plegado entre los huesos craneales se contrae; de ahí ésas
hendiduras y arrugas tan características.
Joaquín Yerga
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