Joaquín, no te enamores de mí---me dijo un día. Yo no le presté mucha atención. Cenábamos a la luz de la luna en un restaurante de playa. Hacía apenas dos meses que nos conocíamos, y nos gustamos nada más vernos.
Soy emocionalmente inestable---me advirtió al día siguiente---en mi alma apenas guardo un par de sentimientos marchitos, un abrazo vacío y un corazón roto. Además soy difícil de entender, puedo hacerte estallar de felicidad y luego hacerte sentir el hombre más desgraciado del mundo---concluyó
Aquellos cinco días de julio que pasamos juntos en Benidorm fueron, tal vez, los más calurosos del siglo, según dijeron después los meteorólogos, pero yo ni me enteré porque también fueron los más felices de mi vida.
Volvimos a Madrid.. Ella no sabía (no tenía por qué saberlo) pero justo me había dado las razones que yo necesitaba para enamorarme locamente. En el mismo taxi que nos llevaba del aeropuerto al centro de la ciudad, aún pude escuchar de sus labios por última vez el mismo ruego, pero me lo dijo más seria que de costumbre. Acto seguido acercó su boca a mi oído y me susurró: Estoy casada y quiero a mi marido, lo siento.
¡Dios mío, qué tarde comprendí su advertencia, ya estaba enamorado de ella hasta las trancas!, Recuerdo que pasábamos entonces por la calle Velázquez y, mitad de ella ordenó al taxista parar el coche, cogió su maleta, y desapareció. Antes había intentado darme un beso de consuelo que yo rechacé de malos modos. Luego proseguí hasta mi casa.
Intenté por todos los medios que ninguna vecina viera mi cara de rabia y desprecio.
ResponderEliminarestoy leyendo este comentario y me parece buenísimo creo que muchas de las mujeres han tenido esta dolorosa experiencia.