viernes, 15 de noviembre de 2024

Nadie me dijo que habías muerto

                                                                                          



Mejor no quiero verte,

porque andando en tu acera,

sentiré casi ajeno

todo lo que fue mío.

Aunque es solo una esquina

donde nadie me espera,

y unos cristales rotos

en un balcón vacío.

--J. A. Buesa--



Hubo un tiempo en que nos quisimos mucho. Pero éramos muy jóvenes y la vida nos separó. Tuve que irme del pueblo, a Madrid, y tú no pudiste seguirme, te quedaste en Fuente de Cantos; eran otros tiempos.

Pero me hiciste una promesa: “Joaquín, te llamaré todos los años el día de tu cumpleaños”.

No has fallado nunca, en casi cincuenta años hemos ido comprobando cómo nuestra voz envejecía, nuestras conversaciones se acortaban, pero nunca has faltado.

Otra cosa me prometiste: “cuando, pasado mucho tiempo, un año no te llegue esa llamada, me conformaría, los dos nos daríamos por despedidos y no intentaría averiguar más”. De sobra sabríamos lo que significaba. Por eso, desde que cumplí los sesenta, cada año nos despedimos diciéndonos "hasta siempre", por si fuera la última vez.

Hoy 23 de noviembre cumplo 65 años. Desde primera hora de la mañana estoy pendiente del timbre del teléfono fijo del salón. Sueles llamar a primera hora. "Es lo primero que haces este día", me sueles decir.

Se acerca la hora de comer y no has llamado; habrás tenido que hacer algo. Recuerdo que algún año te retrasaste.

Son las cuatro de la tarde. Estoy sentado en mi butaca, pegado a la mesita del teléfono. No he comido. Hoy no tengo hambre. He intentado leer un libro pero me he descubierto leyendo tres veces la misma frase. Es pronto, pero parece que el día quisiera anochecer ya, todo está oscuro. 

Son las nueve y es noche cerrada. He puesto la televisión, sin volumen. Me gustan los claroscuros que se crean en el salón con su resplandor. Son sombras alargadas, que aparecen y desaparecen según los colores de la pantalla.

He encendido la lamparita que hay en la mesita del teléfono. Son las diez y no he comido nada en todo el día. Creo que me haré una tortilla francesa... Sí, eso haré.

El viejo reloj de cuco que cuelga de la pared ha cantado las once de la noche asomándose desde su nido de madera. Hace un rato que he apagado la televisión. Estoy sentado mirando el teléfono, mudo, ausente. Los ruidos de la calle se han ido aquietando y el silencio es casi absoluto. Me suelo acostar pronto porque me gusta madrugar. Pero hoy no tengo sueño.

Acaban de dar las doce. Ya es otro día. Ya no es mi cumpleaños. Me he levantado y he abierto la ventana para ver los colores nocturnos de la ciudad. La calle empedrada se tiñe del tono anaranjado que le dan las farolas. Entra frío. Una pareja camina despacio abrazados y hablándose al oído.

Me voy a acostar. Estoy cansado. Y triste. Y agradecido. Desde mi cama se ven los aleros de las casas de enfrente, y por encima el cielo de Madrid. Más allá, ese otro cielo, el de todas partes.

Achino los ojos buscándote detrás de una nube que lo sombrea todo. No puedo evitar que se llenen de lágrimas.Y pienso que en cuanto llegue allá arriba lo primero que haré será llamarte. 

Por cierto, Fuente de Cantos para mi ya no será lo mismo.. 

F. Portolés/J.Y.







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