Cenábamos a la luz de la luna en un restaurante de playa. Hacía apenas una semana que nos conocíamos, y nos gustamos, de veras que nos gustamos; pero un día me dijo:
---Joaquín, no te enamores de mí. Soy emocionalmente inestable. En mi alma apenas guardo un par de sentimientos marchitos, un abrazo vacío y un corazón roto. Además soy difícil de entender, puedo hacerte estallar de felicidad y luego hacerte sentir el hombre más desgraciado del mundo---concluyó.
Aquellos cinco días de julio que pasamos juntos en Benidorm fueron, tal vez, los más calurosos del siglo, según dijeron después los meteorólogos, pero yo ni me enteré porque también fueron los más felices de mi vida.
Volvimos a Madrid. Ella no sabía (no tenía por qué saberlo) pero justo me había dado las razones que yo necesitaba para enamorarme locamente. En el mismo taxi que nos llevaba del aeropuerto al centro de la ciudad, aún pude escuchar de sus labios por última vez el mismo ruego, pero me lo dijo más seria que de costumbre.
---Estoy casada, Joaquín. y quiero a mi marido, lo siento.
¡Dios, qué tarde comprendí su advertencia, ya estaba enamorado de ella hasta las trancas!, Recuerdo que pasábamos entonces por la calle Velázquez y, mitad de ella, ordenó al taxista parar el coche, cogió su maleta, y desapareció. Antes había intentado darme un beso de consuelo que yo rechacé de malos modos. Luego proseguí hasta mi casa. Intenté por todos los medios que ningún vecino viera mi cara de rabia y desprecio.
Hace una semana lo he sabido: su marido estaba de viaje de negocios por Europa y ella quiso hacerle pagar una infidelidad cometida meses atrás, y yo, tonto de mi, pasaba por allí..
Joaquín

ResponderEliminarestoy leyendo este comentario y me parece buenísimo creo que muchas de las mujeres han tenido esta dolorosa experiencia.