En cierta ocasión Ana me dijo: "anoche soñé
que estaba muerta y que tu llorabas sin
consuelo cerca de mi cadáver. Pero yo continuaba
viviendo, yo me hallaba a tu lado y te decía:
¡No llores! Aquí estoy. Mírame... sólo que tú no
me mirabas y seguías llorando"
¿Será esta, dios mío, la maravillosa realidad presente?
¿Fue verdad su sueño? ¿Se halla a mi lado y yo no la veo?
--Amado Nervo--
La conoció en Paris, la ciudad del amor, era bellísima, al menos a él se lo parecía. Se llamaba Ana Cecilia. Él era entonces un simple funcionario con ínfulas de poeta. Una mañana tropezó con ella en el barrio latino por casualidad. Intimaron pronto.
En un café de la rue Saint Michel, entre miradas de complicidad, ella le dijo:
---Tienes que saber que no soy mujer para una noche.
Él le contestó entre risas:
---Entonces ¿para cuántas?.
Se carcajearon. Se hicieron amantes..
Viajaron juntos por media Europa: Berlín, Roma, Londres... y fueron dichosos. Eran la pareja más feliz de la tierra, el mundo les sonreía. Como no eran matrimonio (ella aún estaba casada y tenía una hija) mantuvieron su amor en secreto.
Un día le trasladan a Madrid y se instalan los dos en un apartamento del número 15 de la calle Bailen. En ciertos círculos culturales algunos ya le reconocen y saludan, empieza a ser un poeta famoso. Ana Cecilia, su amante, sólo es una misteriosa dama que ni el propio portero de la finca sabe de su relación con el poeta.
Pero toda esa felicidad se fue al traste una fría mañana de diciembre, su querida Ana contrae el tifus y agoniza prematuramente en sus brazos.
La noche de su muerte los dos están solos, y la llora en silencio como jamás hombre alguno ha llorado a una mujer.
Enterró a Ana Cecilia en el cementerio de San Lorenzo y San José, justo enfrente del apartamento donde habían pasado días inolvidables. Desde la ventana veía su tumba, y a diario le llevaba flores frescas...
El tiempo transcurrió, inexorable. Él murió poco despues acordándose siempre de ella. La sepultura de Ana Cecilia está ya olvidada y casi abandonada, apenas sobresale de entre la maleza.. La de él está en México, en la Rotonda de Hombres Ilustres, con todo el boato del mundo y visitada cada año por miles de admiradores del poeta.
Si alguna vez reparáis en la tumba, de Ana, por favor, no derraméis ni una sola lágrima, ella fue afortunada. Se fue de este mundo feliz por haber estado diez años a su lado.
Más desgraciado fue él, os lo aseguro, porque, aunque conoció la fama y la gloria en vida, todo lo hubiera dado bien a gusto por haber muerto antes que ella. Ni os imagináis lo que sufrió el poco tiempo que quedó viudo.
Varias veces acaricié la culata de mi pistola que
automáticamente podía disparar hasta seis balas
y volarme la cabeza. Pero me asustó, no la
aprehensión vulgar de la muerte, sino el horror
de una ausencia todavía más terrible, el no poder
estar con Ana más allá, en el cielo. Ella me diría:
¡Desgraciado, no hagas eso! ¡No te mates por unirte
a mi! ¡Tu muerte así provocada, nos separaría
sin esperanza y abriría entre nosotros abismos
que millones de años no bastarían para franquear!
¡Vuelve en ti! Soporta la vida, que, por larga que
sea, no dura más que un grano de arena. Para
aguantar el tiempo, piensa en la eternidad, en que
podemos amarnos siempre.
Y he aquí como ideas espiritualistas, que desde
mi infancia anclaron en mi alma, ahondadas por
tantas lecturas, me han impedido la muerte; gracias
a ellas.. ¡ni puedo vivir ni puedo morir!
Por cierto, el tipo del que os hablo no es otro que Amado Nervo, uno de los mejores poetas en lengua castellana. La heredera universal de su bienes fue la hija de su amante, Ana, a la que quiso siempre como propia.
Amado Nervo (poeta)
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