A la luz tibia del otoñal ocaso
entre marchitos árboles torcía
mi errante senda. ¿Acaso,
deidad hermosa y triste, te
hallé a mi paso? Eras tú, melancolía.
--Teodoro Llorente--
Fue un niño especial. Su padre, un adinerado aristócrata, era un tipo muy estricto y de ideas fijas. Pensaba que la mente de un niño era una pizarra en blanco y que si lo educabas de una determinada manera había muchas posibilidades de que llegase a ser un genio. Así que..
Decidió darle clases a su hijo en casa, asegurándose de que no perdiera el tiempo jugando con otros niños de su edad ni aprendiendo malos hábitos de ellos ¡Imaginaos qué barbaridad!.
El padre mantuvo alejado a su hijo de otros niños. Lo hinchó a clases particulares de griego, latín o álgebra y lo hizo participar en conversaciones con adultos extremadamente inteligentes..
El niño, como era de esperar, salió una eminencia.. A los tres años de edad estaba estudiando griego antiguo. A los seis escribió una historia de Roma y a los siete podía entender los diálogos de Platón. A los ocho se puso con el latín y a los doce era ya la repera; había adquirido profundos conocimientos de economía, de ciencia y de política, y podía resolver sesudos problemas matemáticos o filosóficos. Su padre tenía razón, hizo del niño un prodigio.. pero..
John Stuart Mill, el niño prodigio, fue uno de los pensadores más importante de su siglo. El problema fue que esa peculiar educación le hizo ser un tipo muy solitario.. El criarse al margen de otros niños, de los juegos y de la vida social propia de la niñez, le hizo ser un hombre raro y huraño. El experimento salió bien sólo a medias, pues como intelectual fue un verdadero genio, pero como persona un desgraciado. Lo decía él mismo..
Al niño John le robaron su infancia, el bien más preciado de una persona..
--¿Os imagináis, vosotros y vosotras, no haber vivido la niñez y juventud tan feliz que vivimos los fuentecanteños, por lo menos los de mi época?..
--¿Os imagináis no haber saltado nunca a la comba, no haber corrido como locos jugando a la bríndola por el Calvario o la Fontanilla; a los bolindres en el Canal? ¿No haber pisado nunca el cine de Don José o el de Carloto y gamberreado en aquellas sobadas butacas de madera?.. ¿No haber comprado golosinas en el "Nueve"? ¡Yo no me lo imagino!..
--¿Os imagináis, también, no haber pelado la pava en el parque Zurbarán? ¿No haber bailado "con las manos en tu cintura", de Adamo, en la pista de verano de la discoteca de Hocicoperro?.. ¡No, yo no me lo imagino, desde luego!..
Jamás cambiaríamos, ni yo ni vosotros, nuestra infancia y juventud por nada del mundo; ni por haber sido el mejor filosofo de la historia, ni por haber tenido más dinero que Amancio Ortega. Y es que.. ya lo decía un tal Pablo Neruda, ¡nada menos!.. "El niño que no juega no es niño, será hombre algún día, pero perdió para siempre el niño que vivía en él"..
Joaquín
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