Al llegar le
dio un beso a los dos, a ella y al niño, como siempre al entrar en casa. pero ese día notó distante su mirada, esquivaba la suya. No sé, quizás fueran
imaginaciones---pensó---estaba cansado eso es todo.
La cena fue frugal, con poco despacharon el asunto. Apenas dos palabras se cruzaron. Cosa rara porque ella es muy habladora. Le preguntó:
---¿Te pasa algo?
Le contestó que nada, así de escueta, y eso le preocupó aún más. Además, vio que tenía prisa por llevar al niño a la cama. Lo había cogido de la mano, le hizo darle un beso de despedida y se perdió con el niño por el pasillo camino de su habitación.
Al rato oyó sus pasos llegar. Él la esperaba inquieto en su sillón favorito, pero acababa de regresar del balcón de fumar un cigarrillo. Hacía tiempo que no tenía esa necesidad, pero ese día le apetecía, estaba nervioso.
Apareció ella. Le vio la cara pálida. Cerró la puerta del comedor y muy seria le invitó a escucharla, lo que hizo que el pánico se apoderara de él por momentos. De golpe un montón de ideas absurdas bulleron por su cabeza. Hizo un esfuerzo por serenarse y consiguió calmar un poco la mente, pero no pudo evitar imaginar cosas raras..
--Alberto, tengo que decirte algo muy importante----le dijo tajante
Se lo temía, sus peores pronósticos se estaban cumpliendo. Ella cogió una silla y se sentó frente a él, y prosiguió con el mismo tono de voz:
--Te quiero mucho, ya lo sabes, pero no podemos seguir viviendo juntos. Siento en el alma la faena que voy a haceros a ti y al niño, pero no puedo seguir así----le soltó de golpe
---¡Seguir cómo!----balbuceó él
--Andrés, mi compañero de baile en el Centro de Día, se ha enamorado de mi y ha decidido venirse a vivir conmigo---le dijo muy seria---Hace meses que me lo pide y se lo voy a permitir--concluyó
A Alberto se le cayó el alma al suelo. Se levantó del sillón, cogió el paquete de cigarrillos y sacó uno; lo encendió allí mismo. Después, como un zombi, anonadado, entró en su habitación e intentó preparar un par de maletas con lo más necesario.
Mientras seleccionaba su ropa apareció ella. Había terminado de recoger la mesa y, con las mangas de la blusa aún remangadas, se apoyó en el quicio de la puerta y exclamó:
--Alberto, hijo, no hace falta que te vayas tan pronto de mi casa.. Además a tu hijo le seguiré recogiendo yo del colegio.
Insensible a la última frase dicha por su madre y temiendo el fin del chollo vivido en estos seis últimos años, desde que se divorció de su mujer, mi sobrino Alberto dejó de meter ropa en la maleta, pero le soltó a su madre, mohíno, un par de reproches.
Repuesto ya del golpe bajo, poco después le prometió abandonar la casa en un par de semanas e irse a la suya. ¡Ya me diréis, con treinta y siete años que tiene el menda y con un hijo de cuatro, no le quedará más remedio que volver a empezar en su propia casa! ¡¡Y sin su madre!!.
Por cierto, su madre es mi hermana
Joaquín
Excelente relato
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