viernes, 6 de enero de 2017

El día más feliz






Y descubrirás que ser feliz no es tener una vida perfecta,
sino usar las lágrimas para regar la serenidad,
servirse del dolor para adquirir fortaleza, o
reforzarse de paciencia cuando todo se adverso.
(Anónimo)



Ahora que somos como colectividad un poco mas infelices; ahora que debido a la estulticia supremacista de algunos se nos escapa la serenidad necesaria para un mejor bienestar emocional, se me ocurre sacar a colación el tema
La ONU propuso después de una larga y sesuda reunión al 20 de Marzo como el día de la Felicidad. Sin embargo para algunos medios el día más feliz del año fue ayer, 20 de junio, porque se dieron una serie de circunstancias, todas positivas, que hizo que la gente estuviera más contenta, por ejemplo, fue el día más largo, o casi; estamos al final de primavera y principio del verano, hemos cobrado la paga extra etc. ¡Claro! que como siempre pasa en las estadísticas se hace la media porque para muchos será un día desgraciado.
Dijo alguien que la verdadera felicidad estaría en el camino y no en la meta. Y es que las personas somos seres complicados y no nos ajustamos, ni tan siquiera, a las normas y patrones que nosotros mismos nos hemos dado. Hoy me apetece redundar un poco en nuestras complejidades.
Según algunos, llegaríamos alcanzar cierta felicidad siendo básicamente nosotros mismos, sin preocuparnos en exceso de las opiniones de los demás. Pero este es un don solo al alcance de unos pocos privilegiados porque si todos llegáramos a alcanzar ese objetivo, el mundo sería un caos. Incluso supondría un retroceso en nuestra civilización porque prescindiríamos de las muchas normas de conducta que nos hacen más sociables en comunidad.
Decía Séneca que la manera de vivir más placentera y fructífera es hacerlo acorde con la naturaleza, aceptando sus designios. Es decir, afrontando impertérritos los avatares que el destino nos tiene reservados. Incluso, y sobre todo, la enfermedad y la muerte. Consideraba, también, nuestro filósofo de cabecera que la felicidad no hay que buscarla desesperadamente ni tomar atajos para llegar a ella.
El referente máximo de Séneca, (al igual que el del resto de los filósofos estoicos) era la virtud. Él juzgaba que para un mejor proceder en la vida se requería básicamente: cariño a su familia, respeto a sus semejantes, equilibrio en los negocios, mesura en los vicios o prudencia en las expectativas, y con estos mimbres nuestra breve estancia en este mundo sería más grata y venturosa. Lo que Séneca nos contaba hace dos mil años (salvando las distancias siderales en tantas cosas) se pudiera compartir hoy en día, aunque el concepto de virtud haya cambiado considerablemente.
Por supuestísimo que todos damos por hecho lo que no es felicidad. Porque ésta no es reír a todas horas o pasar innumerables noches de juerga, ni tampoco el servirse de elementos o sustancias ajenas a nuestra naturaleza, alterando nuestra voluntad en busca de placeres artificiales, no, no es eso. Tampoco podemos pretender estar jubiloso las veinticuatro horas del día y los trescientos sesenta y cinco días del año.
Alguna vez deberemos sortear, además, muchas vicisitudes adversas e inesperadas y que son los principales condicionantes que nos impiden conseguir en muchas ocasiones los requisitos necesarios para ser felices. Y es que hay heridas en el alma que por su naturaleza hacen imposible, no ya conseguirlo, sino tan siquiera prevalecer racionalmente ilesos.
Si buceamos un poco en la conducta humana, resulta que la búsqueda de la felicidad es un concepto relativamente moderno que proviene de la antigua Grecia, porque si nos atenemos a la función primordial de la naturaleza comprobaremos que todo está diseñado en los seres vivos para otros menesteres, digamos, más prosaicos, como son… nacer, crecer y reproducirse. El hecho de que hayamos evolucionado hasta el punto de anteponer nuestro bienestar emocional al resto de estos cometidos demuestra un grado de perfección inédito en nuestra historia evolutiva.
También admite discrepancias el argumento según el cual para lograr la felicidad influya el nivel de cultura del individuo, es decir, ¿Se es más feliz cuanto mayor grado de conocimientos se posea? ¿Justo lo contrario? Imagino que habrá opinión para todos los gustos. Aunque bien es cierto que cuanto más implicados estemos en las circunstancias y avatares mundanos que nos rodean, y más amplio sea este círculo, mayor volumen de preocupación y de insatisfacción tendremos, lo que conlleva más motivos para ser infelices. Decía Goethe que la felicidad es cosa de plebeyos. En resumidas cuentas, para muchos, mientras más memos seamos más posibilidades tendremos de ser, bobaliconamente, felices.
Con todo, y a mi entender, la mejor manera de aproximarse a una felicidad fructífera y duradera dependería de múltiples factores. Y es que a pesar de lo afirmado en el párrafo anterior y a diferencia de lo manifestado en él, soy de los que creen que más erudición comporta más sentido de la proporcionalidad en nuestras decisiones, también en nuestras  preocupaciones, por lo tanto se atiende con mayor interés a las cosas verdaderamente importantes y se desestiman las intranscendentes, que a menudo son las que más atormentan nuestra existencia.
Además de las pautas de carácter universal reseñadas entiendo que tampoco hay una solución general y homologable para todos por igual. Cada uno de nosotros tenemos connotaciones especiales debido a múltiples factores como: nuestra condición social, grado de cultura, personalidad etc., y son necesarias recetas individualizadas si queremos lograr cierta paz interior y bienestar, valores básicos para la felicidad.
En mi caso y por suerte, digamos, que podría alcanzar cierto grado de felicidad con no demasiadas concesiones. Me apaño con disponer del tiempo suficiente para ejercitar mis hobbies y cierta solidez afectiva como elementos ajenos a mi voluntad. Del resto ya me encargo yo. 
Dicho queda...
                                                                                      Joaquín Yerga


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