El día más feliz
Y
descubrirás que ser feliz no es tener una vida perfecta,
sino
usar las lágrimas para regar la serenidad,
servirse
del dolor para adquirir fortaleza, o
reforzarse
de paciencia cuando todo se adverso.
(Anónimo)
Ahora
que somos como colectividad un poco mas infelices; ahora que debido
a la estulticia supremacista de algunos se nos escapa la serenidad
necesaria para un mejor bienestar emocional, se me ocurre sacar a
colación el tema
La
ONU propuso después de una larga y sesuda reunión al 20 de Marzo
como el día de la Felicidad. Sin embargo para algunos medios el día
más feliz del año fue ayer, 20 de junio, porque se dieron una serie
de circunstancias, todas positivas, que hizo que la gente estuviera más
contenta, por ejemplo, fue el día más largo, o casi; estamos al
final de primavera y principio del verano, hemos cobrado la paga
extra etc. ¡Claro! que como siempre pasa en las estadísticas se
hace la media porque para muchos será un día
desgraciado.
Dijo
alguien que la verdadera felicidad estaría en el camino y no en
la meta. Y es que las personas somos seres complicados y no nos
ajustamos, ni tan siquiera, a las normas y patrones que nosotros
mismos nos hemos dado. Hoy me apetece redundar un poco en nuestras
complejidades.
Según
algunos, llegaríamos alcanzar cierta felicidad siendo básicamente
nosotros mismos, sin preocuparnos en exceso de las opiniones de los
demás. Pero este es un don solo al alcance de unos pocos
privilegiados porque si todos llegáramos a alcanzar ese objetivo, el
mundo sería un caos. Incluso supondría un retroceso en nuestra
civilización porque prescindiríamos de las muchas normas de
conducta que nos hacen más sociables en comunidad.
Decía Séneca que la manera de vivir más placentera y
fructífera es hacerlo acorde con la naturaleza, aceptando sus
designios. Es decir, afrontando impertérritos los avatares que
el destino nos tiene reservados. Incluso, y sobre todo, la
enfermedad y la muerte. Consideraba, también, nuestro filósofo de
cabecera que la felicidad no hay que buscarla desesperadamente ni
tomar atajos para llegar a ella.
El
referente máximo de Séneca, (al igual que el del resto de los
filósofos estoicos) era la virtud. Él juzgaba
que para un mejor proceder en la vida se requería básicamente:
cariño a su familia, respeto a sus semejantes, equilibrio en los
negocios, mesura en los vicios o prudencia en las expectativas, y con
estos mimbres nuestra breve estancia en este mundo sería más grata
y venturosa. Lo que Séneca nos contaba hace dos mil años (salvando
las distancias siderales en tantas cosas) se pudiera compartir hoy en
día, aunque el concepto de virtud haya cambiado considerablemente.
Por
supuestísimo que todos damos por hecho lo que no es felicidad.
Porque ésta no es reír a todas horas o pasar innumerables noches de
juerga, ni tampoco el servirse de elementos o sustancias ajenas a
nuestra naturaleza, alterando nuestra voluntad en busca de placeres
artificiales, no, no es eso. Tampoco podemos pretender estar jubiloso
las veinticuatro horas del día y los trescientos sesenta y
cinco días del año.
Alguna
vez deberemos sortear, además, muchas vicisitudes adversas e
inesperadas y que son los principales condicionantes que nos
impiden conseguir en muchas ocasiones los requisitos necesarios para
ser felices. Y es que hay heridas en el alma que por su naturaleza
hacen imposible, no ya conseguirlo, sino tan siquiera prevalecer
racionalmente ilesos.
Si
buceamos un poco en la conducta humana, resulta que la búsqueda de
la felicidad es un concepto relativamente moderno que proviene de la
antigua Grecia, porque si nos atenemos a la función primordial de la
naturaleza comprobaremos que todo está diseñado en los seres vivos
para otros menesteres, digamos, más prosaicos, como son… nacer,
crecer y reproducirse. El hecho de que hayamos evolucionado hasta el
punto de anteponer nuestro bienestar emocional al resto de estos
cometidos demuestra un grado de perfección inédito en nuestra
historia evolutiva.
También
admite discrepancias el argumento según el cual para
lograr la felicidad influya el nivel de cultura del individuo,
es decir, ¿Se es más feliz cuanto mayor grado de conocimientos
se posea? ¿Justo lo contrario? Imagino que habrá opinión para
todos los gustos. Aunque bien es cierto que cuanto más
implicados estemos en las circunstancias y avatares mundanos que nos
rodean, y más amplio sea este círculo, mayor volumen de
preocupación y de insatisfacción tendremos, lo que conlleva más
motivos para ser infelices. Decía Goethe que la
felicidad es cosa de plebeyos. En resumidas cuentas, para
muchos, mientras más memos seamos más
posibilidades tendremos de ser, bobaliconamente, felices.
Con
todo, y a mi entender, la mejor manera de aproximarse a una
felicidad fructífera y duradera dependería de múltiples factores.
Y es que a pesar de lo afirmado en el párrafo anterior y a
diferencia de lo manifestado en él, soy de los que creen
que más erudición comporta más sentido de la
proporcionalidad en nuestras decisiones, también en nuestras
preocupaciones, por lo tanto se atiende con mayor interés a
las cosas verdaderamente importantes y se desestiman las
intranscendentes, que a menudo son las que más
atormentan nuestra existencia.
Además
de las pautas de carácter universal reseñadas entiendo que tampoco
hay una solución general y homologable para todos por igual. Cada
uno de nosotros tenemos connotaciones especiales debido a
múltiples factores como: nuestra condición social, grado de
cultura, personalidad etc., y son necesarias recetas
individualizadas si queremos lograr cierta paz interior y bienestar,
valores básicos para la felicidad.
En
mi caso y por suerte, digamos, que podría alcanzar cierto grado
de felicidad con no demasiadas concesiones. Me apaño con disponer
del tiempo suficiente para ejercitar mis hobbies y cierta
solidez afectiva como elementos ajenos a mi voluntad. Del resto ya me
encargo yo.
Dicho
queda...
Joaquín
Yerga
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