lunes, 16 de enero de 2017

El extraño romance con la madre de su yerno


Cuando mi hija me reveló que un chico la pretendía, algo nuevo, y no por esperado menos angustioso se me presentó en la vida. Yo sabía que algún día llegaría ese momento, la niña acababa de cumplir dieciocho años. Con el tiempo el romance fue a más, y una tarde de mayo nos citaron los novios para comer en un restaurante de cierto prestigio, nos iban a dar (a sus padres) una gran exclusiva, según dijeron ¡¡Se casaban!!..

El enlace se celebró con normalidad y la niña se marchó de casa. Es hija única, así que nos quedamos solos, apesadumbrados y con el síndrome del nido vacío subido. Nos costó dios y ayuda volver a la rutina. 

Con mis consuegros hicimos buenas migas desde un principio. Leonor, la madre de mi yerno, es decir, mi consuegra, es una mujer todavía joven y de muy buen ver. A sus cuarenta y cinco años se cuida lo suficiente para estar atractiva. Hasta tal punto nos compenetramos todos que, entre sábados de cenas y visitas de cortesía acabamos los dos, Leonor y yo, haciendo lo que nunca debimos haber empezado, ¡enrollados!.. 

No hizo falta que ella se esmerara demasiado en ser simpática y hasta descarada conmigo para que realzara mi depauperada moral de aquellos años, acumulaba ya un tiempo de baja autoestima. Así que, el interés de Leonor por mi, hizo sino subir mi ego por las nubes.

El romance secreto duró poco, apenas cinco meses, pero a mi me sirvió para que, una vez terminado, hundirme más que de lo que estaba al principio, pues si bien me elevó temporalmente la moral, aparecieron después los remordimientos. 

El lugar de la coyunda era un pequeño hotel del centro de Madrid. Dos tardes a la semana la recogía en secreto y hacíamos el amor como posesos. Luego volvía a dejarla en las cercanías de su casa.  A nadie teníamos que dar cuenta de nuestra ausencia; yo tengo las tardes libres y ella mil excusas que dar a su marido. Y así se convertí en un mentiroso compulsivo con mi mujer..

Pero el “affaire” consuegro-sexual terminó un día. Lo hizo bruscamente y de la peor manera posible. Una tarde al salir del hotel tropecé de lleno con mi yerno, que pasaba justo por allí. Íbamos agarrados de la mano, ella (su madre) y yo. El momento y la escena fue inenarrable. Os dejo al albedrío de vuestra imaginación el papelón de los tres.

Un año después de aquella peculiar aventura continuamos aparentemente sin novedad. Mi matrimonio va "viento en popa" al igual que el de mis consuegros, con la única salvedad, eso sí: las miradas furtivas que nos dirigimos algunos miembros de esta gran familia en que nos hemos convertido. Sólo una circunstancia temo, que el majadero de mi yerno se vaya de la lengua en un momento de arrebato. Si dependiera sólo de él ya lo habría hecho, para colgarse unas medallas con su mujer, es decir, mi hija. Pero también se trata de su madre, y eso es la salvaguardia de su silencio.

Joaquín







        


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