martes, 31 de enero de 2017

A través del espejo.



      
Un egoísta es una persona que piensa más en sí mismo que en mí.
(A.Bierce)

El tipo que tengo enfrente y me mira yo diría que no tiene mal aspecto. Por la disposición y cantidad de arrugas de su rostro calculo que apenas rebasará los sesenta; yo no apostaría más...
Quizás de estatura media, teniendo en cuenta, claro, los gruesos tacones de sus zapatos. Aunque por su complexión más bien robusta tal vez aparente menos de lo que mide realmente. Además los tres o cuatro kilos de peso de más que soporta su armazón no merma en absoluto su moderada complexión atlética; y eso a pesar de que una tímida y reciente barriga va haciendo acto de presencia en su antaño firme abdomen.
Acorde con su cuerpo, en su desproporcionada cabeza aprecio ya una paulatina pero inexorable pérdida de cabellos. Los que aún aguantan se debaten entre blanquecer definitivamente o continuar en su color castaño original. Mucho me temo que los primeros se impongan a los segundos más pronto que tarde.. 
Hace unos segundos le vi cómo arrugaba su frente y arqueaba las cejas. Lo hace a menudo cuando se mira al espejo, quizás con la curiosa pretensión de parecer más interesante.. ¡Miren!, ahora se acaricia con sus manos la cara; la palpa y siente gratamente cómo una incipiente barba señorea su rostro tras varios días de soberano albedrío. Supongo que le gustará así, descuidada; de esa manera, y según su desconcertante parecer, disimulará el semblante rojizo de su piel. De sobra sabe que cuando está rasurada le afloran un sinfín de penosas imperfecciones.
Visiblemente satisfecho de su imagen, observo cómo acerca el rostro (más si cabe) al anticuado espejo del cuarto de baño y fija por unos instantes sus vivaces ojillos en una pequeña protuberancia que acaba de descubrir justo en la punta de su colorada nariz, pero apenas le da importancia. Por el contrario, presta toda su atención al nudo de su corbata procurando ajustarlo a su recio cuello. Mientras, al margen de su ardua tarea de acicalamiento y con los labios fruncidos, oigo que intenta silbar una canción de Sabina que ha retenido su subconsciente y que de manera reiterativa canturrea desde hace días..
¡En estos instantes alarga el brazo y coge de la estantería su cepillo habitual de blandas púas!. ¡Se da un último retoque a su exiguo flequillo! ¡Ahora le miro, embelesado, cómo se recrea sonriendo frente al cristal! Y es que su cara a pesar de las consabidas arrugas, su tosca nariz y sus apenas imperceptibles labios aún mantiene un lozano aspecto. 
¡Súbitamente y de manera irreflexiva echa una ojeada al Rólex de imitación que adorna su muñeca izquierda y que en una ocasión durante un momento de debilidad se dejó regalar!. --Acelera los preparativos finales. Creo que ya, casi, está listo para esa cena y baile a la está citado y que sin dilación ansia acudir cuanto antes...
A punto ya de perderle de vista definitivamente, compruebo cómo se ciñe y ajusta el cinturón de cuero negro que había elegido momentos antes de su guardarropa; a juego, sin duda, con sus oscuros zapatos Martinelli recién comprados... --Me da la nariz que ultima detalles. 
Coge su chaqueta que pende del picaporte de la puerta, se la coloca y constata, bien a gusto, lo irresistible de su porte y figura. --Advierto para el que no lo sepa, que el personaje que me mira insistentemente a través del espejo no tiene abuelas.
Dispuesto ya, el tío, a salir del baño, antes de apagar la luz echa una última mirada a la luna del tocador que le ha servido de cómplice y veo que éste le devuelve nítidamente la imagen de su figura, pulcra y bien acicalada...
Complacido y tarareando la contumaz melodía de Sabina abandona el aseo. Por cierto, y antes que se me olvide, la imagen que ha reflectado el espejo era la mía ¡Qué curioso! !Qué cosas pasan!..
Joaquín


                         
                                      


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