jueves, 19 de enero de 2017

Un viaje muy especial






Puedes tener el universo, mientras yo tenga a Italia.
G.Verdi


Deploro provocar envidia pero les informo que cumplí uno de mis deseos más codiciados. Bien es verdad que tuve que esperar mucho tiempo, tal vez demasiado, pero, como dice el refrán... "Más vale tarde"...
Viajé por Italia (mi sueño) poco más de una semana y, a fuerza de ser sincero con ése tiempo tan escaso no se puede ver todo lo mínimamente estipulado que habría que ver, pero, algo es algo.
Lo de conocer Italia ha sido durante mucho tiempo una necesidad y, casi, obligación que cualquier ilustrado ciudadano europeo debía hacer, por lo menos una vez en su vida. Italia era la meta artística suprema (en pintura, arquitectura, música etc.) que toda persona instruida debía realizar para su formación académica, incluso como satisfacción personal para contemplar "in situ" lo más bello que el ser humano ha sido capaz de crear.
Italia lo tiene todo en cuanto a obras de arte hechas por los hombres. Que me perdonen mis compatriotas, pero si no fuera por el empeño que pone el Astro Rey en favorecer nuestro suelo patrio con su brillo, y la delicadeza de la madre naturaleza en agraciarnos con unas maravillosas playas (que no la tienen ellos) nos ganaban por goleada en visitantes, turistas o viajeros, que no son lo mismo.
Estoy seguro que a poca gente voy a sorprender con lo que cuente en este articulo, pues muchos de los que lo lean habrán tenido la suerte ya de montar en góndola en Venecia, haberse quedado pasmado ante el "Coliseo" en Roma, o maravillado frente la fachada de mármol azul de la iglesia de "Santa María del Fiore", en Florencia. Por cierto, recuerdo para el que lo sepa, y prevengo para el que lo desconozca, de ésa enfermedad neurológica relacionada con la ansiedad llamada: "Síndrome de Stendhal". Se le llamó así por padecerla éste escritor francés del siglo XIX, y que se manifiesta con visibles mareos, marcado nerviosismo y hasta depresión, pos-visita a los diferentes centros de arte. El individuo que lo padece se siente abrumado ante tanta compilación de maravillas.
A éste excelente novelista y filosofo, autor entre otras de la novela "La cartuja de Palma", se le declaró esta enfermedad después de visitar algunas de las ciudades italianas y sus museos, sobre todo Florencia. No pudo el buen hombre aguantar sereno y consciente semejante despliegue de prodigios artísticos que veían sus ojos. Y no es para menos, pues se debería dosificar la cantidad de ellas que podemos admitir en un espacio razonable de tiempo, si no, corremos el peligro de colapsar. Modestamente, y a  pesar de los pocos días disponibles, me pude permitir el lujo de conocer gran parte de lo más granado e interesante  de ese afortunado país.
Comencé mi ambicionada visita por una de sus grandes y estupendas islas, Cerdeña. Allí viajé a la zona nororiental, a la llamada "Costa Esmeralda", ahora tan de moda por sus playas casi vírgenes. Han transformado sus antaño pequeños puertos pesqueros en atraques de lujosos yates propiedad de elegantes magnates de las finanzas y de la farándula. Aludo especialmente a esto último porque pude contemplar, fondeado en un bonito puerto el "barquito” del actor Leonardo Di Caprio que por allí holgaba en esos días,y no rodando, precisamente, la segunda parte de "Titánic".
En Cerdeña aun subsiste una pequeña zona de habla catalana. No hay que olvidar que durante una época, los Almogávares, (una especie de milicia catalana), sometieron a ésta isla. Y es que, las sombras de Pujol, y ahora de Puigdemont son alargadas, a pesar de lo canijo de su complexión física. De Cerdeña pasé a Nápoles, magnifica ciudad, antaño española y ahora un poco depauperada por mor de la mafia, y de sus pintorescos habitantes.
La bahía de Nápoles es espectacular y congrega en sus orillas cosas tan bellas como la llamada "Costa Amalfitana" y la pequeña isla de Capri (retiro del emperador Tiberio, y testigo de sus colosales orgías con imberbes de toda edad y condición). O Pompeya, la ciudad romana aparentemente destruida por el Vesubio y ahora resucitada de sus cenizas. Ha quedado toda ella como prueba fidedigna de la manera de vivir de los romanos de la época.
A unos doscientos kms. al norte de Nápoles está Roma, la ciudad eterna. Puedo empezar a contar sus excelencias y no acabar nunca. Y si es cierto aquello de que: “todos los caminos conducen a Roma” a mí me llevaron, y me dejé llevar gustosamente pues entraba en la capital del imperio; la ciudad, posiblemente, con la historia más larga y apasionante del mundo.
A decir verdad no soy digno de contar las magnificencias de esta hermosa ciudad porque solo estuve dos días en ella. Aun así lo que vi, tan deprisa, fue sencillamente grandioso. Me dejé caer por el foro (la ciudad antigua). Desde aquí se gestionaba gran parte del mundo conocido, y hasta aquí llegaban los cargamentos con las más variadas mercancías de todo tipo. Este género procedía, sin duda, del saqueo de todo el imperio para que a los ciudadanos romanos no les faltase nunca su pan y circo.
Contemplé, también, de la capital republicana e imperial joyas como… "El Coliseo", "el Panteón" de Agripa, o el "Arco de Trajano". Y de la Roma medieval no dejé de ver: la "Plaza de España", con su esplendorosa escalinata o la "Fontana de Treví". Y recordé allí mismo, emocionado, a Anita Ekberg, emergiendo de sus aguas y exhibiendo  su exuberante cuerpo  mientras  un  sorprendido Marcello Mastroianni con los ojos como platos la avistaba a lo lejos, en la escena más famosa de… "La Dolce Vita".
Previo a abandonar, pesaroso, Roma me pasé por el Vaticano, y como no pude saludar al Papa Francisco, me consolé fascinado con la Capilla Sixtina y con el resto de las joyas artísticas que allí albergan. Antes de pasar a Francia hicimos parada y fonda en la que es, para muchos, la más hermosa ciudad del mundo, Florencia. Y no voy a ser yo precisamente quien les contradiga.
Entrar directamente en la "Piazza del Duomo" de Florencia, como hice yo impaciente, es como colarse repentinamente en un cuento de hadas. Se queda uno apabullado, y se entiende perfectamente el síndrome que antes comenté. Divisar allá, en las alturas de la catedral de Santa María, la cúpula diseñada por Brunelleschi, tan idealizada, tan leída su historia, y tantas veces vista en fotos, es para sentenciar ¡Hasta aquí he llegado! ¡Ya me puedo volver! ¡Lo he visto todo!. No obstante continué paseando por esta increíble ciudad y, seguí soñando despierto con el resto de sus tesoros.
Terminé mi viaje a la Toscana nada menos que en la "Plaza de los Milagros", de Pisa.  Inmejorable marco con su catedral cristiana y la famosa torre inclinada ¡Por un momento pensé en la posibilidad de estar soñando.!  Para describir como se merece la belleza de este conjunto monumental habría que tener el talento poético de un Petrarca o la habilidad descriptiva de  Dante Alighieri, si no, mejor mirar y callar.
Unas horas después, abrumado, y a punto de manifestárseme el tan reiterado síndrome, entré en Francia.  Pero eso es harina de otro costal y hoy la cosa no da para más.
Dicho queda…
                                             Joaquín Yerga
                                             


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