Un viaje muy especial
Puedes
tener el universo, mientras yo tenga a Italia.
G.Verdi
Deploro
provocar envidia pero les informo que cumplí uno de mis
deseos
más codiciados.
Bien
es verdad que tuve que esperar mucho tiempo, tal vez demasiado, pero, como dice el refrán... "Más vale tarde"...
Viajé
por Italia (mi
sueño) poco
más de una semana y, a fuerza de ser sincero con ése tiempo tan escaso no se puede ver todo lo
mínimamente estipulado que habría que ver, pero, algo es algo.
Lo
de conocer Italia ha
sido durante mucho tiempo una necesidad y, casi, obligación que
cualquier ilustrado ciudadano europeo debía hacer, por lo
menos una vez en su vida. Italia era
la meta artística suprema (en pintura,
arquitectura, música etc.) que
toda persona instruida debía realizar para su formación académica, incluso
como satisfacción personal para
contemplar "in
situ"
lo más bello que el ser humano ha sido capaz de crear.
Italia lo
tiene todo en cuanto a obras de arte hechas por los hombres. Que
me perdonen mis compatriotas, pero si no fuera por el
empeño que pone el Astro
Rey
en favorecer nuestro suelo patrio con su brillo, y la
delicadeza de la madre naturaleza en agraciarnos con unas
maravillosas playas (que
no la tienen ellos) nos
ganaban por goleada en visitantes, turistas o viajeros, que no son lo
mismo.
Estoy
seguro que a poca gente voy a sorprender con lo que cuente en
este articulo, pues muchos de los que lo lean habrán
tenido la suerte ya de montar en góndola en Venecia, haberse
quedado pasmado
ante
el "Coliseo" en Roma, o maravillado
frente
la fachada de mármol azul de la iglesia de "Santa María del Fiore", en Florencia. Por cierto, recuerdo para el que lo sepa, y
prevengo para el que lo desconozca, de ésa enfermedad neurológica relacionada con la ansiedad llamada: "Síndrome
de Stendhal". Se
le llamó así por padecerla éste
escritor francés del siglo XIX, y que se manifiesta con
visibles mareos, marcado nerviosismo y
hasta depresión,
pos-visita a los diferentes centros de arte. El individuo que lo padece se siente abrumado ante tanta compilación de maravillas.
A éste excelente novelista y filosofo, autor entre otras de la novela "La
cartuja de Palma", se le declaró esta enfermedad después de
visitar algunas de las ciudades italianas y sus museos, sobre
todo Florencia. No
pudo el buen hombre aguantar sereno y consciente semejante
despliegue
de prodigios artísticos que veían sus ojos. Y no es para menos, pues se debería dosificar la cantidad de ellas que podemos admitir en un
espacio razonable de tiempo, si no, corremos el peligro de colapsar.
Modestamente, y a pesar de los pocos días disponibles, me pude permitir el lujo de conocer gran parte de lo más granado e
interesante de ese afortunado país.
Comencé
mi ambicionada
visita por una de sus grandes y estupendas islas, Cerdeña. Allí
viajé a la zona nororiental, a la llamada "Costa
Esmeralda", ahora
tan de moda por sus playas casi vírgenes. Han transformado sus
antaño pequeños puertos pesqueros en atraques de lujosos
yates propiedad de elegantes magnates de las finanzas y de la
farándula. Aludo especialmente a esto último porque pude
contemplar, fondeado en un bonito puerto el "barquito” del
actor Leonardo
Di Caprio
que por allí holgaba en esos días,y no rodando, precisamente, la
segunda parte de "Titánic".
En Cerdeña aun
subsiste una pequeña zona de habla catalana. No hay que olvidar que
durante una época, los Almogávares, (una especie
de milicia catalana),
sometieron a ésta
isla. Y es que, las
sombras
de Pujol,
y
ahora de Puigdemont son
alargadas,
a pesar de lo canijo de su complexión física. De Cerdeña pasé a Nápoles,
magnifica
ciudad,
antaño española y ahora un poco depauperada por mor de la mafia, y
de sus pintorescos habitantes.
La
bahía de Nápoles es espectacular y congrega en sus orillas cosas
tan bellas como la llamada "Costa Amalfitana" y la pequeña
isla de Capri (retiro del
emperador Tiberio,
y testigo de sus colosales orgías
con imberbes de toda edad y condición). O Pompeya,
la ciudad romana aparentemente destruida por el Vesubio
y ahora resucitada de sus cenizas. Ha quedado toda ella como prueba
fidedigna de la manera de vivir de los romanos de la época.
A
unos doscientos kms. al norte de Nápoles está Roma,
la ciudad eterna. Puedo empezar a contar sus excelencias y no
acabar nunca. Y si es cierto aquello de que: “todos los
caminos conducen a Roma”
a mí me llevaron,
y
me dejé llevar gustosamente pues entraba en la capital del imperio; la ciudad,
posiblemente, con la historia más larga y apasionante del mundo.
A
decir verdad no soy digno de contar las magnificencias de esta
hermosa ciudad porque solo estuve dos días en ella. Aun así lo
que vi, tan deprisa, fue sencillamente grandioso. Me dejé caer por el foro (la
ciudad antigua).
Desde aquí se gestionaba gran parte del mundo conocido, y hasta aquí llegaban los cargamentos con las más variadas mercancías
de todo tipo. Este género procedía, sin duda, del saqueo
de todo el imperio para que a los ciudadanos romanos no les
faltase nunca
su pan y circo.
Contemplé, también,
de la capital republicana e imperial joyas como… "El Coliseo", "el
Panteón" de Agripa, o el "Arco de Trajano". Y
de
la Roma medieval no dejé de ver: la "Plaza de España", con
su esplendorosa escalinata
o la "Fontana de Treví". Y recordé allí mismo, emocionado,
a Anita Ekberg, emergiendo de sus aguas y exhibiendo su exuberante cuerpo
mientras un sorprendido Marcello
Mastroianni con los ojos como platos
la avistaba
a lo lejos, en la escena más famosa de… "La
Dolce Vita".
Previo
a abandonar, pesaroso, Roma me pasé por el Vaticano,
y como no pude saludar al Papa Francisco,
me consolé fascinado con la Capilla
Sixtina y
con el resto de las joyas artísticas que allí albergan.
Antes de pasar a Francia hicimos parada y fonda en la que es, para muchos, la más hermosa ciudad del mundo, Florencia. Y
no
voy a ser yo precisamente quien les contradiga.
Entrar
directamente en la "Piazza del Duomo" de Florencia,
como hice yo impaciente, es como colarse repentinamente
en un cuento de hadas. Se queda uno apabullado, y se entiende
perfectamente el síndrome que antes comenté. Divisar allá, en
las alturas de la catedral de Santa María, la cúpula diseñada
por Brunelleschi,
tan idealizada, tan leída su historia, y tantas veces vista en
fotos, es para sentenciar ¡Hasta
aquí he llegado! ¡Ya me puedo volver! ¡Lo he visto todo!. No obstante continué paseando por esta increíble
ciudad y, seguí soñando despierto con el resto de sus
tesoros.
Terminé
mi viaje a la Toscana nada
menos que en la "Plaza
de los Milagros", de Pisa.
Inmejorable marco con su catedral cristiana y la famosa torre
inclinada ¡Por un momento pensé en la posibilidad de estar soñando.! Para describir como se merece la
belleza de este conjunto monumental habría que tener el talento
poético de un Petrarca o
la habilidad descriptiva de Dante Alighieri, si
no, mejor mirar y callar.
Unas
horas después, abrumado, y a punto de manifestárseme el tan reiterado síndrome, entré en Francia.
Pero
eso es harina de otro costal y hoy la cosa no da para más.
Dicho
queda…
Joaquín
Yerga
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