Me besaba mucho, como si temiera
irse muy temprano...Su cariño era
inquieto, nervioso. Yo no comprendía
tan febril premura. Mi intención grosera
nunca vio muy lejos.
¡Ella presentía!
Ella presentía que era corto el plazo,
que la vela herida por el latigazo
del viento, aguardaba ya..., y en su ansiedad
quería dejarme su alma en cada abrazo,
poner en sus besos una eternidad.
--Amado Nervo--
Desde que la conocí siempre temí algo así. Aunque en el fondo nunca pensé que fuera a ocurrir lo que tristemente sucedió después. Así lo pensaba puesto que al fin y al cabo permanecimos juntos muchos años; y por mi parte juro que nunca quise acabar esa bonita historia; mi mejor historia.
Tanto la quise que aún hoy, después de muchos años sin su compañía, la recuerdo con entrañable melancolía. Ha pasado mucho de aquello, es cierto, y quizás por eso puedo analizar con frialdad las causas de la ruptura, aunque no niego que todavía la extraño un montón y me asaltan dudas cuando pienso en los porqués de nuestra separación.
Tal vez fui demasiado condescendiente con ella. Acepté ingenuamente sus caprichos y su egoísmo, a veces insufrible. Y es que por ella me obligué a prescindir de muchas de las cosas que más deseaba en la vida. La amé con locura os lo aseguro, y me fascinó más que otra cosa de este odioso mundo. Tal vez por eso sólo nosotros (ella y yo) entendimos de manera profunda ese grado de entrega y pasión mientras duró lo nuestro.
Por ella dejé amigos íntimos y otros de toda índole y condición, cuando precisamente más falta me hacían. Ignoré, también por ella, proposiciones de convivencias cuanto menos morbosas y apetecibles con mujeres interesantes y bellas, y a todas rechacé...
Por amarla incluso abandoné a mis seres queridos que todo lo dieron por mí, a pesar de ser ellos los que más me quisieron. Y pasajes infantiles entrañables, y escenas hogareñas irrepetibles. Y una madre que se desvivía por mi bienestar sin pedir nada a cambio, y tantas cosas más…
Algunos de mi círculo más íntimo y que me quisieron de veras la llegaron a conocer, y fueron éstos precisamente los que con mayor insistencia me advirtieron que no bajara la guardia, que no era oro todo lo que relucía. Obstinados me reiteraban que con el tiempo y cuando la conociera de verdad posiblemente llegara a decepcionarme. Eso nunca pasó, luché con denuedo contra viento y marea, y planteé mi defensa con ardor, convencido como estaba de mi amor por ella. Bajo ningún concepto permití injerencias de ningún tipo en nuestra relación.
Aun recuerdo con todo detalle la primera vez que la vi. Fue un amor a primera vista. Al terminar mis escasos estudios, pero con un oficio medio aprendido me largué a la capital buscando un futuro más ilusionante. Allí la encontré, y os puedo asegurar que jamás llegué a sentir por nadie lo que después, al conocerla a fondo, experimenté con ella..
Bien es cierto que siempre estuve muy ajetreado: familia, compañeros de estudios, amigos etc. y nunca pude sospechar, siquiera, que fuese precisamente ella la que colmara de quietud y tranquilidad mis mejores momentos. A decir verdad, y ahora pasado el tiempo lo pienso, creo que en el fondo me cambié de ciudad y de casa buscándola. Supongo que siempre la deseé; incluso creo que toda mi vida la busqué hasta que al fin, y después de tanto bregar, la encontré.
Pasé junto a ella periodos deliciosos cuajados de calma y quietud. Tantos instantes de paz y sosiego que dudé al terminar con ella, volver a gozarlos alguna vez. Y temí, sí, temí sin ella no poder envolverme en su etéreo regazo ni alcanzar allí, en la placidez de mi hogar, la serenidad que tanto necesitaba mi espíritu.
Pero, como todo en la vida nuestro romance tuvo un final. Llegó el momento de la separación, y créanme los que lean esto, poco deseada por mí. Y es que, Sandra, mi novia de toda la vida, y desde el pueblo me envió un día el fatídico mensaje…
--¡¡O me voy contigo a la capital a vivir juntos o te dejo plantado!! Así de cruel e inapelable fue su desafío.
Ante esos amenazantes y tajantes términos y a pesar del cariño que profesaba a mi independencia, no me quedó otra que abandonar a mí adorada ”Soledad”..
--¡Oh soledad...ése apetecible concepto! Tan real, y compañera fiel de tantos momentos extraordinarios y felices. ¡Cuánto te eché de menos a partir de entonces!...
Mi historia con ella terminó, y supuso el inicio de otra... Otra incierta y prolongada etapa en mi vida, que aun perdura pero, ya sin mi, Soledad. A partir de ahí no me quedó otra que dejar de vivir solo y hacerlo en pareja. Sonia, y después los hijos, pusieron fin a mi libertad y la calma que tanto bien me hicieron.
Evoco ahora con añoranza a mi amada, Soledad. Algo precioso que una vez poseí y que elementos extraños a lo nuestro forzaron nuestra separación. Dicen los que saben de esto que la soledad voluntaria es maravillosa y placentera. La mía, por deseada… fue inolvidable.
Joaquín
No hay comentarios:
Publicar un comentario