Un
gran amor, un gran amor lejano
es
algo así como la enredadera
que
no quisiera florecer en vano
y
sigue floreciendo aunque no quiera.
Y,
en ese gran amor, aquel que ama
compartirá
el destino de la hoguera,
que
lo consume todo con su llama
porque
no sabe arder de otra manera.
--J. A. Buesa--
La fuentecanteña María Alonso era una mujer especial, diferente a todas las de su entorno; quizás de ahí vivieron sus problemas, graves problemas, por cierto.
María estaba casada con Pedro Durán, “el herrador de la calle Coso” (Reyes Huertas), un tipo conocido, buena persona, y excelente artesano en su oficio. Pedro no era ajeno a las supuestas excentricidades de su mujer, sin embargo jamás le prohibió nada, ni incluso las cosas más extravagantes que ella pudiera llevar a cabo de cara al público o en la intimidad, a pesar de ser conocedor de las comidillas del vecindario.
¿Qué qué hacía María de extraordinario? Bueno, si por por extravagante catalogamos a los zajumerios con romero que hacía la pobre en su casa tres veces al día, pues sí, pero tampoco mataba a nadie por eso, digo yo.
Los zajumerios los realizaba María por todos los rincones de la casa, especialmente en la entrada. Daba tres bendiciones al romero antes de encenderlo, diciendo al tiempo: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, romero sois nacido y no sembrado, dame de la virtud que Dios te ha dado, que entre en mi casa el bien y salga el mal”. Terminada la bendición encendía el romero y zajumaba la casa hasta el umbral.
Como es lógico, hubo vecinas chismosas que murmuraban entre ellas y reían; se decían que el zajumerio nunca hizo efecto, porque las desgracias no escatimaban en aquella casa.
Todos pensareis: bueno, no pasa nada, ningún daño hacía María, ¡Qué va!, ¡Si que pasó!.. Pasó que una vecina, envidiosa y sin escrúpulos, tal vez por celos del estupendo marido de María, mucho mejor que el suyo, la denunció al Santo Oficio, y fueron a por ella.
María estuvo presa en Llerena muchos días; cautiva en las frías mazmorras de la Inquisición, hasta que salió su juicio. Fue acusada de hechicera, azotada y obligada a pasear con el sambenito a cuestas por toda la localidad.
Cuando María regresó a Fuente de Cantos ya no fue la misma, tampoco su marido, que tuvo que cerrar la herrería. A partir de ahí se le pierde la pista. Esto ocurrió aquí, en el pueblo, en noviembre de 1718.
Joaquín
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