Por
eso y por otras cosas me deja indiferente,
aquí,
allá y dondequiera, lo que diga la gente.
-¿Trampas?-
Pues sí, hice algunas;
pero, ¿mal
jugador? yo perdí más que nadie
con
mis trampas de amor.
--J. A. Buesa--
Muy de mañana se presentaron en su casa de la calle Carrera dos guardias del Santo Oficio con capas y mosquetón. Fue su marido quien le avisó de que algo pasaba. Había oído ruido fuera.
Aún soñolienta pegó el salto de la cama y se acercó a la ventana. Vio a los dos hombres aporreando su puerta. Se volvió hacia la cómoda, cogió una pañoleta para taparse los hombros y le dijo a su marido que se quedara en la cama, que iba a ver quiénes eran.
---¡Traemos órdenes de llevarte a Llerena!---exclamó uno de ellos muy tajante
De poco le valdría a María Candelaria protestar, de sobra sabía ella cómo se las gastaba esa gente. Así que, sin rechistar cogió unas pocas prendas que tenía a mano y se dispuso a salir. Una vez en la calle se percató del revuelo de las vecinas apretujadas junto a su puerta.
Era invierno y el camino a Llerena estaba embarrado; casi anochecía ya cuando llegaron. Enseguida la llevaron ante el tribunal de la Inquisición, que dictó que permaneciera en las mazmorras hasta que se celebrara el juicio.
Mes y medio tardaron en juzgarla. La acusaron de brujería. El fiscal eclesiástico, un tipo severo, insistía una y otra vez:
---¿No es verdad, María Candelaria, que te anuncias como capaz de curar la infertilidad en las mujeres?.
---Sí, su Señoría---Respondía ella
---¿No es verdad que las mujeres que se ponen en tus manos tienen que aportar uñas de los pies y pelos del pubis, que los quemas y luego mezclas las cenizas con un pedazo de pan mordido, agua, romero, culantro e incienso?
---Eso no es del todo cierto, su Señoría---contestaba María Candelaria frunciendo el ceño
---¿No es menos cierto que una vez hecho el ungüento lo remueves con una rama de retama y se lo untas a la mujer por todo el cuerpo, especialmente entre las piernas, a la vez que cantas:
Santa Ana parió virgo
Santa María a Jesucristo
Santa Isabel a San Juan.
Así como esto es verdad
así se sane este mal?
---No, su Señoría, yo sólo se lo recomiendo. Ella es libre de untárselo o no---insistía
---¿Es mentira que a la mujer impotente, mientras tú le rocías el mejunje se le espeluznan los pelos de la piel y sienten un temblor por entre cuero y carne?
Y así una y otra vez, y llevaban muchas horas de interrogatorio. María Candelaria permanece exhausta, aturdida, oyendo vociferar al fiscal. Su pensamiento sólo está en el estado de salud de su marido, pachucho de por sí, que la espera fuera de la sala.
Cuando salió la sentencia no supo si alegrarse o llorar, porque la condena fue de veinticinco azotes en la espalda y pasear con el sambenito colgado en el próximo Auto de Fe que se celebrara en Fuente de Cantos. No obstante, ella esperaba la hoguera..
Este es el fin "profesional" de María Candelaria, la fuentecanteña acusada de brujería en 1724 (hace justo trescientos años) que sólo quería ganarse la vida embadurnando a unas pobres incautas con un apestoso e inofensivo ungüento. Eso sí, previo pago de una pequeña minuta..
Joaquín
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