jueves, 10 de agosto de 2023

Érase una hermosa historia ocurrida en Fuente de Cantos

                                                                                   




  

Pero sé que fue un viaje para toda la vida, 

y que el último gesto fue un gesto de desdén, 

porque dejó olvidado su amor sin despedida 

igual que una maleta tirada en el andén. 

--J. A. Buesa--



Corría el año 1654 del Señor:

Érase un pueblecito pequeño con sus casas de adobe encaladas alrededor de una pequeña iglesia almenada, Fuente de Cantos se llama.

Apenas hace tres siglos que se fueron los moros de allí. Se largaron huyendo de los cristianos que les asediaban. Camino del Reino de Granada iban, a refugiarse por entre los de su raza y religión.

Dos mil vecinos tiene este pueblecito. Está extendido en mitad de una llanura, rodeado de encinas y alcornoques y mirando al sur, a las montaña azules de Sierra Morena.

Este pueblecito de ensueño, se apiña en torno a su iglesia de Santa María, pero, ¡¡Oh, sorpresa!!, justo al nordeste, fuera ya del casco urbano y sobre un cerro se distingue una ermita; tan blanca es que los viajeros que pasan por el camino real y la miran, deben restregarse los ojos, cegados por los rayos del sol que rebotan en sus paredes níveas

La ermita, blanca y coqueta, está dedicada a Nuestra Señora de la Hermosa. Una imagen suya, “La Aparecida”, lleva siglos custodiándose en su interior. La que más se desvive por tener reluciente la talla y perfumarla con flores frescas es Ana López. Un día, viajando en su carreta desde Asturias camino de Andalucía junto a su marido, vio la ermita, y no se lo pensó dos veces: “aquí me quedo para siempre”, dicen que dijo.

Ana enviudó pronto y desde entonces ha consagrado su vida al cuidado de la pequeña ermita y de su virgen. Ya es la ermitaña oficial.

¡¡Uy, si Ana, ahora que ya es vieja, nos contara las vicisitudes pasadas en su ermita!!. Ni recuerda ya la cantidad de niños expósitos abandonados por sus madres que ha tenido que recoger en el interior del templo, o a los viajeros sedientos y exhaustos que ha tenido que dar cobijo y manutención.

Ana, a la que la gente del pueblo llama cariñosamente, “la asturiana”, vive sola, a las afueras, en la última casa de la calle Santa María (hoy el Altozano), pero va y viene a diario a la ermita. Allí tiene un pequeño huerto y allí quiere ser enterrada cuando muera.

Ana López, la ermitaña de la Hermosa, ya ha muerto. Se le ha enterrado donde ella quería, en el pequeño cementerio anexo a la ermita. Pero no os preocupéis, que Juan Rodríguez y su mujer María, dos fervorosos cofrades, han cogido el testigo y ahora son ellos los ermitaños de la Hermosa.

Todo va a seguir igual de lindo.

Por cierto, el oficio de ermitaño era muy común en nuestras ermitas fuentecanteñas. Los que he nombrado fueron realmente ermitaños de la Hermosa..

Joaquín

                                                                

Foto antigua de la Hermosa, Hace seis siglos, en tiempos del relato, la ermita estaba aislada, muy a las afueras del pueblo.




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