Nos vimos por casualidad frente al escaparate de una perfumería en la calle principal del pueblo.. Ella iba con su marido, y yo con mi mujer. Era agosto y estábamos de vacaciones.
Al reconocerme soltó la mano de su marido y me llamó la atención:
--¡Hola Joaquín!, ¿no me reconoces? Soy Pepi ¿te acuerdas de mi?.
Habían pasado más de veinte años pero, ¡cómo no reconocer a la que fue el gran amor de mi vida, cómo olvidarla, dios mío!.. Nunca dejé de pensar en ella. Y ahora que la tenía junto a mi no sabía qué decirle ni como actuar. ¡Ay!, si hubiésemos idos los dos solos otro gallo cantaría.
La miré, estaba igual de guapa que siempre, y miré también a su marido; no pude evitar ponerme colorao. Acerqué mi cara a la de ella y, nervioso, la besé en la mejilla. Luego le dije una estupidez; le mentí:
--¡Qué sorpresa! Hacía mucho tiempo que no te veía. No te había reconocido.
Lo nuestro había sido mucho más que una historia de amor. Nos conocimos muy jóvenes; estuvimos saliendo unos años. Años inolvidables que marcaron nuestras vidas, pero circunstancias inesperadas nos hicieron separarnos, y nunca más nos vimos, hasta esa mañana.
Infinidad de momentos maravillosos vividos juntos pasaron por mi mente en ese instante; como un huracán de amores, pasiones, y huidas.. Sí, huidas; los dos tuvimos que rehacer nuestras vidas lejos, en otros lugares.
Ella no tardó en conocer a otro hombre y aceptar su proposición de matrimonio. El desconsuelo de la ruptura conmigo la hizo apresurar los acontecimientos. Ahora vive en Sevilla y tenido tres hijos y, sin embargo jamás me olvidó, lo sé.
A instancias de ella entramos los cuatro en un bar de la zona a tomar unas cervezas. Nos presentamos con más detenimiento y hablamos de nuestras vidas y de nuestras cosas, aunque los dos ocultamos nuestro secreto; nada dijimos de nuestro antiguo noviazgo.
A lo largo de la mañana hubo risas, recuerdos, y proyectos de futuro compartido, pero por su mente y por la mía rondaban ya sentimientos contrapuestos, morbo y esperanzas, renacidas esperanzas...
Precipitó ya la hora de la despedida. Llegaron los abrazos y los besos, y nos dimos los teléfonos con la intención de llamarnos pronto y mantener la amistad. No obstante, un cruce de miradas cómplices, esclarecedoras, que sólo dos antiguos amantes podían descifrar, irrumpió sibilinamente en el cargado ambiente del bar...
Un largo y latente amor dormido volvió a despertar.
Continuará
Joaquín
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