lunes, 28 de enero de 2019

Sobre héroes y tumbas...



¡Seis meses ya de muerta! Y en vano he pretendido
un beso, una palabra, un hálito, un sonido...
y, a pesar de mi fe, cada día evidencio
que detrás de la tumba ya no hay más que silencio...

Si yo me hubiese muerto, ¡qué mar, qué cataclismos,
qué vértices, qué nieblas, qué cimas ni qué abismos
burlarían mi deseo febril y omnipotente
de venir por las noches a besarte en la frente,
de bajar con la luz de un astro zahorí
a decirte al oído: No te olvides de mi.

Y tú que me querías quizás más que te amé,
callas inexorable, de suerte que no sé
sino dudar de todo, del alma, del destino
¡y ponerme a llorar en mitad del camino!
Pues con desolación infinita evidencio
que detrás de la tumba ya no hay más que silencio.
(Amado Nervo)


Es publico y notorio que los hay con suerte en esta vida; tipos que pasan por este mundo sin muchos altibajos; trabajan, quizás con la suerte de no tener que haber cambiado nunca de lugar, disfrutan de una vida más o menos relajada, y luego mueren sin grandes padecimientos, aunque toda muerte por si misma es cruel; yo soy uno de ellos. Pero hay otros, inquietos, aventureros, trotamundos, incapaces de pernoctar mucho tiempo en el mismo sitio, sin duda a muchos de estos últimos les debe la humanidad gran parte del progreso, porque son ellos los que se arriesgan y descubren, el resto solemos aprovecharnos de su osadía.
Entre éstos últimos se encontraría el conquistador extremeño Pedro de Valdivia, un tipo audaz y con carisma que logró conquistar todo Chile para la corona de Castilla. Pero no voy a hablar de su vida y aventuras que, aunque copiosas y apasionantes, no tendría tiempo ni lugar, sólo de su muerte ocurrida de manera espeluznante me oirán contarles.
Algo tendría éste corpulento aventurero español para que una distinguida dama, Inés Suárez, fuese capaz de hacerse pasar por su criada cuando en realidad era su amante, y vendiera sus muchas y costosas joyas para financiar las campañas de su apuesto enamorado. Esas campañas eran, nada menos, que el descubrimiento y colonización de ese enorme y gran país que es Chile.
La conquista de un territorio tan grande como dos veces España y con unas distancias descomunales de norte a sur, (nada menos que 4300 kilómetros, con cinco husos horarios y habitado por indios feroces) no fue nada fácil, costó tiempo, mucho trabajo y demasiadas vidas de soldados españoles, incluida la del propio capitán Pedro de Valdivia. Antes de morir ya había fundado las principales ciudades que actualmente dan lustre y prestigio a Chile, como La Serena, (en honor a su tierra de nacimiento) Valdivia (como su apellido) o la misma capital del país, Santiago de Chile, acordándose del patrón de España que ya lo era entonces, Santiago El Mayor...
Sin embargo, a pesar de la atrevida vida, peripecias y las grandes hazañas de nuestro protagonista, como dije antes, sólo quiero esmerarme en su muerte, que fue atroz; miren sino...
Durante la campaña de conquista, poco antes de terminar de pacificar el país, un grupo numeroso de indios araucanos (de los más indómitos y fieros de todo el continente) les hicieron una emboscada, a él y a unos cuantos españoles que volvían a Santiago. Los españoles se defendieron y aguantaron lo indecible, pero fue imposible salvarse, eran demasiados. A Valdivia, por ser el jefe, le cortaron los brazos con conchas marinas afiladas, los asaron vuelta y vuelta, y se los comieron allí mismo delante de él aun vivo. El martirio fue terrorífico, aguantó tres días con los brazo amputados hasta que le sacaron el corazón a carne viva, siendo después devorado por los jefes de la tribu. Con su cráneo y los de sus compañeros brindaron alegremente llenándolos de chicha, una bebida amarga propia de esos indios.
Este es un caso extraordinario de un tipo colosal por lo carismático y valiente, pero la historia en esa brillante época está llena de españoles que, como Pedro de Valdivia, fueron capaces con sólo un puñado de hombres conquistar para la corona de Castilla un territorio de unos 17 millones de kilómetros cuadrados, es decir, casi una sexta parte el mundo conocido. Y todo eso nos lo legaron a nosotros; qué pena que no fuimos capaces de administrarlo a perpetuidad...
Joaquin Yerga

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