Como
en un libro abierto
leo
de tus pupilas en el fondo.
¿A
qué fingir en los labios
risas
que se desmienten con los ojos?
¡Llora!
No te avergüences
de
confesar que me quisiste un poco.
¡Llora!
Nadie nos mira.
Ya
ves; yo soy un hombre...y también lloro.
--Bécquer--
Le
dio un beso a los dos, a ella y al niño. Lo hacía
habitualmente al entrar en casa. pero ese día y no sabía por qué, notó distante su mirada, esquivaba la suya. Quizás fueran
imaginaciones---pensó---estaba cansado eso es todo.
La
cena fue frugal, con poco despacharon el asunto. Apenas dos palabras se cruzaron. Cosa rara porque ella es muy habladora. No se quedó conforme, le
preguntó:
---¿Te
pasa algo?
Le
contestó que nada. Así de escueta. Eso le preocupó. Vio que tenía
prisa por llevar al niño a la cama. Lo
cogió de la mano, le hizo darle un beso
de despedida y se perdió con el niño por el pasillo camino de su
habitación.
Anochecía ya y se temía algo especial, pues raras veces permanecía así de
callada, de ausente. Se asustó.
Habían
pasado unos minutos y oyó sus pasos llegar. Él la esperaba inquieto
en su sillón favorito, pero acababa de regresar del balcón de fumar un
cigarrillo. Hacía tiempo que no tenía esa necesidad, pero ese
día le apetecía, estaba nervioso.
Apareció.
Vio su cara pálida. Cerró la puerta del comedor.. Muy seria le invitó a escucharla, lo que hizo que el pánico se apoderara de él por momentos. De golpe un montón de ideas absurdas bulleron
por su cabeza. Hizo un esfuerzo por serenarse y consiguió calmar un
poco la mente, pero no pudo evitar imaginar cosas raras..
Pero,
¿Por qué se ponía en lo peor? ¿Por qué esos pensamientos tan
disparatados? ¿Qué temía, que le abandonara? Quizás el asunto no
fuera tan importante como creía creer y tal vez fuera algo de
su trabajo, o del niño en el colegio, incluso una reprimenda por correrse más juergas de las debidas con los amigotes.. Ojalá fuera algo de eso,
pero tuvo un mal presentimiento.
--Alberto,
tengo que decirte algo muy importante----le dijo ella tajante
Se
lo temía, sus peores pronósticos se estaban cumpliendo. Cogió
una silla y se sentó frente a él. Prosiguió con el mismo tono de
voz.
--Te
quiero mucho, ya lo sabes, pero no podemos seguir viviendo
juntos. Siento en el alma la faena que voy a haceros a ti y
al niño, pero no puedo seguir así----le soltó de golpe
---¡Seguir
cómo!----balbuceó él
--Andrés, mi jefe, ha decidido venirse a vivir conmigo---le dijo muy seria---Hace meses que me lo pide y lo voy a permitir--concluyó
Se le cayó el alma al suelo. Se
levantó del sillón, cogió el paquete de cigarrillos y sacó uno; lo encendió allí mismo. Después, como un zombi, anonadado, entró en su habitación e intentó preparar un par de maletas con lo más necesario.
Mientras
seleccionaba su ropa apareció ella. Había terminado de recoger
la mesa y, con las mangas de la blusa aún remangadas, se apoyó
en el quicio de la puerta y exclamó:
--Alberto, hijo,
no hace falta que te vayas tan pronto de mi casa.. Además a tu hijo
le seguiré recogiendo yo del colegio.
Insensible
a la última frase dicha por su madre y
temiendo el fin del chollo vivido en estos seis últimos años, desde
que se divorció de su mujer, mi sobrino Alberto terminó de llenar las maletas y le
soltó, mohíno, un par de reproches.
Repuesto ya del golpe bajo, poco después le prometió abandonar la casa en un par
de semanas e irse a la suya. ¡Ya me diréis! Con treinta años que tiene el menda y
con un hijo de siete, no le quedará más remedio que volver a empezar
en su propia casa, ¡¡Y sin su madre!!.
Por cierto, su madre es mi hermana
Joaquín