El tipo que tengo enfrente y me mira no tiene mal aspecto, para nada.... Por la disposición de las arrugas de su rostro, calculo que por no mucho rebasará los sesenta...
Parece de estatura media y complexión robusta, y los cinco o seis kilos de peso de más que soporta su armazón no merma en absoluto su moderada apariencia atlética; y eso que una incipiente barriga va haciendo acto de presencia en su, antaño, firme abdomen. Acorde con su cuerpo, en su desproporcionada cabeza aprecio ya una paulatina pero inexorable pérdida de cabellos.
Hace un instante le vi cómo arrugaba su frente y arqueaba las cejas. Lo hace a menudo cuando se mira al espejo, quizás con la curiosa pretensión de parecer más interesante..
¡Mirad, ahora se acaricia con sus manos la cara! ¡La palpa... siente gratamente cómo una incipiente barba señorea su rostro tras varios días de soberano albedrío!. Supongo que le gustará así, descuidada.
Visiblemente satisfecho de su imagen, observo cómo acerca el rostro (más si cabe) al anticuado espejo del cuarto de baño y fija por unos instantes sus vivaces ojillos en una pequeña protuberancia que acaba de descubrir justo en la punta de su colorada nariz, pero, ¡buah!, apenas le da importancia. Por el contrario, presta toda su atención al nudo de su corbata procurando ajustarlo a su recio cuello.
Supongo que se estará arreglando para salir, porque ahora alarga el brazo y coge de la estantería un cepillo de púas blandas y se da un retoque a su exiguo flequillo. Yo lo miro embelesado. Y es que su cara a pesar de las consabidas arrugas, su tosca nariz y sus apenas imperceptibles labios aún mantiene un lozano aspecto.
Súbitamente y de manera irreflexiva, veo que echa una ojeada al Rólex de imitación que adorna su muñeca izquierda y que en una ocasión durante un momento de debilidad se dejó regalar... Creo que acelera los preparativos finales. Cierto, ya casi está listo para esa cena y baile a la está citado y que, sin dilación, ansia acudir cuanto antes... Va a ser eso..
Apunto ya de perderle de vista definitivamente, compruebo cómo se ciñe y ajusta el cinturón de cuero negro que había elegido momentos antes de su guardarropa, a juego con sus oscuros zapatos Martinelli recién comprados. Me da la nariz que ultima detalles.
Pues sí, porque coge su chaqueta que pende del picaporte de la puerta, se la coloca y constata, bien a gusto, lo irresistible de su porte y figura. (Advierto para el que no lo sepa, que el personaje que me mira insistentemente a través del espejo no tiene abuelas)
Dispuesto ya a salir del baño, antes de apagar la luz, el tipo echa una última mirada a la luna del tocador que le ha servido de cómplice y éste le devuelve nítidamente la imagen de su figura, pulcra y bien acicalada...
Complacido y tarareando una melodía de Sabina, abandona el aseo. Por cierto, y antes que se me olvide, la imagen que ha reflectado el espejo era la mía ¡Uy, qué curioso!
Desde luego, qué cosas pasan..
Joaquín