sábado, 1 de abril de 2023

Mirad lo que opinó un francés de nosotros

                                                                                 



Yo solo pude recordar tu nombre, 

tú, en cambio, recordaste cada fecha de ayer. 

Y aprendí que las cosas que más olvida un hombre 

son las cosas que siempre recuerda una mujer. 

--J. A. Buesa--



Una vez me preguntó un tipo, francés para más señas y conocido mío:

---Oye, Joaquín, ¿Por qué los españoles, si apenas sois un 20% practicantes religiosos, llenáis las procesiones de gente? Todos perdéis el culo, con perdón, por ver la de su pueblo o la del lugar de veraneo. Me sorprende por lo extemporáneo de su protocolo y su grotesca solemnidad.

No me extrañó la pregunta, es lo típico. Le contesté rápido:

---Bueno, amigo, ¿Y la siesta? ¿Y los toros? ¿Y las fiestas? ¿Y los bares? ¿Y el trasnocheo? Pues ahí están, y sigamos disfrutando de ellos.. Y si nos llamáis salvajes en el resto de Europa, pues llamadnos, luego bien que disfrutáis en nuestro país, y bien que lo valoráis cuando os preguntan...

---Porque, digo yo---insistí---¿vamos a dejar de ser uno de los países en los que la vida merece ser vivida mejor que en ningún otro sitio?. ¿Vamos a uniformarnos con los austriacos, los suecos o los daneses, entre los que apenas hay distinción de caracteres, hábitos y costumbres? No, yo me resisto a ser uno de ellos. Prefiero ser distintoraroextemporáneoexótico si me apuras. ¡Total, para cuatro días que vive uno!..

---Y fíjate---continué---los españoles pecaremos de antiguos, informales, mentirosos, atrasados, sanguinarios, exóticos, solidarios, excéntricos, tramposillos, pícaros, apasionados, rústicos, crueles, envidiosos, vehementes, abiertos, y un largo etcétera más de apelativos gualdrapillas, pero somos a su vez originales y únicos en el mundo, porque a nuestras viejas tradiciones y manera indolente de vivir, ahora, salvo la política que la tenemos hecha unos zorros, se une nuestra modernidad como país desarrollado, y eso es un puntazo que solo poseemos nosotros ¡Y dejemos que vosotros, los europeos, seáis todos iguales!. 

Mi amigo, el francés, se quedó patidifuso. No volvió a preguntarme.

Joaquín




          

         



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