Aquella mañana fue la primera vez que la vi, pero no la única.. Vivía justo enfrente de mi casa; su ventana casi la tocaba con mis dedos si alargara el brazo.
Se levantaba muy temprano, se ponía frente al espejo y se contemplaba desnuda durante minutos interminables. Plantado bajo el alfeizar de mi ventana, ensimismado y con la nariz pegada al cristal, yo la veía hacer.
Se vestía despacio, con deleite; luego, sin dejar de mirarse al espejo, se perfilaba los ojos con esmero y peinaba sus largos y sedosos cabellos; apagaba la luz y desaparecía, y así cada día.
Aquella morbosa visión se había convertido en el leitmotiv de mi existencia. Tanto es así que llegué a obsesionarme con ella; media hora antes ya la esperaba expectante tras los cristales; temía que madrugara más o cambiara de hábitos.
Una mañana me armé de valor y me propuse conocerla. Bajé a la calle cuando salía de su portal y me hice el encontradizo con ella. Le hablé de casualidades y coincidencias, incluso señalándole con el dedo mi balcón le dije donde vivía... Intimamos..
Poco a poco me fui acostumbrando a su compañía, y hasta dejé de mirar por la ventana con ojos obscenos. Un tarde me invitó a subir a su casa; yo babeaba de placer, ¡¡Oh, entrar en aquella habitación, la habitación de mis fantasías!!.. Nos desnudamos rápido e hicimos el amor.
Terminamos exhaustos. De repente me di cuenta que su ventana estaba abierta de par en par y los visillos corridos; me levanté deprisa y, desnudo, me asomé con la intención de cerrarla; quedé estupefacto con lo que vi: ¡¡Dios mío, mi mujer miraba desde mi ventana, al otro lado!! Entendí que habría visto la escena completa. Una mueca incalificable en su cara y los ojos inyectados de odio fue lo único que llegué a visualizar. Perplejo me di la vuelta y miré a mi amante. La vi repantigada en la cama, desnuda y con cara de socarrona complacencia. Un miedo terrible se apoderó de mi. De pronto comprendí: ¡¡Todo lo había preparado ella por mi osadía de mirón!!.
Joaquín..
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