Yo
no tengo otro oficio
después del
callado de amarte,
que este oficio de
lágrimas, duro,
que tú me
dejaste.
¡Tengo una vergüenza
de
vivir de este modo cobarde!
¡Ni voy
en tu busca
ni consigo olvidarte!
--Gabriela Mistral--
La vi mirarse al espejo a través de mi ventana. Su silueta, difusa por el tenue filtro de los visillos se me antojó maravillosa. Vivía justo enfrente de mi casa. De hecho, su ventana casi la tocaba con mis dedos si alargara el brazo. Pero no fue la única vez.
Sobre las siete de la mañana se levantaba y, aún soñolienta, se ponía frente al espejo y se contemplaba desnuda durante minutos interminables. Plantado bajo el alfeizar de mi ventana y con la nariz pegada al cristal, yo la veía ajustarse la ropa interior.
Se vestía despacio, con deleite. Con la misma parsimonia se cubría el cuerpo con algún vestido de color variado. Luego, sin dejar de mirarse al espejo, se perfilaba los ojos con esmero y peinaba sus largos y sedosos cabellos; apagaba la luz y desaparecía, y así cada día.
Aquella morbosa visión se había convertido en el leitmotiv de mi existencia. Tanto es así que llegué a obsesionarme con ella. Una hora antes ya la esperaba expectante tras los cristales. Temía que madrugara o cambiara de hábitos y no pudiera verla.
Una mañana me armé de valor y me propuse conocerla. Bajé a la calle cuando salía de su portal y me hice el encontradizo con ella. Le hablé de casualidades y coincidencias, incluso señalándole mi balcón le dije que vivía justo en frente de ella, ¡Qué iluso, ella ya sabía de mi existencia! Percibía mi sombra voyerista tras las cortinas. Pero eso lo supe más tarde.
Enseguida me dijo que estaba separada, que llevaba poco tiempo en Fuente de Cantos y que trabajaba en Zafra. Cogía el LEDA cada mañana en la estación; cosa que me vino que ni de perlas para acompañarla a diario. Acabamos intimando.
Poco a poco me fui entusiasmando con ella, y hasta dejé de mirar por la ventana con ojos obscenos. Un tarde me invitó a subir a su casa; yo babeaba de placer, ¡Oh, entrar en aquella habitación, la habitación de mis obsesiones!.. Nos desnudamos rápido e hicimos el amor.
Terminamos exhaustos. De repente me di cuenta que su ventana estaba abierta de par en par y con los visillos corridos. Me levanté deprisa, desnudo, y me asomé con la intención de cerrarla; Quedé estupefacto con lo que vi.., ¡¡Dios mío, mi mujer me miraba desde mi ventana, al otro lado!! ¿Habría visto la escena completa?---pensé horrorizado. Una mueca incalificable en su cara y los ojos inyectados de odio fue lo único que llegué a visualizar..
Perplejo me di la vuelta y miré a mi amante. La vi repantigada en la cama, desnuda y con cara de socarrona complacencia. Un miedo terrible se apoderó de mi. De pronto comprendí: ¡¡todo lo había preparado ella por mi osadía de mirón!!.
Dura fue la lección, os lo aseguro. Obvio deciros que mi mujer apenas nada tardó en pedirme el divorcio. Era la primera y única vez que le fui infiel. Ahora vivo en Zafra, de alquiler, en un pisito de mala muerte. No creo que vuelva a mirar a nadie por la ventana.
Joaquín..
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