Cuando
os oigo tocar
campanitas,
campanitas,
sin
querer vuelvo a llorar.
Cuando
de lejos os oigo
pienso
que por mi llamáis
y
de las entrañas me duelo
Me duelo de dolor herida,
Me duelo de dolor herida,
que
antes tenía vida entera
y
hoy tengo media vida.
(R.
de Castro.)
Tuve el gusto de ver
la cara de mi madre por primera vez en un lugar que no era
precisamente idílico. Cuando crecí y fui consciente de
la dura naturaleza que me rodeaba, no eché a correr
porque debía hacerlo durante muchas jornadas seguidas para alejarme
de allí y encontrar algo mejor...
A casi quinientos
kilómetros de ese lugar, en Madrid, hace unas décadas más de la
mitad de su población habíamos nacido fuera de la ciudad. Es
más, incluso de la comunidad autónoma, con lo que se deduce
que muchos de los que aquí vivimos y rondamos o excedemos la cincuentena hemos
inspirado nuestra primera bocanada de oxigeno en cualquiera de las
cincuenta provincias que componen nuestro mapa político nacional.
Aun recuerdo con agrado cómo tenía su punto el haber nacido fuera y
tener, por lo tanto, pueblo… ¡Mi pueblo!, decíamos
con cierto orgullo.
Mi pueblo, a qué
mentir ni exagerar, no está situado en un verde valle rodeado de
montañas nevadas ni se haya a la orilla de un caudaloso rio de aguas
cristalinas. Tampoco puede presumir de la belleza de su hermosa
bahía en un cálido mar de ensueño, ni mucho menos… Y es
que, (que me perdonen mis paisanos) fueron a fundar el
pueblo en el lugar menos agraciado de la comarca. Si no
me fallan mis cálculos a seis kilómetros del arroyo más
próximo y a veinticinco de la sierra más cercana. Ése pequeño
arroyo con ínfulas de río y que dista a tres leguas al sur del
municipio discurre, avergonzado por su escaso caudal,
con el pomposo nombre de Bodión. Y con tan poca
corriente, por cierto, que se pudiera vadear con zapatillas
de andar por casa sin tan siquiera mojarlas.
No tuvimos suerte en
lo tocante al medio y lugar cuando nuestros antepasados pusieron la
primera piedra del futuro municipio, ¡qué le vamos a hacer! También
es verdad que el hábitat original era muy distinto al actual.
Todo parece indicar que hasta el siglo XVII nuestro
entorno estaba poblado de encinas y alcornoques y hubo que talarlos
por necesidades agrícolas. Lo cierto y verdad es que nacimos en
un medio natural hostil, una campiña desarbolada y
pedregosa, morada de cañafotes y chicharras, y sólo apta
para ciertos cultivos de secano.
El poder gozar
de un paisaje natural más benigno, o encantador, es una
suerte que la voluntad humana no tiene la potestad de elegir, pero el
medio urbano sí. De hecho, es el hombre el que lo crea y
modula a su antojo y necesidad. Y aquí si puedo con
holgura airear las bondades arquitectónicas de mi pueblo.
Tenemos un casco
urbano pequeño como tal, pero suficientemente acogedor como para que
casi todos los aquí nacidos estemos moderadamente a gusto con él.
Incluso me atrevo aventurar sin temor a equivocarme que la mayoría
de los nativos estamos más que satisfechos, a la par
que orgullos de nuestra villa. ¡Ah!, y cómo la hemos cambiado
y rejuvenecido a lo largo de estos últimos cuarenta años.
Qué duda cabe que
todas la ciudades y pueblos de nuestro país han sufrido, para bien,
un cambio sustancial en sus fisionomías. Nosotros no íbamos a ser
menos. Hemos pasado en estas cuatro décadas (no hay más que
contemplar fotos antiguas) de habitar un poblachón
desvencijado, propio de la España más profunda y triste, a
un pueblo moderno y actual en donde se aprecia de manera clara el
toque de prosperidad propio de la época y el lugar, es decir...siglo
XXI, y Europa.
No obstante, y al
margen de crudas realidades naturales y humanas, subsiste en mi otro
pueblo paralelo al descrito, rutilante y fantástico, en
otra dimensión porque sólo habita en mi memoria. Se nutre
de añoranzas y melancolías y destaca por encima de naturalezas
exuberantes o de horizontes de ensueño. Sí, éste otro
pueblo crece y se magnifica en mi interior con grandes dosis
de recuerdos, reales unos idealizados otros, pero emerge en mi
imaginación y me deslumbra como mi Jardín del Edén,
afectivo.
Joaquín
Yerga
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