domingo, 12 de marzo de 2017

Al final del camino...





Adiós, ríos; adiós, fuentes

adiós, arroyos pequeños;

adiós, vista de mis ojos:

no sé cuando nos veremos.


Tierra mía, tierra mía,

tierra donde me crié,

huertita que quiero tanto,

higueritas que planté.


Prados, ríos, arboledas,

pinares que mueve el viento,

pajaritos piadores,

casita de mi contento.


No me olvides queridita,

si muero de soledad,

tantas leguas mar adentro…

¡Mi casita!, ¡mi hogar!

(Rosalía de Castro)



El Camino de Santiago ha sido desde el siglo IX la excusa perfecta para que gente de diferentes países europeos hicieran sus penitencias religiosas, cumplieran a su término promesas previas o simplemente (como en los últimos años), consumaran una especie de terapia psicofísica en aras de un probado bienestar anímico.

Escribir de manera objetiva del apóstol Santiago, como es mi intención, no conlleva bajo ningún concepto menospreciar al Santo ni minusvalorar la salvífica pretensión de los peregrinos. Somos ya mayorcitos como individuos evolucionados como para entender lo que se ajusta a la pura realidad y lo que simplemente es un asunto de superstición o de fe. Y conste que todas son igualmente dignas de consideración y respeto.

Que los supuestos restos del apóstol Santiago que reposan en la cripta de la catedral de Compostela no sean los del Santo es algo más que verosímil. Miren: es cierto que si nos atenemos a la tradición medieval nos dice ésta que Santiago, después de haber predicado la nueva fe de Cristo en Francia y en Hispania, regresó a Judea donde fue martirizado por orden de Herodes Agripa. Sus restos fueron luego trasladados  por sus discípulos en una pequeña barca de piedra costeando el atlántico hasta llegar las Rías Altas gallegas y una vez allí y frente a la población Iria Flavia, fue enterrado en un lugar desconocido. Pasados los siglos la tumba fue descubierta por el famoso obispo Teodomiro. Y dio comienzo la tradición… Y los peregrinos se pusieron en marcha.

Sin embargo la Biblia nos cuenta otra historia. Nos dice que Santiago, apodado el Mayor o Jacobo de Zebedeo, fue uno de los discípulos privilegiados de Jesús. Estuvo presente en muchos de los actos que éste desarrolló en Judea y Galilea, incluso fue testigo de la última actuación de Jesús una vez resucitado. Y efectivamente, murió decapitado en Jerusalén por orden de Herodes Agripa en el año 42 d.c. Y nada más, ahí se acaba toda mención al futuro patrón de España.

Si nos circunscribimos a los hechos reales, que serán los válidos para los más juiciosos, podríamos decir que estamos ante unos de los más grandiosos y efectivos actos de propaganda de aquellos oscuros siglos. Vean, sino..

En el año 711 los musulmanes estaban bien exultantes con su nueva religión. Habían entrado en España por Gibraltar y apoderado de casi toda la península. Un siglo más tarde los poquitos cristianos que habían podido conservar su fe se estaban reagrupando y gestionaban un nuevo reino en el norte del país (Asturias y Galicia), pero necesitaban un revulsivo o estimulo que los unieran y les diera fuerzas para combatir a los moros que eran entonces muy poderosos. Y aquí entra en escena el despabilado obispo Teodomiro, que junto al rey de estos territorios Alfonso II, idearon la aparición de la tumba del Santiago. Se acordaron de él y aprovechando una antigua tradición fundaron el conocido, "Santiago y cierra España" que tan bien les funcionó. 

Mas tarde, y a medida que diferentes oleadas de moros procedentes de África entraban en la península y arrasaban todo a su paso, los cristianos tiraban de Santiago y lo ponían (espiritualmente) al frente de sus tropas. De ahí quedó lo de: "Santiago Matamoros", que aun reza en el escudo del apóstol allá en Compostela. Imaginen qué moral para los soldados, un apóstol de Cristo al frente del ejército cortando cabezas de infieles musulmanes a diestro y siniestro a base de mandobles con su santa espada

Al final del siglo X, muy cerquita del mítico y temido año 1000, surgió en la Córdoba califal un personaje temible, Almanzor. Era secretario del Califa y comenzó su meteórica carrera enamorando a la reina y posicionándose como su favorito. Al cornudo califa Alhaken II, lo mantuvo encerrado y entretenido en sus aposentos reales en otros menesteres. 

Almanzor hacía casi todos los años por primavera (había mejor tiempo) unas razzias o correrías por las zonas del norte y arrasaba literalmente todo lo que oliera a cristiano. Éstos le tenían verdadero pánico. Llegó a devastar Barcelona y Santiago de Compostela, entre otras. De esta última hizo bajar las enormes campanas de la catedral y se las llevó a hombros de cristianos hasta la mezquita de Córdoba (en ésta espantosa época el apóstol parece que no estuvo muy activo). Claro que siglos después el castellano Fernando III, hizo el camino inverso, trasladó las sufridas campanas desde Córdoba a Santiago a hombros de moros, lógicamente. 

Pasado el tiempo, en 1589 exactamente, el pirata inglés Francis Drake, puso sitio con sus naves a las costas de La Coruña, y amenazó con destruir la catedral de Santiago. El obispo de turno sacó las supuestas reliquias del Santo para preservarlas del ataque. Tan bien las guardó, el tío, que se murió el buen hombre sin decir a nadie su paradero. 

Ante el desasosiego de no saber donde estaban los supuestos huesos del santo y la disminución espantosa de peregrinos a Compostela, se decidió a finales del siglo XIX dar por buenos unos restos encontrados en el ábside. Hicieron venir de Roma a un delegado papal, quien con un simple vistazo aseguró que esos huesos eran los de Santiago. Ni que decir tiene que todo volvió a la normalidad, el Santo en la cripta, la ciudad Santa, y los peregrinos pateando en masa los polvorientos caminos jacobeos. 

Por cierto, apuesto que pocos saben que ése camino ya existía desde mucho antes de nacer el Santo. Lo utilizaban los antiguos celtas como medio para relacionarse entre sus diferentes tribus, incluso para buscar novia. Y es que por ejemplo, un individuo residente en la Aquitania francesa podía perfectamente transitar por ese camino hasta contactar con otra tribu celta de Asturias o Galicia en busca de su media naranja. Y no es broma..

Joaquin Yerga



 

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