Invierno en Madrid.
En las
profundidades del invierno aprendí finalmente que había en mi un
verano invencible.
(Albert Camus)
Aun no estoy
seguro que lo del cambio climático sea definitivo. Tampoco que la
escasez de rigores invernales se deba a él; imagino que faltan datos
generosos y prolongados para sentenciar semejante dilema. Pero sí es
cierto que algo pasa con las estaciones climáticas pues a nada que
hagamos memoria vemos que ya no son lo que eran.
Recuerdo que en
otra época no me desagradaban ni los mas rigurosos de los inviernos,
sería tal vez porque nunca los padecí de manera severa pues provengo de una
tierra pródiga en benévolas temperaturas.
Y qué duda cabe
que el tiempo y los años cambian las percepciones y los
gustos de las personas.. A mí lo del clima me han trastocado las preferencias
porque,
incomprensiblemente, si siempre
deseé los inviernos hoy en día me desdigo y me
declaro incondicional del buen tiempo. De sabios es rectificar, decía
aquel.
En mi juventud
tenía una especial querencia por los ambientes y paisajes nórdicos.
Me atraían sobremanera los prados verdes, las ciudades grises,
asépticas, revestidas de elegancia y cierto toque romanticón que
veía en muchas películas y documentales. Ése entorno frío y
desangelado lo asociaba a esa Europa culta, rica, amante del orden y
de la justicia.
Precisamente a
esos países septentrionales, protestantes y calvinistas la mayoría
de ellos y posiblemente por eso laboriosos y prósperos, los
consideraba con envidia espejos donde mirarse. Ahora y aun admirando
su prosperidad, de manera incomprensible deploro sus plomizos cielos y
sus pertinaces lluvias.
Quizás, y
aludiendo al dicho según el cual se desea más lo que no se tiene,
como he padecido y/o disfrutado de largos y calurosos veranos a lo
largo de buena parte de mi vida, pues ansiaba justo lo contrario, es
decir, tiempo fresco y entornos sombríos.
También es
posible que influyera en mi debilidad por las brumas nórdicas la
locuacidad de los numerosos emigrantes que retornaban cada verano al
pueblo y nos agasajaban con historias increíbles de bienestar y
abundancia de las que disfrutaban allende los pirineos. O tal vez los
entusiastas turistas que a veces se aventuraban atravesar la poco
habitual “Ruta de la
Plata” camino de Sevilla, y
me sorprendían tan rubios ellos y ellas… Y tan modernos y
desinhibidos, pero..
Pasados los
años uno ya no es el mismo. He viajado, leído, mirado,
padecido, o disfrutado otros parajes y ambientes; tantos que ahora
puedo discernir y juzgar con conocimiento de causa. Tal vez por
esto y por algunas otras razones resulta que me empiezan a gustar los
veranos y con ellos lo meridional, al menos en materia climatológica.
Estoy empezando,
aunque tarde, a apreciar las bondades del estío, y a sus largas y
cálidas tardes. Y me solazan de manera insólita los apacibles
paseos bajo las escasas sombras de las raquíticas arboledas urbanas.
Tanto he debido cambiar en estos asuntos que incluso constato que
buen tiempo y calidad de vida pueden ser sinónimos a tener muy en
cuenta. Y es que...
Lo he
pensado mejor, dejo el crudo invierno para gente seria, cumplidora,
formal, educada. Abandono mis soñadas brumas para siempre porque, entiendo que son más propias de gentes circunspectas, responsables,
solventes en carácter y costumbres. Y porque mejor aceptar lo
que dispuso la evolución y sean ellos, los de piel albar y
cabellos claros, mas adaptados, los que soporten las duras inclemencias
atmosféricas, y...
Me vuelvo con mi
gente, regreso en deseos a la tórrida canícula veraniega, a
sudar la gota gorda y a las noches interminables de cerveza y
calimocho en los pringosos veladores de antaño... Sí, definitivamente retorno a
la improvisación y a la apatía sureña..
Y dejo para
siempre mis sueños juveniles de los ambientes húmedos y sombríos porque, al fin y al cabo solo eran eso, sueños. Pues soñaba cuando
veía Sherlock Holmes, lupa en mano rastrear pistas tras el asesino
por alguna nebulosa y fría calle de Londres. Soñaba, también,
imaginando a Emma Bobary haciendo el amor con León Dupuis dentro del
carruaje, mientras éste a toda velocidad arañaba las heladas
baldosas de la Plaza Vendome de Paris mitigando en lo posible con su
ensordecedor ruido los gemidos de placer de la pareja. Y soñaba, por
supuesto, mientras leía en mis libros favoritos cómo Poe, ebrio de
vino rancio, menudeaba de taberna en taberna hasta caer exhausto en
cualquier calle del desapacible y melancólico Boston.
En resumidas
cuentas he llegado a tal grado de sensatez que en mis sueños y
apetencias despido al invierno con efusión y doy la bienvenida a una
nueva y esperanzadora primavera, precursora, sin duda, de un radiante
verano.
Dicho queda…
Joaquín
Yerga
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