Nunca te dejé de querer, sólo dejé de insistir.
Al poco de llegar encontró la casa que buscaba, justo en la dirección que le habían dado. Estaba casi al final de la más bonita avenida de Zafra, cerca del antiguo cine Alcázar. Era un bonito chalet adosado perteneciente a una cuidada urbanización. Nada más verlo, mi amigo Mario ya se imaginó el alto nivel de vida de los propietarios..
Se dirigió a la entrada y un simpático y solícito portero salió a su encuentro..
-- ¿Qué desea, señor?
Mario le facilitó las oportunas explicaciones y el portero le abrió la puerta de la urbanización indicándole después el chalet que buscaba. Subió los cuatro o cinco escalones de la escalerilla que le daba acceso y se paró justo delante de la puerta. Allí permaneció durante unos minutos cavilando sobre si pulsar o no el timbre.
Tal vez se precipitó al aceptar la invitación –pensó-- y su mente voló por un instante al día anterior cuando, paseando por la calle Llerena del pueblo tropezó casualmente con su buen amigo de la infancia Juanjo, al que hacía mucho tiempo que no veía. Se saludaron entrañablemente y compartieron unos cafés en el bar Sala. Allí, entre añoranzas y recuerdos, Juanjo le fue contando lo bien que le iba en la vida...
Le dijo que se había divorciado de su primera mujer con la que había tenido un hijo, y que ahora estaba a punto de volverse a casar con una chica estupenda. Estaba viviendo --según dedujo mi amigo Mario-- su etapa más feliz. Económicamente había prosperado bastante —siguió contándole-- y le suplicó que le visitara en su casa pues ahora vivían cerca del pueblo, en Zafra. Llegó incluso a ofrecerle compartir juntos algún negocio inmobiliario del que él era, según decía, un experto. Esto último le animó, pues no estaba pasando por su mejor momento económico precisamente, pero también le hizo recelar un poco.
Por el pensamiento de Mario pasaron, también en ese instante, escenas de su vida bastantes desagradables porque, a diferencia de su amigo Juanjo, a él las cosas no les fueron tan bien. Sentimentalmente aun sufría la separación de su mujer. Hacía ya casi dos años de ese penoso asunto y todavía lo recordaba como si fuera ayer. Cuando lo de la separación ella se fue de Fuente de Cantos y no había vuelto a saber nada. Ni a levantar cabeza, por cierto. Pepi lo había sido todo para él, ¡la mujer de su vida!, y no exageraba. Pero las cosas terminaron mal, no se entendieron, ¿o tal vez hubo algo más?. No obstante son historias pasadas –razonó Mario-- Ahora estaba allí, en Zafra, parado frente la casa de su amigo y dudando si tal vez se apresuró un poco al aceptar su invitación.
Decidió poner fin a sus reflexiones y tocar el timbre. En unos segundos una mujer de mediana edad y de rasgos latinoamericanos le abrió la puerta.
--¿Buenos días? ¿Qué desea? --le preguntó ésta haciendo esfuerzos por ser amable..
Hechas las presentaciones y aclarada su intención de ver al dueño de la casa, la mujer le hizo pasar a un amplio vestíbulo indicándole con un gesto que se sentara mientras le anunciaba que Juanjo le estaba esperando y que en un momento le recibiría. Mi amigo dio las gracias a la sirvienta y se acomodó en el amplio sofá triplaza de color verde claro magníficamente tapizado y situado en el centro de la salita.
Mientras esperaba ser recibido, con curiosidad fue observando el amplio recibidor posando su mirada aquí y allá, sobre todo en los objetos más destacados de la estancia. Sobre una mesita de madera que estaba situada en medio de los sofás resaltaba un marco de plata de buena ley con una foto de familia en la que destacaba su amigo Juanjo ataviado con ropa veraniega. Sostenía en sus brazos a un hermoso niño rubio de unos dos años de edad. La foto, en la que se veía a los dos sonrientes mirando el objetivo de la cámara, parecía hecha (según los barquitos que se distinguían al fondo) en un puerto de mar. Por el aspecto de Juanjo, mi amigo Mario calculó muy reciente la ejecución del retrato.
Mientras pasaban los minutos y después del repaso visual a los objetos de la estancia, un destello de agradable sensación pasó por la mente de Mario. Por el magnífico aspecto de su amigo en la foto y del risueño rostro de su hijo, tuvo la percepción de encontrarse en la casa de un triunfador. No hay duda --pensó- que a pesar del anticuado estilo de la decoración se encontraba en un hogar feliz y próspero. Y se dejó llevar de nuevo por elucubraciones…
Por un momento mi amigo volvió a pensar en su futuro, pues teniendo en cuenta el magnífico recibimiento y las muestras de cariño mostradas por su amigo Juanjo hacia él, sin olvidar tampoco las interesantes proposiciones empresariales ofrecidas por éste, tenía motivos suficientes para la esperanza.
Le despabiló de esos agradables pensamientos la aparición de Juanjo que, con rostro saludable y alborozado, iba yendo hacia él dispuesto a darle un fuerte abrazo. Detrás de él divisó la que parecía una hermosa mujer trayendo de la mano, tal vez al niño de la foto dispuestos también a saludarle.
Cuando Mario, jubiloso, después de abrazar a Juanjo, levantó su mirada hacia la que iba a ser la mujer de su amigo, su rostro demudó de súbito mientras todo su cuerpo sufría un espasmo de emoción ¡No podía creer lo que veía! ¡Dios santo!! ¡Esa mujer, la que iba a casarse con su amigo no era otra que la suya, Pepi!..
Anonadado y completamente fuera de sí, sin saber que hacer ni qué decir se comportó con ellos como un pelele que mueve el viento. Necesitó mucho tiempo y algo de ayuda para reponerse.. Evidentemente no fue aquél el mejor día de su vida.
A la mañana siguiente, todavía tocado anímicamente por el incidente, me contó la sorprendente aventura con su exmujer y su amigo. Os advierto que no todo fue tan casual como parecía..
Joaquín
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