¿Quién no tiene un garbanzo negro en la familia? Nosotros los españoles, como país, tenemos unos cuantos. Aunque quizás el más golfo de
todos fuera el Papa Alejandro VI, de la familia Borgia; con él llegó el
Vaticano a la cúspide del escándalo y la indecencia; español tenía que ser el
tipo éste...
Con el asunto de los Borgia, si lo unimos al de la
leyenda negra de América y la inquisición, ya tenemos los sufridos españoles
el trío de infundios perfecto que nos impidiese durante siglos levantar la
cabeza de la dignidad. Y bien que se aprovecharon de estos embustes nuestros
enemigos (sobre todo Inglaterra) para exagerar lo mal que lo hemos hecho en la
historia.
No obstante, debemos reconocer que la conducta de esta
insólita familia fue la repera. Alejandro era sobrino del Papa Calixto
III, también español, aunque éste no lo hizo mal del todo. Si repasamos los
antecedentes veremos que tan solo han habido en la historia pontificia tres
Papas compatriotas nuestros. También tuvimos al Papa Luna, el de Peñíscola,
pero éste está considerado antipapa y no cuenta en la lista de los de Roma.
Dicen los historiadores, y en esto se ponen todos de
acuerdo, que Alejandro VI no lo hizo mal en asuntos políticos, económicos
y diplomáticos, pues afianzó el Estado del Vaticano en una época revuelta, en
donde España, Francia y la misma ciudad de Roma se lo
disputaban. Otra cosa son las cuestiones personales y religiosas. En esto,
con decirles que han pasado a la historia negra papal como los más perversos,
obscenos o inmorales, está todo dicho.
Antes de ser nombrado Papa fue vicecanciller del Estado
Vaticano durante los cuatro mandatos anteriores, es decir
experiencia tenía el amigo. Éste empleo le hizo amasar una fortuna
considerable. Tanto dinero se embuchó que llegó a comprar el cargo de Papa con los
lingotes de oro que pudieron transportar cuatro mulas fortachonas. También
algunas gestiones de familiares ayudaron bastante.
De todos sus hijos, porque no crean, tuvo tres y montones de
amantes, su preferido era el pequeño Juan, al que tenía destinado como heredero
de su cargo y bienes. Pero una noche su cuerpo apareció flotando en las
aguas del Tíber. Lo habían asesinado con cuatros navajazos
mortales de necesidad. Aunque destrozado por su muerte, Alejandro no quiso
investigar porque se temía lo peor; que fuera (y con razón) su otro
hijo mayor, César, el culpable.
Poco después de asesinar a su hermano, César instigó a su
padre a que lo nombrase Capitán General de la iglesia. Alejandro no lo dudó ni
un instante, ¡Menudo era César!.. Contaba al respecto un embajador, que todas
las noches aparecían asesinados en Roma cuatro o cinco enemigos de los Borgia.
El terror se apoderó de Roma en aquella
obscena época, nadie estaba seguro y la terrible familia campaba a sus anchas
por la ciudad, y es que César, con la protección de su padre, hacía y deshacía
a su antojo.
Mientras César Borgia dominaba, bajo un régimen de terror,
el tema político, su padre, el Papa Alejandro, se lo pasaba de miedo en el
Vaticano ¡Menudas comilonas y orgias organizaba el compadre! Nos dicen
fuentes solventes que en algunas de éstas bacanales gordas que preparaba
en los salones del Vaticano, participaban activamente su hijo Cesar y su única
hija, Lucrecia, criatura jovencita y bien agraciada, por cierto. En una de
estas juergas contrató a cincuenta prostitutas y las hizo bailar desnudas.
Después debían participar en un juego que consistía en recoger castañas del
suelo a gatas. Al término se daban premios (jubones de seda, zapatos etc.) a
quienes más veces lograsen sodomizar a las fulanas. Como podemos
comprobar, un santo varón éste compatriota nuestro, el Papa Alejandro VI.
A su hija Lucrecia la casó varias veces,
según convenía para los intereses de la familia; y en todas ellas aparecieron
asesinados sus infelices maridos. Una vez se dejó ver
embarazada y concibió un hijo, pero no se tardó mucho en vérsele
flotar, muerto, en el Tíber al pobre niño, como tantos otros. Un personaje
importante de la época declaró, (aunque eso no está demostrado) que ése hijo
era de Alejandro, su padre. También aseguró que éste siempre tuvo celos de
Lucrecia. De su hijo mayor, César hubo rumores, por los mentideros de Roma, de
incesto con su hermana.
Cuando murió Alejandro en 1503, a los setenta y dos años, y
bien harto, el tío, de todos los placeres terrenales habidos y por
haber, se terminó el chollo de la familia. César tuvo que huir, y murió
como siempre había vivido, guerreando. Lo hizo cerca de Pamplona por
asuntos de herencia.
Lucrecia, que ha quedado para la historia como paradigma de
mujer lujuriosa e impúdica, y que participó vivamente en muchas de las orgias
que su padre y hermano organizaban murió de parto a los treinta y nueve
años. Pero antes, incluso estando casada, mantuvo romances con un cuñado
bisexual y con el poeta Pietro Bembo, menuda joya la niña ¡Claro! que con
ése padre!..
De todas maneras que nadie se escandalice demasiado por lo
que hicieron éste Papa y su prole, porque siglos antes el papado era un
cachondeo. Se nombraban cardenales a niños de once años, y a los Papas los
ponían y quitaban a conveniencia las familias romanas o los reyes de turno. En
cuanto al tema carnal, aunque muchos tenían amantes y multitud de hijos,
tal vez Alejandro se lleve el premio al más descarado de todos.
Como era español y aragonés para más señas, aunque
establecido en Gandía, italianizó su apellido de Borja por el de Borgia;
así parecía más auténtico. Diplomáticamente no se portó mal con España. Entonces
gobernaban aquí con mano de hierro, Isabel y Fernando, y comenzábamos nuestra
etapa más gloriosa de la historia. Él fue el que les puso el sobrenombre de Reyes
Católicos.
Los sempiternos enemigos de nuestro país han aprovechado
estos episodios para denigrarnos y ponernos a la altura de los caballos, aunque,
siendo sinceros, algo de razón sí que tenían. Lo malo de todo esto es que
aun hoy compatriotas nuestros todavía recurren a estas páginas poco
dignas de nuestra historia para despotricar contra todo nuestro pasado. Y es
son más tontos que Abundio…
Dicho queda…
Joaquín Yerga
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