domingo, 5 de marzo de 2017

La familia ni tocarla





Quiero, a la sobra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña se puso mala,
la niña murió de amor.

Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda...

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.

Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.

Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.

(José Martí)


¿Quién no tiene un garbanzo negro en la familia? Nosotros los españoles, como país, tenemos unos cuantos. Aunque quizás el más golfo de todos fuera el Papa Alejandro VI, de la familia Borgia; con él llegó el Vaticano a la cúspide del escándalo y la indecencia; español tenía que ser el tipo éste...
Con el asunto de los Borgia, si lo unimos al de la leyenda negra de América y la inquisición, ya tenemos los sufridos españoles el trío de infundios perfecto que nos impidiese durante siglos levantar la cabeza de la dignidad. Y bien que se aprovecharon de estos embustes nuestros enemigos (sobre todo Inglaterra) para exagerar lo mal que lo hemos hecho en la historia.
No obstante, debemos reconocer que la conducta de esta insólita familia fue la repera. Alejandro era sobrino del Papa Calixto III, también español, aunque éste no lo hizo mal del todo. Si repasamos los antecedentes veremos que tan solo han habido en la historia pontificia tres Papas compatriotas nuestros. También tuvimos al Papa Luna, el de Peñíscola, pero éste está considerado antipapa y no cuenta en la lista de los de Roma.
Dicen los historiadores, y en esto se ponen todos de acuerdo, que Alejandro VI no lo hizo mal en asuntos políticos, económicos y diplomáticos, pues afianzó el Estado del Vaticano en una época revuelta, en donde España, Francia y la misma ciudad de Roma se lo disputaban. Otra cosa son las cuestiones personales y religiosas. En esto, con decirles que han pasado a la historia negra papal como los más perversos, obscenos o inmorales, está todo dicho.
Antes de ser nombrado Papa fue vicecanciller del Estado Vaticano durante  los cuatro mandatos anteriores, es decir experiencia tenía el amigo. Éste empleo le hizo amasar una fortuna considerable. Tanto dinero se embuchó que llegó a comprar el cargo de Papa con los lingotes de oro que pudieron transportar cuatro mulas fortachonas. También algunas gestiones de familiares ayudaron bastante.
De todos sus hijos, porque no crean, tuvo tres y montones de amantes, su preferido era el pequeño Juan, al que tenía destinado como heredero de su cargo y bienes. Pero una noche su cuerpo apareció flotando en las aguas del Tíber. Lo habían asesinado con cuatros navajazos mortales de necesidad. Aunque destrozado por su muerte, Alejandro no quiso investigar porque se temía lo peor; que fuera (y con razón) su otro hijo mayor, César, el culpable.
Poco después de asesinar a su hermano, César instigó a su padre a que lo nombrase Capitán General de la iglesia. Alejandro no lo dudó ni un instante, ¡Menudo era César!.. Contaba al respecto un embajador, que todas las noches aparecían asesinados en Roma cuatro o cinco enemigos de los Borgia.
El terror se apoderó de Roma en aquella obscena época, nadie estaba seguro y la terrible familia campaba a sus anchas por la ciudad, y es que César, con la protección de su padre, hacía y deshacía a su antojo.
Mientras César Borgia dominaba, bajo un régimen de terror, el tema político, su padre, el Papa Alejandro, se lo pasaba de miedo en el Vaticano ¡Menudas comilonas y orgias organizaba el compadre!  Nos dicen fuentes solventes que en algunas de éstas bacanales gordas que preparaba en los salones del Vaticano, participaban activamente su hijo Cesar y su única hija, Lucrecia, criatura jovencita y bien agraciada, por cierto. En una de estas juergas contrató a cincuenta prostitutas y las hizo bailar desnudas. Después debían participar en un juego que consistía en recoger castañas del suelo a gatas. Al término se daban premios (jubones de seda, zapatos etc.) a quienes más veces lograsen sodomizar a las fulanas. Como podemos comprobar, un santo varón éste compatriota nuestro, el Papa Alejandro VI.
A su hija Lucrecia la casó varias veces, según convenía para los intereses de la familia; y en todas ellas aparecieron asesinados sus infelices maridos. Una vez  se dejó ver embarazada y concibió un hijo, pero no se tardó mucho en vérsele flotar, muerto, en el Tíber al pobre niño, como tantos otros. Un personaje importante de la época declaró, (aunque eso no está demostrado) que ése hijo era de Alejandro, su padre. También aseguró que éste siempre tuvo celos de Lucrecia. De su hijo mayor, César hubo rumores, por los mentideros de Roma, de incesto con su hermana.
Cuando murió Alejandro en 1503, a los setenta y dos años, y bien harto, el tío,  de todos los placeres terrenales habidos y por haber, se terminó el chollo de la familia. César tuvo que huir, y murió como siempre había vivido,  guerreando. Lo hizo cerca de Pamplona por asuntos de herencia.
Lucrecia, que ha quedado para la historia como paradigma de mujer lujuriosa e impúdica, y que participó vivamente en muchas de las orgias que su padre y hermano organizaban murió de parto a los treinta  y nueve años. Pero antes, incluso estando casada, mantuvo romances con un cuñado bisexual y con el poeta Pietro Bembo, menuda joya la niña  ¡Claro! que con ése padre!..
De todas maneras que nadie se escandalice demasiado por lo que hicieron éste Papa y su prole, porque siglos antes el papado era un cachondeo. Se nombraban cardenales a niños de once años, y a los Papas los ponían y quitaban a conveniencia las familias romanas o los reyes de turno. En cuanto al tema carnal, aunque muchos tenían amantes y multitud  de hijos, tal vez Alejandro se lleve el premio al más descarado de todos.
Como era español y aragonés para más señas, aunque establecido en Gandía, italianizó su apellido de Borja por el de Borgia; así parecía más auténtico. Diplomáticamente no se portó mal con España. Entonces gobernaban aquí con mano de hierro, Isabel y Fernando, y comenzábamos nuestra etapa más gloriosa de la historia. Él fue el que les puso el sobrenombre de Reyes Católicos.
Los sempiternos enemigos de nuestro país han aprovechado estos episodios para denigrarnos y ponernos a la altura de los caballos, aunque, siendo sinceros,  algo de razón sí que tenían. Lo malo de todo esto es que aun hoy compatriotas nuestros todavía  recurren a estas páginas poco dignas de nuestra historia para despotricar contra todo nuestro pasado. Y es son más tontos que Abundio…
Dicho queda…
                                                             
                                                         Joaquín Yerga
                                                                                                         


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