Y así como los pueblos sin dignidad son rebaños, los individuos sin ella son esclavos.(J .Ingenieros)Siempre he apoyado de manera contundente nuestra unidad como nación (aun lo hago pese a todo). Sé que unidos somos más grandes, y nos da más capacidad de defendemos ante cualquier ofensa o ataque de toda índole y condición, ya sea económica, cultural, social, o incluso militar, aunque reconozco que esto último pueda parecer impensable. Porque entiendo que los países pequeños, que en tiempos de paz y prosperidad son afortunados, sin embargo, en momentos de zozobra pueden ser ninguneados o engullidos por los más grandes.Encuentro admisible que cualquier ciudadano pueda querer a su patria, porque es humano, natural y hasta inteligente, si me apuran. Todos lo hacen en el mundo con la suya propia. Y creo que hacerlo con el ánimo de mejorar o de competir con otras honestamente y sin menospreciar a nadie es justo y pertinente. De otra forma quedaríamos fuera de todo poder de decisión en el planeta. Y es que, nos guste o no así funciona la humanidad.Desde siempre he tenido verdadera pasión por contemplar definitivamente una España grande y fuerte en el mundo, en donde la democracia más absoluta y el respeto por todos sea condición indispensable para ello. No miento si les digo que he sufrido verdadera envidia por los pocos países libres y prósperos que en el mundo han sido. Y que me muero de ganas de ver algún día al nuestro como paradigma del progreso y bienestar, aunque soy consciente de que aún estamos lejos de ello. Previamente debemos mejorar mucho en educación y cultura porque en esos menesteres aún nos queda bastante camino por andar.Lamentablemente también les digo, (y no es mi intención deprimir a nadie) que estoy empezando a flaquear. Mis fuerzas en ese terreno están llegando a su fin, pues me temo que los enemigos de ese ideal de España que he anhelado siempre nos están ganando la batalla.Hasta hace unos años teníamos a los adversarios controlados. Nosotros éramos muchos, con más razones y más unidos que hoy. Perfilábamos, todos los constitucionalistas, casi sin excepción, una mayoría aplastante. Los otros, sin embargo, eran los cuatros nacionalistas de siempre, exacerbados y violentos que todos conocíamos.Pero hete aquí que gran parte de lo que éramos hace un par de lustros ha cambiado de manera concluyente. Apuesto lo que sea que la crisis y la corrupción ha trastocado nuestros ideales. Ahora una parte de nosotros mismos no estamos seguros qué queremos ser de mayor. Unos tal vez de manera inconsciente, pero otros deliberadamente y en aras de cumplimentar su propia revolución proletaria trasnochada, acceden sin pudor a las exigencias de los nacionalistas más rupturistas.Estoy por asegurar que hoy en día, tristemente, nos batimos en retirada. Vamos camino, o bien de aceptar alguna independencia que otra, o bien de concebir una España confederal, mucho más autonomista y por lo tanto más desigual que la que tenemos. Que conste, y lo digo a modo de información, que a más poder a las autonomías más leyes propias tendrán y más injustos seremos pues los ricos los serán aún más. Permítanme advertirles de algunos próximos contratiempos: Que nadie se rasgue las vestiduras después, cuando comprueben estupefactos cómo merma el mercado único español y cómo cada región hará de su capa un sayo.Mi pesimismo se agudiza aún más, y hasta llegar a perturbar mi capacidad de aguante, cuando compruebo y soporto, día sí y otro también, los insultos con los que los nacionalistas obsequian a nuestro pueblo. Son décadas ya de menosprecio a nuestros símbolos y costumbres. Y lo que es más importante, termina por socavar nuestra credibilidad de nuestra joven democracia.Toda esta falta de consideración de los independentistas catalanes para con nuestras leyes, que nos dimos todos por cierto, incluidos ellos, no son más que una última gota en la inmensidad de ese océano de humillaciones a la que nos tienen sometidos los nacionalistas. Tal es así que nosotros mismos estamos asumiendo esa subestima, y eso es muy peligroso. Por eso entiendo que ha llegado la hora de replantearme seriamente si merece la pena seguir presumiendo de país grande y uniforme, cuando es solo apariencia. Hace ya tiempo que el nuestro es un reino de taifas, en donde cada uno presume de sus raquíticas diferencias con el vecino y donde apenas nos une cuatro cosas generales, entre ellas la liga de fútbol y el Corte Inglés, ahora también Mercadona. Incluso estamos a las puertas de ser el hazmerreír del mundo, cuando durante los grandes eventos que organizamos, desdeñamos nuestra bandera, pitamos nuestro himno o nos salen sarpullidos pudorosos ante la palabra España.Reconozco que, precisamente ésta actitud es lo han perseguido siempre los independentistas y afines; que de tanto hartazgo nosotros mismos les facilitemos vía libre a sus pretensiones. Admito sin reparos que quizás tanta machacona insistencia les ha salido tan bien que al final hayan triunfado por nuestro supino aburrimiento Decía Ortega y Gasset que el problema catalán es insoluble y que había que acostumbrarse a vivir eternamente con él. Yo, y perdóneseme la osadía estoy en fase de contradecir a nuestro excelso filósofo, creo que ha llegado la hora de mandarlos directamente a la M.Sé que toda esta diatriba no les va poner de mejor humor. Y estoy por asegurar que estos constantes desprecios a nuestras leyes y símbolos me han pillado hoy en horas bajas (discúlpenme por ello). Posiblemente mañana volveré a defender a nuestro país como un gran nación diversa y plural, pero no les garantizo hasta cuándo.Dicho queda…Joaquín Yerga
martes, 7 de marzo de 2017
Sin pelos en la lengua
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario