lunes, 10 de diciembre de 2018

Sí, este rey hemos tenido...




¿Mi secreto? ¡Es tan triste! Estoy perdido
de amores por un ser desparecido,
por un alma liberta,
que diez años fue mía, y que se ha ido...
¿Mi secreto?. Te lo diré al oído.
¡Estoy enamorado de una muerta!
¿Comprendes -tú que buscas los visibles
transportes, las reales, las tangibles
caricias de la hembra, que se plasma
a todos tus deseos invencibles-
ese imposible de los imposibles
de adorar a un fantasma?
(Amado Nervo)


Les voy a contar una historia muy nuestra pero, apuesto lo que sea que muy pocos conocen. No hace tanto tiempo que sucedió, apenas 125 años; los tatarabuelos de los que hoy rondamos mediana edad la vivieron. Otra cosa es que según estaba el patio entonces quizás muchos ni se enteraran.
A mediados del siglo XIX, Madrid y España en general era un hervidero de golpes de estado, alzamientos militares, revoluciones, manifestaciones y un largo etcétera de inquietudes políticas. Andaban entonces gobernando, o intrigando y “jodiendo la marrana”, con perdón, tipos tan conocidos como: el general Serrano (liberal y antiguo amante de la reina Isabel II), O´Donnell, (general y político liberal) Narváez (general y político conservador) Prim (general y político de izquierdas) o los simples políticos Sagasta o Bravo Murillo, por nombrar solo algunos. Por cierto, todos estos tienen dedicadas grandes calles y avenidas en la capital.
En 1868 estaba a su fin el reinado de Isabel II, derrocada y exiliada en Francia como consecuencia de la revolución llamada, “La Gloriosa” ¿Y Saben quien conspiró con más ardor para destituirla? Pues nada menos que el duque de Montpensier, su cuñado y marido de su hermana María Luisa (si,la de ése parque tan bonito de Sevilla, porque allí vivían ellos, con permiso de Isabel, después de ser expulsados de Francia). Reunidos, pues, las fuerzas vivas de la nación (diputados) decidieron por mayoría buscar otro rey, pero con la condición de que no fuera un Borbón... ¡Estaban hasta el gorro de ésta dinastía!...
El general Prim, un político como dios manda y catalán de los de entonces, se fue a recorrer Europa en busca de un rey que contentara a todos, excepto a los republicanos, ¡claro!, que ya los había. Después de mucho buscar encontraron a uno que se prestó a ello, un tal Amadeo de Saboya, de la casa real italiana. Le convencieron prometiéndole un reinado lago y pacifico en un país que le recibiría con los brazos abiertos... ¡Qué poco sabia el pobre lo que le esperaba!..
Embarcó en Génova y llegó a Madrid, después de atracar el barco que lo traía en Valencia, con tan mala suerte que, su mentor, el general Prim, el tío que más se había preocupado de traerlo y convencerlo, había sido asesinado el día anterior en una calle de Madrid. Solo pudo asistir a su velatorio y entierro, ¡Mal empezaba la cosa!... Pero el hombre hizo de tripas corazón, juró su cargo a pesar de lo mal que estaba el ambiente político de enrarecido, y se dispuso a reinar con buena voluntad.
Amadeo, un hombre joven y con espíritu liberal, dejó a su mujer en Italia hasta comprobar cómo estaba el patio. Pero, él solo, aquí en Madrid y con 26 añitos, no iba a tardar mucho en ser seducido por alguna lagarta ¿Y se imaginan quién empezó el cortejo? Pues nada menos que Adela, una de las hijas de Larra, el famoso escritor. Estaba considerada entonces lo que ahora llamaríamos una sex simbol, y el nuevo rey cayó en sus garras. Cuentan cómo se los veían a los dos acaramelados y de tapadillo por algunas de las fiestas que potentados organizaban en los palacetes del paseo del Prado. El pueblo de Madrid comprendía, encantado, estos trapicheos de faldas del nuevo rey; no hay que olvidar que esto era nuevo, los borbones lo hacían igual pero con soberbia, y no se enteraba nadie.
Al cabo de unos meses se trajo a su joven esposa y se le acabó la juerga amorosa. María Victoria, que así se llamaba la susodicha, era una muchacha muy preparada; había estudiado varios idiomas y un par de carreras, y poco tardó en levantar la envidia de las cortesanas y de la rancia aristocracia madrileña. Como se dispuso hacer lo posible para mejorar la vida de muchos españoles necesitados, enseguida empezaron a verla mal y a no considerarla una de las suyas; ésta gente solo quería ágapes, fiestas y protocolos.
Pero las disputas políticas iban en aumento. Fue una época de cambios y revoluciones en Europa, y España no se iba a librar. Al rey lo ninguneaban, los políticos apenas le hacían caso, los militares se sublevaban, incluso llegó a sufrir un atentado en la calle Arenal. Un día, volviendo del Retiro con su mujer, le dispararon una ráfaga de disparos desde algún balcón de ésa hermosa calle y muchos impactaron en el coche donde iban los. La policía abatió a dos terroristas y el resto fue detenido, pero a punto estuvieron de ser asesinados. No obstante, el rey demostró una sangre fría a prueba de bombas; al día siguiente se fue andando al lugar del atentado consoló a algunas victimas y paseó por la Puerta del Sol . Sin duda fue un gran tipo, el rey que necesitaban los españoles pero...
Después de tres años de duro batallar contra las circunstancias españolas, no pudo seguir, le fue casi imposible, tuvo que abdicar. Y, mira si somos desagradecidos que se fueron casi solos, abandonados; él, rey de España, su mujer, la reina, y su niño (en estos años habían tenido un bebé). En la estación de Atocha al coger el tren que los llevaban de vuelta a Italia, vía Lisboa, solo tres personas se presentaron a despedirlos... Eso lo dice todo..
La prensa europea fue unánime en elogiar la honesta actitud de Amadeo de Saboya y la abyecta de los políticos españoles. Al llegar a Lisboa se encontró con un telegrama del alcalde de Nápoles que decía : “Señor, creísteis reinar en un pueblo y os encontrasteis con una plebe que no merece la libertad, y sí sólo el látigo del “derecho divino” o el de la demagogia”. No quiero hacer comparaciones pero echen un vistazo a lo que tenemos ahora...
Dicho queda...
                                              cosasdejoaquinyerga@blogspot.com


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