El jardín de las delicias
Podrán
cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera
(Pablo
Neruda)
Reconozco
que ni entiendo ni me apasiona el tema, pero sé de su importancia en
nuestras vidas. El otro día me di una vuelta por el Jardín
Botánico de Madrid, (aunque ya había estado otras veces) me
llamó la atención, y fue la excusa para volver, una magna
exposición y siembra de tulipanes,
que aprovechando la época y el buen escaparate que es el jardín,
habían organizado los promotores y que auguraba, por cierto, ser muy atractiva, y lo fue efectivamente. No obstante era ya fin de temporada y no
exhibían éstos precisamente su máximo esplendor.
El
Jardín botánico de Madrid es uno de los mejores del mundo; ya lo
era desde que lo creó Carlos III allá por el siglo XVIII.
Por él han pasado importantes científicos en la materia, el más
conocido Antonio José de Cavanilles, considerado el mejor
naturalista español de todos los tiempos. Él fue el que le dio
prestigio y el que lo convirtió, para orgullo nuestro, en el primero
de Europa.
El
parque, para el que no lo conozca o no sepa de él, es una maravilla,
un remanso de paz dentro de la gran urbe; un oasis de verdor, armonía
y pura naturaleza en medio de la caótica algarabía de la ciudad. El
hecho de estar entre Cibeles y Atocha, justo en el centro del casco
urbano le da, más si cabe, un valor excepcional.
Si
lo comparamos con las 140 hectáreas del Retiro (140 campos de
fútbol como dicen ahora) por supuesto, apenas le hace sombra, pero
son 10 hectáreas de superficie arbolada y decenas de bucólicas
veredas flanqueadas de innumerables especies de plantas naturales y
exóticas provenientes de cualquier lugar remoto del planeta, y que
hacen las delicias del paseante.
El
Jardín pertenece al Consejo Superior de Investigaciones Científicas
(CSIC) y ha sido desde siempre un campo de pruebas y
experimentos botánicos, así como lugar de aclimataciones de flora
foránea en el duro clima mesetario madrileño. Ya durante los siglos
XVIII y sobre todo el XIX, se realizaron expediciones costeadas por
los reyes de turno en busca de flores y plantas desconocidas allende
el océano para uso y disfrute de los interesados.
Hay
(yo vi algunos) soberbios arboles de cientos de años de antigüedad.
Ninguno supera, por supuesto, al famoso y longevo ciprés mejicano
“Ahuehuete” del Retiro, que ya sirvió de apoyo para a
artillería de Napoleón cuando la Guerra de la Independencia, pero
se conservan estupendos ejemplares de secuoyas californianas, pinos
llorones del Himalaya, olmos de Cáucaso o cedros negros de China,
por decir algunos. Pero no solo de arboles presume éste exuberante
Jardín de las Delicias, posee, también, miles de plantas
endémicas del mundo, abundantes semilleros de incalculable valor
científico, exclusivos herbarios y las más diversas especies de
flores.
Por
cierto, y aprovechando el asunto de la botánica tan desconocida para
mi, ¿Alguien sabe la importancia que tuvo para esta hermosa ciencia
un sueco llamado, Carlos Linneo. Por si alguno lo desconoce:
éste hombre es el verdadero padre de la ecología. Recogió, estudió
y catalogó todas las plantas conocidas en su época (siglo XVIII) y
las clasificó por especies, familias y grupos. Jamás nadie se le
había ocurrido tal proeza, escribió varios y rigurosos libros
científicos sobre el asunto y desde entonces facilitó el estudio y
conocimiento de todos los seres vivos. Si hoy sabemos de qué especie
o a qué familia pertenece un animal o una planta por desconocida que
sea se lo debemos a él. Llegó a coleccionar más de 14.000 plantas
diferentes, 4.000 tipos de insectos, 3.000 cartas y mas de 1.500
libros sobre el tema. Toda esta inmensa colección se la compró a
sus herederos un inglés “bien despabilado” Con ella y el
prestigioso nombre del autor, fundó la Linnean Society of london,
germen de la famosa Royal Society, tan vital para los futuros
descubrimientos científicos.
Carl
Von Linneo, que ese era su verdadero nombre, es uno de los considerados
Padres de la Ciencia, junto a Newton, Darwin y Einstein,
precursores de todo que lo vino después. Si los seres humanos hemos
llegado a este punto de progreso y sabiduría, en gran parte se lo
debemos a ellos.
Al
salir del parque una rara y apacible sensación de armonía y
serenidad embarga al visitante, tal vez por eso me crea en el deber
de aconsejarles que imiten mi experiencia a los que aun no la hayan
experimentado, les aseguro que repiten.
Dicho
queda…
Joaquín
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