viernes, 4 de mayo de 2018

El jardín de las delicias





Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera
(Pablo Neruda)


Reconozco que ni entiendo ni me apasiona el tema, pero sé de su importancia en nuestras vidas. El otro día me di una vuelta por el Jardín Botánico de Madrid, (aunque ya había estado otras veces) me llamó la atención, y fue la excusa para volver, una magna exposición y siembra de tulipanes, que aprovechando la época y el buen escaparate que es el jardín, habían organizado los promotores y que auguraba, por cierto, ser muy atractiva, y lo fue efectivamente. No obstante era ya fin de temporada y no exhibían éstos precisamente su máximo esplendor.
El Jardín botánico de Madrid es uno de los mejores del mundo; ya lo era desde que lo creó Carlos III allá por el siglo XVIII. Por él han pasado importantes científicos en la materia, el más conocido Antonio José de Cavanilles, considerado el mejor naturalista español de todos los tiempos. Él fue el que le dio prestigio y el que lo convirtió, para orgullo nuestro, en el primero de Europa.
El parque, para el que no lo conozca o no sepa de él, es una maravilla, un remanso de paz dentro de la gran urbe; un oasis de verdor, armonía y pura naturaleza en medio de la caótica algarabía de la ciudad. El hecho de estar entre Cibeles y Atocha, justo en el centro del casco urbano le da, más si cabe, un valor excepcional.
Si lo comparamos con las 140 hectáreas del Retiro (140 campos de fútbol como dicen ahora) por supuesto, apenas le hace sombra, pero son 10 hectáreas de superficie arbolada y decenas de bucólicas veredas flanqueadas de innumerables especies de plantas naturales y exóticas provenientes de cualquier lugar remoto del planeta, y que hacen las delicias del paseante.
El Jardín pertenece al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y ha sido desde siempre un campo de pruebas y experimentos botánicos, así como lugar de aclimataciones de flora foránea en el duro clima mesetario madrileño. Ya durante los siglos XVIII y sobre todo el XIX, se realizaron expediciones costeadas por los reyes de turno en busca de flores y plantas desconocidas allende el océano para uso y disfrute de los interesados.
Hay (yo vi algunos) soberbios arboles de cientos de años de antigüedad. Ninguno supera, por supuesto, al famoso y longevo ciprés mejicano “Ahuehuete” del Retiro, que ya sirvió de apoyo para a artillería de Napoleón cuando la Guerra de la Independencia, pero se conservan estupendos ejemplares de secuoyas californianas, pinos llorones del Himalaya, olmos de Cáucaso o cedros negros de China, por decir algunos. Pero no solo de arboles presume éste exuberante Jardín de las Delicias, posee, también, miles de plantas endémicas del mundo, abundantes semilleros de incalculable valor científico, exclusivos herbarios y las más diversas especies de flores.
Por cierto, y aprovechando el asunto de la botánica tan desconocida para mi, ¿Alguien sabe la importancia que tuvo para esta hermosa ciencia un sueco llamado, Carlos Linneo. Por si alguno lo desconoce: éste hombre es el verdadero padre de la ecología. Recogió, estudió y catalogó todas las plantas conocidas en su época (siglo XVIII) y las clasificó por especies, familias y grupos. Jamás nadie se le había ocurrido tal proeza, escribió varios y rigurosos libros científicos sobre el asunto y desde entonces facilitó el estudio y conocimiento de todos los seres vivos. Si hoy sabemos de qué especie o a qué familia pertenece un animal o una planta por desconocida que sea se lo debemos a él. Llegó a coleccionar más de 14.000 plantas diferentes, 4.000 tipos de insectos, 3.000 cartas y mas de 1.500 libros sobre el tema. Toda esta inmensa colección se la compró a sus herederos un inglés “bien despabilado” Con ella y el prestigioso nombre del autor, fundó la Linnean Society of london, germen de la famosa Royal Society, tan vital para los futuros descubrimientos científicos.
Carl Von Linneo, que ese era su verdadero nombre, es uno de los considerados Padres de la Ciencia, junto a Newton, Darwin y Einstein, precursores de todo que lo vino después. Si los seres humanos hemos llegado a este punto de progreso y sabiduría, en gran parte se lo debemos a ellos.
Al salir del parque una rara y apacible sensación de armonía y serenidad embarga al visitante, tal vez por eso me crea en el deber de aconsejarles que imiten mi experiencia a los que aun no la hayan experimentado, les aseguro que repiten.
Dicho queda…
     Joaquín

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