El casoplín de Luis Bárcenas
Hay
suficiente en el mundo para cubrir las necesidades de todos los
hombres, pero no para satisfacer su codicia.
Gandhi
Treinta
y tres años y cuatro meses de cárcel, media vida, como decía Julio
Iglesias en aquella añorada canción, estos son los años que le han
caído a Luis Bárcenas, ex-tesorero del PP y posiblemente el tipo
más odiado durante una larga temporada en España. Junto a él también
han sido condenada su mujer y unos cuantos más, sobre todo el
cabecilla de la llamada, trama “Gurtel”. No sé si son muchos o
pocos, no soy quién para valorar la sentencia ni tengo datos para
hacerlo, pero sí me atrevo a juzgar que son un montón de años para
la corta vida de una persona.
Tal
vez y como ocurre con todos los casos procesales, puesto que los
partidos políticos se niegan a establecer la cadena perpetua
revisable, una vez cumplido un tercio de la condena y si se porta
bien en chirona empiece con los permisos penitenciarios. Esto
ocurrirá dentro de doce o quince años, es decir, tendrá “el
menda” para entonces setenta y cinco u ochenta años, muchos en
cualquier caso. Ignoro si la condena incluye la devolución total del
importe sustraído y su correspondiente multa, aunque sospecho que
sí, en la medida que la justicia y el Ministerio de Hacienda tenga
medios para hacerlo.
No
me negarán que el país está extremadamente sensibilizado por todos
los casos de choriceo que han surgido en estos últimos años, pero
conste que viene de atrás, de aquellos años de vino y rosas en
donde la expansión económica e inmobiliaria se salió de madre y
muchos aprovechados metieron la mano en el cazo creyendo que nunca
los pillarían. Y quizás por eso y por el endurecimiento de las
penas para éstos casos, tengamos ahora una gran desproporción de
castigo entre los delitos económicos y los de sangre. Para que se
hagan una idea, a José Bretón el padre que asesinó a sus dos hijos
y después los quemó para fastidiar a la madre, tiene una condena de
treinta y cinco años.
Vaya
por delante que a mí me parece tan justo que a un tipo le endosen
tres décadas a la sombra por robarnos a todos sin darnos cuenta
treinta millones de euros, como injusto que a otros por violar y
asesinar chicas jóvenes le endilguen lo mismo, y muchas veces menos.
O que anden sueltos por la calle delincuentes con cincuenta o setenta
antecedentes penales a sus espaldas, y que dedican sus vidas a los
robos y atracos. Porque puestos a valorar más daño hace el que nos
roba la cartera, previo susto de la navaja al cuello, pues en muchos
casos las victimas llegan a necesitar tratamiento psicológico para
superar el trance, que estos mangantes de cuello blanco que a fuerza
de comisiones ilegales y malversación de caudales públicos se han
agenciado un botín nada despreciable, pero que a nosotros, los
ciudadanos de a pie, apenas nos inquieta, sólo el monumental cabreo
cuando nos enteramos por los telediarios.
De
todas maneras ésta etapa de corrupción como la que hemos vivido
teníamos que pasarla por narices, puesto que a nuestra joven
democracia después de las muchas embestidas de todo tipo sufridas:
como: golpes de estado, nacionalismos exacerbados, terrorismo de ETA,
durísima crisis económica o fin del bipartidismo, le faltaba esta
nueva herida y su posterior cicatriz para consolidarse. Y después de
esto estaremos curados de espanto, incluso confiaremos en la
honestidad de los próximos políticos de turno, porque... ¡¡A ver
quién es el guapo que mete ahora la mano en la caja!!
En
el mundo en general, sobre todo en los países más avanzados en
democracia como son los nórdicos, la tendencia legislativa es a
endurecer las leyes penales puesto que los tiempos han cambiado. A
principios de los setenta se pensó en reblaldecerlas porque a los
que delinquían había que darles una segunda oportunidad, y fueron
efectivas. Ahora los tiempos son otros, y los delincuentes, tanto los
de poca monta como los bien organizados, son profesionales
interglobalizados (perdón por la palabreja) de la fechoría y estos
no se redimen con permisos penitenciarios ni con segundas ni terceras
oportunidades.
A
mí, permítaseme ser optimista en cuanto a los ladrones de cuello
blanco, irán a menos. Ya se cuidarán muy mucho de volver a las
andadas después de ver desfilar camino del trullo a tipos peseteros
y soberbios como éste Bárcenas. Otra cosa son los malhechores y
criminales de faca en mano, estos, mucho me temo irán a más y nos
harán más daño. Por cierto, paradojas de la vida, resulta que un
joven universitario y agitador para más señas, ha tenido que medrar en política
diciendo defender a los pobres y menesterosos para comprarse un
casoplón a las afueras y sin embargo el que ya venía con él
puesto (casoplón), por su perversa ambición desmedida nos vemos obligado a asignarle un "casoplín" de tres metros de largo por tres
metros de ancho en la cárcel de Estremera; eso sí, con todo incluido. Y miren que curioso,
ambos tienen una hipoteca a treinta años.
Dicho
queda...
Joaquin
Yerga
24/05/2018
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