domingo, 26 de febrero de 2017

Historia de dos ciudades



En un lugar remoto del centro de Grecia hay una placa con un texto grabado que dice:
"Caminante, ve a Esparta y di a los espartanos que aquí yacemos por obedecer sus leyes".


La historia de la ciudad griega de Esparta, competidora de Atenas durante varios siglos es digna de conocerse. Sé que muchos habrán leído algo de ella, y que otros tantos apenas recordaran nada de sus peripecias. Ofrezco, complacido, unos cuantos detalles.
Esparta era una ciudad situada en el Peloponeso. Ésta es una península situada al sur de Grecia. Hubo una época (en el siglo VIII ac.) en la que sus habitantes padecieron una humillante derrota militar a manos de un pueblo vecino. Estos les impusieron unas duras indemnizaciones y los trataron como esclavos durante cierto tiempo. Tan mal lo pasaron que, una vez liberados, decidieron que nunca jamás les volvería a pasar.
Eligieron a un gobernante, Licurgo, personaje semi-legendario que estableció una constitución y redactó unas leyes cuanto menos peculiares, por no decir despiadadas. Algunas de estas normas, de obligado cumplimento, se las cuento…
La base fundamental de la vida en Esparta pasó a ser a partir de entonces la creación de un estado puramente militar, de tal forma que todo girase entorno a la defensa de la ciudad para no dejarse dominar nunca por ningún pueblo extranjero. Decía Licurgo..."Una ciudad está mejor fortificada por hombres que no por murallas".
Se abolió lo individual y solo se tuvo en cuenta lo colectivo (similar al régimen comunista) El gobierno que se dispuso era (a grandes rasgos) una especie de consejo de ancianos que decidía todo en común. Por ejemplo...
A los niños los seleccionaban uno a uno y de manera precisa nada más nacer. A los muy débiles los despeñaban desde una montaña cercana y a los aptos los dejaban con sus padres hasta los siete años. A partir de esa edad se hacía cargo de ellos el Estado que los formaba de manera durísima como soldados hasta los treinta. En este aprendizaje no entraban asuntos superfluos (para ellos) como música, lectura o escritura, tan solo supervivencia, y gimnasia. Para hacernos una idea, como prueba final de su preparación les hacían estar un año entero sobreviviendo en el campo semidesnudos, y apañándoselas para comer solo con lo que cazaban y robaban.. También les permitían hacer prácticas de guerra con los Ilotas (sus propios esclavos). Imagínense los daños que les infligirían a estos pobres desgraciados. Otra peculiaridad era que la gimnasia y los distintos ejercicios deportivos les obligaban hacerlos desnudos, chicos y chicas. Por cierto, estaba consentida la homosexualidad entre ellos. El Estado no se inmiscuía, tan solo les conminaba a proporcionar hijos sanos a la ciudad.
Con estos precedentes nos podemos imaginar qué tipo de soldados tenia Esparta. Ríanse de los comandos mejor preparados de cualquier ejército del mundo al lado de éstos. Eso sí, todos fuertes y bravos pero más borricos que una mula. De hecho, de esta, ciudad/estado, nunca hubo ningún edificio digno de mención. Ni ningún filosofo, ni poeta, ni sabio que haya pasado a los anales de la historia. Hoy en día solo queda un poblado derruido con restos de casas de adobe, y poco más.
Sin embargo su contrincante Atenas era todo lo contrario. Una ciudad gobernada de manera democrática y en donde civilización y el progreso tenía su sede. Fue cuna de toda clase de academias, escuelas filosóficas, de arquitectura etc. y de un ambiente refinado excepcional para la época. Hoy todos sabemos que Atenas, y algunas otras ciudades griegas mas, fueron el origen de nuestra cultura. Aun podemos saborear restos de ese esplendor haciendo una visita a la Acrópolis.
En el año 480 a.c. el gran rey persa Jerjes, al mando de un poderoso ejército de más de 250.000 hombres se dispuso a invadir Grecia. Para pararlo se pensó en una alianza de las ciudades estado (Grecia no era un país unificado se componía de un montón de ciudades libres). Se confabularon todas las ciudades para aportar cada una de ellas una cantidad de soldados y medios. Pero como siempre pasa cuando el poder está disperso y predominan los intereses propios, muchos acabaron desertando y devino un pequeño desastre.
El general Leónidas, jefe espartano al que le dieron el mando de las tropas griegas, solo pudo reunir unos 7000 efectivos, frente al cuarto de millón de los persas. Después de diferentes vicisitudes y traiciones varias se quedó solo con sus trescientos espartanos. Se apostaron estos en el llamado Desfiladero de las Termópilas, (un angosto paso entre montañas) dispuestos a parar todo el tiempo que fuese posible a los persas y así dar tiempo a los griegos para que pudieran organizarse.
Lo que lucharon y padecieron éstos, llamados trescientos, hasta sucumbir el último de ellos fue inenarrable. Este último episodio nos lo ha puesto de moda recientemente la famosa película de Hollywood con increíbles efectos especiales, por cierto.
Ni que decir tiene que Leónidas también fue abatido. Nos dice el historiador Heródoto que en la batalla murieron los trescientos espartanos, pero se llevaron por delante a cincuenta mil persas. Jerjes, furioso, cogió el cadáver de Leónidas y aun después de muerto lo crucificó sin piedad en una cruz de madera.
La historia con los persas acabó bien para los griegos, pues supieron contenerlos. Otra cosa bien distinta fue la disputa por la hegemonía de Grecia que libraron durante un par de siglos las ciudades de Esparta y Atenas. Terminó con la victoria de la primera sobre la segunda. Y es que como siempre pasa en la historia, los civilizados, (por su decadencia y relajación de sus principios) son vencidos por los bárbaros, (más fuertes y con sus ideas más claras). Si se fijan bien, hoy en día la historia se repite; nuestra civilizada y democrática Europa, por propia dejadez, está sucumbiendo bajo los bárbaros actuales; imagino que no hace falta decirles quienes son.
De todas maneras la victoria de Esparta la pudiéramos llamar pírrica, pues poco más tarde ésta sucumbió a manos de otra ciudad estado aun más fuerte, Tebas, con su famoso general Epaminondas, al frente, pero ero eso es otra historia…


                                                   Joaquín Yerga
                            26/02/2017



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