Historia de dos ciudades
En
un lugar remoto del centro de Grecia hay una placa con un texto
grabado que dice:
"Caminante,
ve a Esparta y di a los espartanos que aquí yacemos por obedecer sus
leyes".
La
historia de la ciudad griega de Esparta, competidora de
Atenas durante varios siglos es digna de conocerse. Sé que
muchos habrán leído algo de ella, y que otros tantos apenas
recordaran nada de sus peripecias. Ofrezco, complacido, unos cuantos
detalles.
Esparta
era una ciudad situada en el Peloponeso. Ésta es una
península situada al sur de Grecia. Hubo una época (en el siglo
VIII ac.) en la que sus habitantes padecieron una humillante derrota
militar a manos de un pueblo vecino. Estos les impusieron unas duras
indemnizaciones y los trataron como esclavos durante cierto tiempo.
Tan mal lo pasaron que, una vez liberados, decidieron que nunca jamás
les volvería a pasar.
Eligieron
a un gobernante, Licurgo,
personaje semi-legendario que estableció una constitución y redactó
unas leyes cuanto menos peculiares, por no decir despiadadas. Algunas
de estas normas, de obligado cumplimento, se las cuento…
La
base fundamental de la vida en Esparta
pasó a ser a partir de entonces la creación de un estado puramente
militar, de tal forma que todo girase entorno a la defensa de la
ciudad para
no
dejarse dominar nunca por ningún pueblo extranjero. Decía
Licurgo..."Una
ciudad está mejor fortificada por hombres que no por
murallas".
Se
abolió lo individual y solo se tuvo en cuenta lo colectivo (similar
al régimen comunista)
El gobierno que se dispuso era (a grandes rasgos) una especie de
consejo de ancianos que decidía todo en común. Por ejemplo...
A
los niños los seleccionaban uno a uno y de manera precisa nada más
nacer. A los muy débiles los despeñaban desde una montaña
cercana y a los aptos los dejaban
con sus
padres hasta los siete años. A partir de esa edad se hacía
cargo de ellos el Estado que los formaba de manera durísima como
soldados hasta los treinta. En este aprendizaje no entraban asuntos
superfluos (para ellos) como música, lectura o escritura, tan solo
supervivencia, y gimnasia. Para
hacernos una idea, como
prueba final de su preparación les hacían estar un año
entero
sobreviviendo
en el campo semidesnudos, y apañándoselas para comer solo
con lo que cazaban y robaban..
También les permitían hacer prácticas de guerra con los Ilotas
(sus
propios esclavos).
Imagínense los daños que les infligirían a estos pobres
desgraciados. Otra
peculiaridad era que la
gimnasia y los distintos ejercicios deportivos les obligaban
hacerlos desnudos, chicos y chicas. Por cierto, estaba consentida la
homosexualidad entre ellos. El Estado no se inmiscuía, tan solo les
conminaba a proporcionar hijos sanos a la ciudad.
Con
estos precedentes nos podemos imaginar qué tipo de soldados
tenia Esparta. Ríanse de los comandos mejor preparados de cualquier
ejército del mundo al lado de éstos. Eso sí, todos fuertes y
bravos pero más borricos que una mula. De hecho, de esta,
ciudad/estado, nunca hubo
ningún
edificio digno de mención. Ni ningún filosofo, ni poeta, ni sabio
que haya pasado a los anales de la historia. Hoy en día solo queda
un poblado derruido
con
restos de casas de adobe, y poco más.
Sin
embargo su contrincante Atenas
era
todo lo contrario. Una ciudad gobernada de manera democrática y en
donde civilización y el progreso tenía su sede. Fue cuna de toda
clase de academias, escuelas filosóficas, de arquitectura etc. y de
un ambiente refinado excepcional para la época. Hoy todos sabemos
que Atenas,
y algunas otras ciudades griegas mas, fueron el origen de
nuestra cultura. Aun podemos saborear restos de ese esplendor
haciendo una visita a la Acrópolis.
En
el año 480 a.c. el gran rey persa Jerjes,
al mando de un poderoso ejército de más de 250.000 hombres se
dispuso a invadir Grecia. Para pararlo se pensó en una alianza de
las ciudades estado (Grecia no era un país unificado se componía de
un
montón de ciudades
libres). Se confabularon todas
las ciudades para
aportar cada una de ellas una cantidad de soldados y medios. Pero
como siempre pasa cuando el poder está disperso y predominan los
intereses propios, muchos acabaron desertando y devino un pequeño
desastre.
El
general Leónidas, jefe espartano al que le dieron el mando de
las tropas griegas, solo pudo reunir unos 7000 efectivos, frente al cuarto de millón de los persas. Después de diferentes vicisitudes y
traiciones varias se quedó solo con sus trescientos espartanos. Se
apostaron estos en el llamado Desfiladero de las Termópilas, (un
angosto paso entre montañas) dispuestos a parar todo el tiempo
que fuese posible a los persas y así dar tiempo a los griegos para
que pudieran organizarse.
Lo
que lucharon y padecieron éstos, llamados trescientos, hasta
sucumbir el último de ellos fue inenarrable. Este
último
episodio
nos lo ha puesto de moda recientemente la famosa película de
Hollywood con increíbles efectos especiales, por cierto.
Ni
que decir tiene que Leónidas
también fue abatido. Nos
dice el historiador Heródoto
que
en la batalla murieron
los trescientos espartanos, pero se llevaron por delante a cincuenta
mil persas. Jerjes,
furioso, cogió el cadáver de Leónidas
y aun después de muerto lo crucificó
sin piedad en una cruz de madera.
La
historia con los persas acabó bien para los griegos, pues supieron
contenerlos.
Otra cosa bien distinta fue la disputa por la hegemonía de Grecia
que libraron durante un par de siglos las
ciudades de Esparta
y Atenas.
Terminó con la victoria de la primera sobre la segunda. Y es que
como siempre pasa en la historia, los civilizados, (por su decadencia
y relajación de sus principios) son vencidos por los bárbaros,
(más fuertes y con sus ideas más claras). Si
se fijan bien, hoy en día la historia se repite; nuestra civilizada
y democrática Europa,
por propia dejadez, está sucumbiendo bajo los bárbaros actuales;
imagino que no hace falta decirles quienes son.
De
todas maneras la victoria de Esparta
la pudiéramos llamar pírrica, pues poco más tarde ésta sucumbió
a manos de otra ciudad estado aun más fuerte, Tebas,
con su famoso general Epaminondas,
al frente, pero
ero
eso es otra historia…
Joaquín
Yerga
26/02/2017
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