Madrid & Barcelona
Madrid
es un hombre. Barcelona una mujer, extremadamente presumida.
(C.R. Zafón)
Dicen
que el alambre lo inventaron dos catalanes tirando de una disputada peseta.
Chistes al margen, que no está el horno para bollos, sólo era por ir entrando en faena, luego les haré alguna referencia al asunto económico...
Hay muchos países en el mundo donde se
da la circunstancia que tienen, no una ciudad principal, sino dos
ciudades sobresalientes, y esto es una suerte para el
país que las acoja..Tenemos,
por ejemplo, Italia, con Roma de capital y Milán
como competidora. Otro ejemplo cercano seria Portugal, en
donde Lisboa es su metrópoli y Oporto la que
pudiéramos llamar, la otra. Un poco más lejos pero en el mismo
continente me acuerdo de Rusia con Moscú de capital
y San Petersburgo de comparsa, aunque en éste caso, y solo en él,
hubo un tiempo en donde se invirtieron los papeles; la segunda fue
villa y corte durante los siglos XVIII y XIX.
De
otros lares allende nuestras fronteras continentales me viene a la
mente Australia, con sus dos joyas de la corona, Sídney y
Melbourne, ambas modernas y prósperas urbes. O Brasil, con su
divertida y festivalera Rio de Janeiro, y su hermana mayor, la
industriosa y emprendedora, Sao Paulo. Las dos
millonarias en población y, sin embargo ninguna tiene el honor
de ser capital de ese inmenso país. Hay muchos más ejemplos, pero
quiero hablar de lo nuestro.
Lo
nuestro es, Madrid & Barcelona, una dualidad, un pique, o una feroz competencia, como queramos
llamarla, llevada a todos los terrenos, incluido el deportivo, entre nuestras dos ciudades principales. Las dos son núcleos de una
amplia zona metropolitana varias veces millonarias. Entre las dos
acaparan el 50% de la riqueza del país.
De Madrid como
capital, y ya desde finales del siglo XVI que la designara
Felipe II, se ha dicho siempre que ha sido una ciudad cortesana,
asiento de funcionarios, nobles y pedigüeños, acaparadora de
gran parte de los caudales públicos. De Barcelona sin
embargo, justo lo contrario, una urbe trabajadora, atrevida
y moderna. Y tal vez fuera cierto, hasta hace unos años.
Madrid
ha ganado enteros de treinta años para acá. De ser, casi, un
poblachón manchego (como dijo alguien) y favorecida por el
funcionariado del estado franquista, ha pasado a ser una ciudad, (eje
de una amplia zona metropolitana) de más de seis millones y medio de
habitantes. Su actividad está muy diversificada, el turismo ha
ganado auge y sobre todo su sector financiero se ha colocado entre
los tres o cuatro primeros de Europa. Es la zona más pujante de
nuestro país y destino favorito de todos los jóvenes emprendedores,
así como lugar de acomodo de las mayores inversiones extranjeras
en España.
Barcelona,
según las estadísticas ha crecido, pero menos. Aun así sigue
siendo la ciudad más visitada de España. Barcelona tiene
en su haber el privilegio de estar enclavada en un lugar inmejorable;
entre montaña y mar. Su puerto supone un gran impulso a la actividad
industrial y es lugar de atraques de cruceros, con lo que esto
supone de ayuda para el inmenso dinamismo del turismo, su principal
fuente de ingresos.
La
ciudad condal era en época franquista, incluso más determinante que
Madrid en todos los aspectos, exceptuando el político. Era centro
entonces de la región más industrial, europea y moderna. Y la
preferida para asiento de intelectuales y viajeros que venían a
España a aprender el idioma castellano. Allí estaban establecidas
todas las editoriales y los medios de comunicación más dinámicos del
país. Esto desgraciadamente para ellos se está perdiendo, en
parte, creo, por el auge del ruidoso nacionalismo uniformador y
provinciano.
Barcelona,
aún más que Madrid, fue
la gran beneficiada de todos los políticos de turno desde el siglo
XVIII. Gracias a las continuas presiones de los mandatarios y
empresarios catalanes del textil, los diferentes gobiernos de España
impusieron grandes aranceles a los productos de fuera, (mejores y más
baratos), obligando de alguna manera a los españoles comprar
los artículos catalanes, (peores y muchos más caros). Esto
hizo que la industria catalana creciera de manera exponencial y se
concentrara allí las grandes empresas.
El
siglo XIX y principios del XX, digamos fue la época dorada del
catalanismo. Allí estaban las grandes industrias, los
organizados sindicatos, y especialmente las numerosas familias
burguesas de clase media y alta, enriquecidas por la industria
textil. Fueron éstos y sus bien preparados hijos los que hicieron
de Barcelona la
ciudad moderna que contemplamos hoy.
Ellos
(la burguesía) planificaron con vistas de futuro el extraordinario
ensanche. Unos barrios bien diseñados, con inmensas avenidas
trazadas de oeste a este, como la Diagonal o El Paralelo. Y hermosas
calles transversales, (de norte a sur) es decir, de la montaña al
mar. Todo esto unido al espectacular contorno donde está asentada la
ciudad, la hace atractiva de visitar y muy agradable de vivir en
ella.
Son
muchos los encantos y privilegios de Barcelona. Sin ir más lejos y
para que no le falte de nada el maravilloso Mediterráneo le
ofrece pleitesía en sus remozadas playas de la Barceloneta. Del
Medievo les quedó un hermoso barrio y un testigo excepcional,
su catedral gótica. Pero de todo, a lo que más rédito les sacan
los barceloneses y catalanes en general es al legado que les dejó su
más ilustre paisano, Gaudí. Nunca nadie hizo tanto
(seguramente sin proponérselo) por una ciudad. Apuesto que la mitad
del turismo, (que es mucho) va por ver sus obras. Ni comparación con
lo que hizo el discreto Carlos III por Madrid.
Tampoco
debo ni quiero olvidar el pastón que nos costó a todos los
españolitos la remodelación que sufrió la ciudad cuando lo de las
Olimpiadas. Eso, y aunque nunca nos lo agradecerán lo suficiente,
fue el punto de inicio de su importancia como gran ciudad.
Barcelona
merece una visita obligada. Tiene lugares merecedores de ser vistos
sin excusas, y ya les adelanto que saldrán bien encantados del
viaje. Por cierto, perdonen la poca gracia del chiste del principio; a uno no le ha llamado Dios por el camino de la comedia....
Dicho
queda…
Joaquín
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