Abrí el buzón y extraje la carta que había en el fondo. Miré el remitente: "Conchita M.", sin más; ni calle ni ciudad de origen. Quedé sorprendido, ¿Quién demonios podría ser esa mujer?.. Rápido rompí la solapa del sobre y saqué el contenido: un folio manuscrito y una foto en blanco y negro encontré... vi la foto y todo comenzó a serme familiar.
En la foto aparecía yo, de joven, agarrado a la chica que fue mi novia allá en mi pueblo. El corazón me dio un vuelco. De repente irrumpieron recuerdos de aquella época ya casi olvidada, y en mi mente apareció, Conchita, Conchi como yo la llamaba cariñosamente ¿Cómo es posible que después de tanto tiempo se acordara de mi? ¿Qué querría ahora?, y por un instante se puse a recordar el tiempo que pasé con Conchita. No fue demasiado, pero sí intenso, y volví a evocarla tal y como era entonces, hace más tres décadas..
Conchita era ya toda una mujer a pesar de sus escasos 17 años de entonces. Todo lo contrario que yo, que siempre fui un joven enamoradizo e inmaduro. Dos años duró la relación que mantuvimos. Rompimos por mis celos. Luego me vine a Madrid, quizás para olvidarla..
Ojeando la fotografía, en la que aparecíamos los dos cogidos de la mano, sonreí al ver mi aspecto.. Luego cogí la carta y la leí...
La carta ocupaba las dos caras de un folio. En ella me recordaba Conchita el amor que siempre sintió por mi, y lo más increíble, ¡que teníamos un hijo en común!, pero que nadie, sólo ella sabía que yo era su padre. También me informaba que padecía una grave enfermedad y que ignoraba el tiempo que le quedaba de vida, por eso quería compartir conmigo el secreto tanto tiempo guardado. Me suplicaba, por favor, que no hiciera nada por ella ni por el niño; éste era feliz. Separada de su marido hace ya tiempo---continuaba la carta---se sentiría aliviada si consiguiera mi perdón. Terminaba diciéndome que siempre me quiso, y me enviaba un beso de despedida.
Abrumado por esta inesperada revelación, volví a meter la foto y la carta en el sobre y lo guardé como un tesoro. A partir de entonces no volví a ser el mismo. Un raro sentimiento de complacencia por una parte y desazón por otra se apoderó de mi ánimo. Por supuesto iba a respetar la última voluntad de Conchita. Haría un esfuerzo descomunal para no interferir en la vida de nuestro hijo.
Tampoco se lo diría a mi mujer, ni a mis hijos, claro... nunca se sabe..
Joaquín

 
Si respetó la última voluntad de la mujer, algo hizo bien en su vida
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