viernes, 10 de febrero de 2017

El niño mimado de Dios





Amiga...
Momentos tendré en los que recordaré
los besos que no me diste.
Tiempo habrá de sufrir la felicidad
que me negaste.
Hoy sólo quiero llorar las risas
que me perdí.
Tal vez las horas y los días suavicen
el poder de tus abrazos en mi memoria.
Quizás diluya tus promesas
en los confines de mi corazón.
Pero hoy sólo quiero llorar.


El nombre propio, David, es bastante habitual entre los niños españoles; antes no lo era. Ignoro qué criterios se han seguido en los diferentes países del mundo en esto de poner nombre a sus hijos en el pasado. Hoy en día apostaría lo que fuese a que la moda viene más por el cine y sus actores, o por la música y sus interpretes, que por otros motivos.
Por decir algo y a pesar de que la mayoría de los nombres de pila en los países cristianos, tanto de hombre como de mujer proceden de la biblia, bien es cierto que cada zona tiene sus propias reglas y costumbres. Por ejemplo, en España ha sido frecuente llamar a los individuos al nacer: José, Pedro, Santiago etc. en cuanto a niños. Y, María, Sara o Elisa, por decir algunos, en cuanto a féminas. Sin embargo en los países anglosajones se han decantado por otros que aquí nos sonarían muy raros, aunque salidos también de los mismos textos bíblicos.
David es bastante común en Inglaterra, o en los Estados Unidos, junto con Abraham, Moisés, Diana, o Priscilla. Estoy seguro que a todos nos vendría a la mente con nada que nos esforzáramos algún conocido famoso con esos nombres. Imagino que pocos se han parado a pensar qué hizo en la historia David y porqué es tan importante para muchas civilizaciones. Sin ir más lejos, para los judíos es casi su fundador, junto a Abraham; y el más idolatrado de todos.
David fue el rey más importante de Israel. Era un mozalbete cuando Saúl gobernaba con mano de hierro al pueblo judío; hablamos según las Sagradas Escrituras del año 1000 a.c. Un buen día, Saúl tuvo, curiosamente, un mal día, (estaba ya un poco chocho el hombre) Llamaron a David que tocaba el arpa como los ángeles para que lo tranquilizara, cosa que consiguió. A partir de ahí se hizo amiguete de Jonathan, hijo de Saúl, y empezó a medrar en la corte.
Militando aun de soldado raso en el ejército hebreo viene el episodio aquél en el que se enfrenta voluntariamente al gigantón Goliat, al que vence dándole una pedrada en la frente con su honda. Después de esto ya es aclamado por las masas, que lo hacen rey a la muerte, (en cruenta batalla contra los filisteos) tanto de Saúl como su hijo Jonathan.
David como rey tuvo mucho que desear y si no fuera porque era el ojito derecho de Dios, hubiera pasado a la historia como un gran tirano. Pero, claro, éste le perdonaba todo lo malo que hacía, y así cualquiera. Lo primero que hizo al sentarse en el trono fue enamorarse de Betsabé, la mujer de un general de su ejército. La vio bañándose en el río y, cómo estaría la chica que surgió el flechazo. Ni corto ni perezoso envió al general a primera fila de sus tropas a combatir, y cómo era de esperar al pobre lo mataron a las primeras de cambio. Con ésta faena al pillo de David se le quedó el camino libre para apropiarse de Betsabé. Se casó con ella y tuvieron al poco tiempo al bueno de Salomón.
David tuvo más hijos con otras concubinas. Su preferido y por el que bebía los vientos, precisamente, fue Absalón, pero éste le salió rana. Se rebeló contra su padre intentando ocupar su lugar, incluso lo expulsó de Jerusalén. Pero David contraatacó y el desagradecido de Absalón murió guerreando. Ni que decir tiene que a su padre le dio el disgusto de su vida porque a pesar de todo le seguía queriendo más que a nadie y había pensado en él, cómo es lógico, para la sucesión. Más tarde y temiendo rebeliones de otros hijos, nombró a Salomón, el único que tuvo con Betsabé, heredero legal.
Instigado por Yahvé (Dios) compró unos terrenos próximos a Jerusalén para edificar su Templo y albergar en él, la famosa Arca de la Alianza, que Dios le había mandado fabricar para meter en ella las Tablas de la Ley, de Moisés. El problema, a todo esto, fue que no pudo hacer el templo en vida porque Dios le impuso como castigo por sus crímenes que fuera su hijo Salomón, y no él, el que lo construyera. Al tener las manos manchadas de sangre, según criterio de Dios, tuvo que morir para que Salomón hiciera su archifamoso Templo. Por cierto, éste fue destruido y vuelto a edificar varias veces. El último en hacerlo fue el emperador romano Tito. Aun hoy sobre restos de sus muros (El Muro de las lamentaciones) rezan y se dan golpes de pecho los judíos más ortodoxos soñando con su antiguo reino; reino que Dios tanto apoyó.  
Su hijo Salomón, si fue un rey justo y modélico. Entre éste y su padre crearon el tan añorado por los judíos, Reino de Israel y de Judá, como un solo país. A su muerte, éste reino volvió a dividirse en dos y no fue reconstruido hasta recientemente por los hebreos actuales.
Las únicas fuentes que tenemos para verificar la realidad de estas historias es la biblia. No hay vestigios oficiales que nos digan que David vivió realmente, aunque se sospecha que sí pudo existir. De su hijo Salomón, parece ser, si hay datos que corroboran su existencia pero en una época aún por determinar. Lo cierto y verdad es que para los judíos actuales, su antiguo reino, con sus reyes y profetas volverá algún día a ser como hace 3000 años…el pueblo elegido por Dios.
Dicho queda...
                                   Joaquín
                                   


No hay comentarios:

Publicar un comentario