Amiga...
Momentos tendré en los que recordaré
los besos que no me diste.
Tiempo habrá de sufrir la felicidad
que me negaste.
Hoy sólo quiero llorar las risas
que me perdí.
Tal vez las horas y los días suavicen
el poder de tus abrazos en mi memoria.
Quizás diluya tus promesas
en los confines de mi corazón.
Pero hoy sólo quiero llorar.
El
nombre propio, David,
es bastante habitual entre los niños españoles; antes no lo era.
Ignoro qué criterios se han seguido en los diferentes países del
mundo en esto de poner nombre a sus hijos en el pasado. Hoy en día apostaría lo que fuese a que la moda viene más
por
el cine y sus actores, o por la música y sus interpretes,
que por otros motivos.
Por
decir algo y a pesar de que la mayoría de los nombres de pila en
los países cristianos,
tanto de hombre como de
mujer
proceden de la biblia, bien
es
cierto que cada
zona tiene sus propias reglas y costumbres.
Por ejemplo, en España ha sido frecuente llamar a los individuos
al nacer: José, Pedro, Santiago etc. en cuanto a niños. Y, María,
Sara o Elisa, por decir algunos, en cuanto a féminas. Sin embargo en
los países anglosajones se han decantado por otros que aquí nos
sonarían muy raros, aunque salidos también de los mismos textos
bíblicos.
David
es bastante común en Inglaterra, o en los Estados Unidos, junto con
Abraham, Moisés, Diana, o Priscilla. Estoy seguro que a todos nos
vendría a la mente con nada que nos esforzáramos algún
conocido famoso con esos
nombres.
Imagino que pocos se han parado a pensar qué hizo en la historia
David y porqué es tan importante para muchas civilizaciones. Sin ir
más lejos, para los judíos es casi su fundador, junto a Abraham; y
el más idolatrado de todos.
David
fue el rey más importante de Israel. Era un mozalbete cuando Saúl
gobernaba con mano de hierro al pueblo judío; hablamos según las
Sagradas Escrituras del año 1000 a.c. Un buen día, Saúl tuvo,
curiosamente, un mal día, (estaba
ya un poco chocho
el hombre)
Llamaron a David que tocaba el arpa como los ángeles para que lo
tranquilizara, cosa que consiguió. A partir de ahí se hizo amiguete
de Jonathan,
hijo de Saúl, y empezó a medrar en la corte.
Militando
aun de soldado raso en el ejército hebreo viene el episodio aquél
en el que se enfrenta voluntariamente al gigantón Goliat,
al que vence dándole una pedrada en la frente con su honda. Después
de esto ya es aclamado por las masas, que lo hacen rey a la muerte, (en cruenta batalla contra los filisteos) tanto de Saúl como su hijo
Jonathan.
David
como rey tuvo mucho que desear y si no fuera porque era el ojito
derecho de Dios,
hubiera pasado a la historia como un gran tirano. Pero, claro, éste
le perdonaba todo lo malo que hacía, y así cualquiera. Lo primero
que hizo al sentarse en el trono fue enamorarse de Betsabé, la mujer
de un general de su ejército. La vio bañándose en el río y, cómo
estaría la chica que surgió el flechazo. Ni corto ni perezoso
envió al general a primera fila de sus tropas a combatir, y cómo era
de esperar al pobre lo mataron a las primeras de cambio. Con ésta
faena al pillo de David se le quedó el camino libre para apropiarse
de Betsabé. Se casó con ella y tuvieron al poco tiempo al bueno de
Salomón.
David
tuvo más hijos con otras concubinas. Su preferido y por el que
bebía los vientos, precisamente, fue Absalón, pero éste le salió rana. Se rebeló
contra su padre intentando ocupar su lugar, incluso lo expulsó de
Jerusalén. Pero David contraatacó y el desagradecido de Absalón
murió guerreando. Ni que decir tiene que a su padre le dio el
disgusto de su vida porque a pesar de todo le seguía queriendo más
que a nadie y había pensado en él, cómo es lógico, para la
sucesión. Más
tarde y temiendo rebeliones de otros hijos, nombró a Salomón, el
único que tuvo con Betsabé, heredero legal.
Instigado
por Yahvé (Dios) compró unos terrenos próximos a Jerusalén para
edificar su Templo y albergar en él, la famosa Arca
de la Alianza,
que Dios le había mandado fabricar para meter en ella las Tablas de
la Ley, de Moisés.
El problema, a todo esto, fue que no pudo hacer el templo en
vida porque Dios le impuso como castigo por sus crímenes que
fuera su hijo Salomón, y no él, el que lo construyera. Al tener las
manos manchadas de sangre, según criterio de Dios, tuvo que morir
para que Salomón hiciera su archifamoso Templo. Por cierto, éste
fue destruido y vuelto a edificar varias veces. El último en hacerlo
fue el emperador romano Tito. Aun hoy sobre restos de sus muros (El
Muro de las lamentaciones)
rezan
y se dan golpes de pecho los judíos más ortodoxos soñando con su
antiguo reino; reino que Dios tanto apoyó.
Su
hijo Salomón, si fue un rey justo y modélico. Entre éste y su
padre crearon el tan añorado por los judíos, Reino de Israel y de Judá, como un solo país. A su muerte, éste reino volvió a
dividirse en dos y no fue reconstruido hasta recientemente por los
hebreos actuales.
Las
únicas fuentes que tenemos para verificar la realidad de estas
historias es la biblia. No hay vestigios oficiales que nos digan que
David vivió realmente, aunque se sospecha que sí pudo existir. De
su hijo Salomón,
parece ser, si hay datos que corroboran su existencia pero en
una época aún por determinar. Lo cierto y verdad es que para los
judíos actuales, su antiguo reino, con sus reyes y profetas volverá
algún día a ser como hace 3000 años…el pueblo elegido por Dios.
Dicho
queda...
Joaquín
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