lunes, 20 de febrero de 2017

Solo palabras









La poesía no quiere adeptos, quiere amantes.
(Lorca)

La poesía es un género a menudo difícil de comprender, por lo que muchos renuncian a leer. No obstante hay poesías sencillas que llegan a casi toda la gente por muy iletradas que sean, precisamente por su sencillez. A mi entender son éstas últimas más dignas de alabar porque, creo, enlazar frases hermosas que lleguen tan hondo como para enternecer y en un lenguaje sencillo, es mucho más difícil de crear y componer, y esto solo ocurre las menos de las veces, incluso entre los mayores genios.
No son buenos tiempos para la lírica, decía la letra de una famosa canción del grupo Golpes Bajos. Tampoco para las humanidades en general pues hasta la filosofía y literatura están en desuso. Pero hubo  una época hace ya mucho tiempo que hacer versos era lo más grande y prestigioso de una sociedad. La poesía, más que la prosa, tenía un gran mérito entre los medios culturales de la comunidad. Y digo más, también las clases populares apreciaban las composiciones poéticas como un método noble, sofisticado y emotivo de comunicación. Y qué mejor manera de llegar a lo mas recóndito de los corazones de las personas que hacerlo con bellas poesías.
Hay poesías reivindicativas como las hay de cariz  político; también las tenemos mordaces o irónicas, capaces éstas de ridiculizar al adversario. Y sobre todo (las más) descriptivas de paisajes bucólicos y de ensueño, pero las más conocidas y entrañables son las que van dedicadas al amor más sublime, o las que hacen sufrir, precisamente, por la amargura de un desamor. Éstas últimas han sido siempre las más aceptadas y leídas, digamos, por el pueblo llano.
Han habido en nuestra literatura lírica algunos poetas excepcionales, pero sólo aptos para una minoría de entendidos por el uso recurrente de metáforas. Me estaba acordando de Luis Cernuda, de Juan Ramón Jiménez o Rubén Darío. Sin embargo otros justamente por su sencillez y hondura, han llegado más al gran público. Entre éstos últimos tenemos al gran Antonio Machado, a Jorge Manrique, o al híper-sensible Bécquer.
Ojeando una vez más nuestro gran poemario nacional en castellano se me ocurre rescatar algunos versos, que entiendo por su calidad o sencillez, puedan ser útiles de releer a quienes se atrevan a abrir ésta página, por lo hermoso. Estoy seguro que muchos ya se han deleitado con ellos en alguna que otra ocasión, pero intuyo nunca viene mal volverlos a disfrutar. Para otros, sin embargo, será una grata novedad que espero sea como una puerta abierta que les estimule a indagar en nuestro archivo literario en busca de las muchas maravillas aun inéditas de nuestra lengua.
Una breve de Quevedo, uno de nuestros más incisivos poetas. Aquí estaba ya el hombre hecho una piltrafa. Aun así se mofaba de sí mismo.

¡Ah de la vida!”… ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin poder saber cómo ni a dónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.
El que sigue es de Manuel Machado, el hermano desconocido del otro Machado, Antonio. Los separó la guerra civil como a tantas familias españolas. Manuel se quedó en el bando nacional. El otro, poeta mucho mas grade, murió republicano, en el exilio francés.

Esta es mi cara y ésta es mi alma: leed.
Unos ojos de hastío y una boca de sed...
Lo demás, nada... Vida... Cosas... Lo que se sabe...
Calaveradas, amoríos... Nada grave,

Un poco de locura, un algo de poesía,
una gota del vino de la melancolía...
¿Vicios? Todos. Ninguno... Jugador, no lo he sido;
ni gozo lo ganado, ni siento lo perdido.

Bebo, por no negar mi tierra de Sevilla,
media docena de cañas de manzanilla.
Las mujeres... -sin ser un tenorio, ¡eso no!-,
tengo una que me quiere y otra a quien quiero yo.

Me acuso de no amar sino muy vagamente
una porción de cosas que encantan a la gente...
La agilidad, el tino, la gracia, la destreza,
más que la voluntad, la fuerza, la grandeza...

Mi elegancia es buscada, rebuscada. Prefiero,
a olor helénico y puro, lo "chic" y lo torero.
Un destello de sol y una risa oportuna
amo más que las languideces de la luna

Medio gitano y medio parisién -dice el vulgo-,
Con Montmartre y con la Macarena comulgo...
Y antes que un tal poeta, mi deseo primero
hubiera sido ser un buen banderillero.

Es tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa
es alegre, aunque no niego que llevo prisa.


Para terminar uno de Jaime Gil de Biedma, catalán de buena cuna y homosexual atormentado. Murió no hace mucho.
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, era tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
Joaquín Yerga
20/02/2017




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