miércoles, 26 de septiembre de 2018

¡Ojo!, se acerca el Fin del Mundo..




Amiga..

Apenas sé cómo te fue la vida.

Me cuentan que no como tú esperabas.

Hace unos años me hubiera alegrado saberlo;

hoy lamento tu mala suerte...

Yo he ido por ahí, dando tumbos.

Quizás un poco perdido, eso es verdad,

pero lo voy superando.

Ahora más que nunca tiene sentido

aquello que te dije tantas veces:

Conmigo si hubieras sido dichosa.

Te quería tanto que sólo a eso me iba a dedicar;

a hacerte feliz..

--Joaquín--



A principios del año 1806, mientras aquí en España estábamos apunto de empezar la guerra de la Independencia contra Napoleón, en un pueblo del norte de Inglaterra, Leeds, se propagó el rumor de que una gallina había puesto un huevo con una misteriosa leyenda impresa en su cascarón “Llega Jesucristo”, señal, según muchos, de que el Fin del Mundo se acercaba. Las reacciones no se hicieron esperar, salieron por doquier santones, profetas y predicadores anunciando: ¡Dios mío, esto es la hecatombe! ¡El Apocalipsis ha llegado!.

El día 1 de abril de ése mismo año unas 20.000 personas habían salido huyendo de Londres. El Prior del convento de San Bartolomé había construido un refugio para ellos en una colina, en el que había dispuesto alimentos suficientes para dos meses. El motivo era que los astrólogos habían predicho un gran diluvio universal para ése fatídico día. Los 20.000 asustados londinenses, sin embargo, disfrutaron de un hermoso día en el que no cayó ni una gota de agua. 

Unos días después, el 20 de abril, el astrólogo alemán Johanes Stoeffler predijo otro diluvio universal y, efectivamente llovió mucho ese día, pero nada más. En 1807 volvió a hacer otra predicción semejante, pero ya nadie le creyó. Esto que he contado son simples anécdotas que se dieron, y mucho, en relación con el final de la humanidad, pero la cosa fue mucho más seria...

Pero, ¿Qué entendemos por el Fin del Mundo...? ¡Se ha escrito tanto sobre el tema!... Desde que el ser humano adquirió entendederas pende sobre sus cabezas la “Espada de Damocles” de una hecatombe universal. Ha habido épocas en las que el miedo se abatía sobre la humanidad y la gente despavorida se temía lo peor Por ejemplo en los preludios del mítico año 1.000. Mucha gente pensaba que con la entrada de ese fatídico año el mundo dejaría de existir, que grandes terremotos y atroces volcanes entrarían en erupción al unísono sobre la tierra para acabar con todo signo de vida en ella. Mucha culpa de estos males lo tenia la iglesia que creía que con amenazas del Fin del Mundo la gente entraría por el aro de la bondad y la bonhomía, y los templos se llenarían de asustados y acojonados fieles.

Es verdad que han habido muchos momentos de verdadero pánico relacionado con el Fin del Mundo, y que aprovechados, dementes o fanáticos de todo pelaje predecían y vaticinaban de manera profusa malos presagios y cataclismos de toda índole que muchos seguidores ignorantes creían después a pies juntillas. Incluso Nostradamus, el famoso médico y astrólogo francés del siglo XVI, predijo varias veces la hecatombe final; aun siguen algunos intentando relacionar esos augurios con catástrofes y calamidades actuales.

No obstante, de acabarse el mundo, de acaecer el desastre final, no se producirá precisamente por las fanfarronadas de estos, digamos falsos profetas, sino por algo tan natural como es el colapso final del Universo por razones naturales.

Antes del Big Bang el Universo se reducía a una masa del tamaño de una canica de las que jugábamos de niños; créanselo... Eso sí, imagínense qué grado de densidad tendría que albergaba en su interior la materia prima de los trillones de galaxias y estrellas que hoy conocemos: bien, pues una vez producida la Gran Explosión (Big Bang) sólo hay dos caminos a seguir: o el Universo sigue expandiéndose como lo hace ahora, y acabaremos despareciendo por inanición; o se contrae sobre sí mismo por efecto de la gravedad y terminará con su historia por colapso. 

En cualquiera de los dos casos citados acabaremos desapareciendo. Pero, tranquilos, no tengan miedo, esto va para rato, estamos hablando de... sólo unos cuántos miles de millones de años. Y para entonces todos calvos... Bueno, algunos lo estamos ya...

Dicho queda...

Joaquin




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