¿Qué
es un Aquelarre?.. Pues como un botellón pero en la Edad Media...
Hablando de brujas y brujerías; se me ocurre ponerles al tanto de este, siempre, intrigante asunto.
Confieso que algo he leído al respecto, y poco me cuesta hacerles un
pequeño resumen con la intención, eso sí, de hacérselo ameno y puedan participar conmigo. Si
alguna vez me ha interesado éste enigmático mundo ha sido más que
nada por el puntazo de morbo y superstición que tiene; y es que todo
lo que sale de madre me parece sumamente atractivo.
Pues
miren que cosa, esa imagen que ronda por nuestra cabeza
sobre las antiguas brujas, según la cual serian todas mujeres viejas, arrugadas, enlutadas, sin dientes y, tal vez con nariz aguileña y
desproporcionada, no se ajusta con la realidad histórica. Resulta
que éstas, antaño, hechiceras eran, precisamente, jóvenes lozanas y
bellas, y gracias a sus atrayentes atributos fueron
condenadas muchas; ¡su atractivo sexual era una muestra de su maldad! según autoridades eclesiásticas ¡Y es que la envidia es muy mala!...
Otra
de las ideas que, imagino tenemos todos de aquellos misteriosos
aquelarres que organizaban las brujas, en donde no faltaban
sacrificios de niños, cópulas con animales, (sobre todo cabras
animal muy recurrente para estos actos) o elaboración de pócimas
humeantes y venenosas, parece ser nunca existieron, sino que sólo
fueron inventos de las calenturientas mentes de los inquisidores.
Al
principio del cristianismo la brujería no estaba muy
penalizada y por tanto las brujas gozaban de cierta permisividad.
Incluso, San Agustín, el más grande Padre de la Iglesia, decía que
no le parecía mal que se invocara al demonio para ciertos hechos
porque entendía que así la gente distinguiría perfectamente la,
digamos parte positiva del asunto, al representarse al demonio como
el mal, las tinieblas y la muerte, mientras que Dios era el bien, la
luz y la vida. Pero hete aquí que vino un Papa, Inocencio VIII, allá
por el siglo XV, que se le metió en la cabeza la idea de que las
brujas podrían aprovechar estos aquelarres para provocar
enfermedades, desastres naturales o plagas, y se desató en toda
Europa una escalofriante persecución contra ellas.
Ya
nada fue igual, fueron a por ellas y las persiguieron con saña allá
donde estuvieran. Cuando se creó el Santo Tribunal de la
Inquisición, aunque como imaginan de santo tenía poco, hubo personal del mismo encargados expresamente de perseguir y
castigar a las brujas y allegados, ¡y para qué contarles lo que
hicieron!...
Pues
se lo voy a contar para que no se queden con las ganas: Cuando por
alguna extraña razón alguna mujer (normalmente joven y bella) no se
comportaba como se esperaba de ella, o se resistía a acceder a los
perversos deseos de algún personaje importante de la comunidad,
enseguida se la catalogaba como bruja o hechicera con la aviesa
intención de hacer recaer sobre ella el desprecio de sus convecinos
o directamente la venganza del frustrado pretendiente. Después se
hacía correr de boca en boca la falsa acusación para que todo el
pueblo la señalara como maligna, pérfida o bruja; e inmediatamente
después intervenía las autoridades de la Inquisición. Éstos tíos
serían con toda seguridad los más fanáticos, santurrones y
envidiosos de la jerarquía.
Las
torturas a las que eran sometidas estas pobres infelices eran
tremebundas. Si no confesaban sus supuestos crímenes, el suplicio y
tormento se tornaba insufrible. Desde arrancamiento de uñas,
dislocación de miembros o quemadas a fuego lento, hasta el
empalamiento por el trasero de objetos contundentes. Una vez que se
declaraban culpables se paraba la tortura, y la desgraciada,
dependiendo lo que declaraba, era o bien ejecutada en medio de la plaza del
pueblo, normalmente quemada a fuego lento, o perdonada, aunque esto
último no era muy habitual. Como pueden imaginar casi todas se
declaraban culpables por no soportar el terrible tormento. Uno de
los pocos que se atrevió a denunciar estas barbaridades fue, el
jesuita padre Spee quien, convencido de la inocencia de las más de
200 reos y reas que acompañó a la hoguera, publicó anónimamente
en 1631 un libro en el que afirmó que todos los canónigos,
doctores, obispos o curas de la iglesia se confesarían hechiceros o
brujos si fuesen sometidos a los mismos tormentos.
Según
datos históricos, aunque no son del todo fiables, hasta final del
siglo XVII que se terminó esa pesadilla, fueron ejecutadas en Europa
entre 750.000 y 2.000.000 de mujeres. Como pueden comprobar la cosa
no iba de broma.
Dicho
queda...
Joaquin Yerga
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