martes, 4 de septiembre de 2018

Pero, ¡Qué bruja eres!...






¿Qué es un Aquelarre?.. Pues como un botellón pero en la Edad Media...


Hablando de brujas y brujerías; se me ocurre ponerles al tanto de este, siempre, intrigante asunto. Confieso que algo he leído al respecto, y poco me cuesta hacerles un pequeño resumen con la intención, eso sí, de hacérselo ameno y puedan participar conmigo. Si alguna vez me ha interesado éste enigmático mundo ha sido más que nada por el puntazo de morbo y superstición que tiene; y es que todo lo que sale de madre me parece sumamente atractivo.
Pues miren que cosa, esa imagen que ronda por nuestra cabeza sobre las antiguas brujas, según la cual serian todas mujeres viejas, arrugadas, enlutadas, sin dientes y, tal vez con nariz aguileña y desproporcionada, no se ajusta con la realidad histórica. Resulta que éstas, antaño, hechiceras eran, precisamente, jóvenes lozanas y bellas, y gracias a sus atrayentes atributos fueron condenadas muchas; ¡su atractivo sexual era una muestra de su maldad! según autoridades eclesiásticas ¡Y es que la envidia es muy mala!...
Otra de las ideas que, imagino tenemos todos de aquellos misteriosos aquelarres que organizaban las brujas, en donde no faltaban sacrificios de niños, cópulas con animales, (sobre todo cabras animal muy recurrente para estos actos) o elaboración de pócimas humeantes y venenosas, parece ser nunca existieron, sino que sólo fueron inventos de las calenturientas mentes de los inquisidores.
Al principio del cristianismo la brujería no estaba muy penalizada y por tanto las brujas gozaban de cierta permisividad. Incluso, San Agustín, el más grande Padre de la Iglesia, decía que no le parecía mal que se invocara al demonio para ciertos hechos porque entendía que así la gente distinguiría perfectamente la, digamos parte positiva del asunto, al representarse al demonio como el mal, las tinieblas y la muerte, mientras que Dios era el bien, la luz y la vida. Pero hete aquí que vino un Papa, Inocencio VIII, allá por el siglo XV, que se le metió en la cabeza la idea de que las brujas podrían aprovechar estos aquelarres para provocar enfermedades, desastres naturales o plagas, y se desató en toda Europa una escalofriante persecución contra ellas.
Ya nada fue igual, fueron a por ellas y las persiguieron con saña allá donde estuvieran. Cuando se creó el Santo Tribunal de la Inquisición, aunque como imaginan de santo tenía poco, hubo personal del mismo encargados expresamente de perseguir y castigar a las brujas y allegados, ¡y para qué contarles lo que hicieron!...
Pues se lo voy a contar para que no se queden con las ganas: Cuando por alguna extraña razón alguna mujer (normalmente joven y bella) no se comportaba como se esperaba de ella, o se resistía a acceder a los perversos deseos de algún personaje importante de la comunidad, enseguida se la catalogaba como bruja o hechicera con la aviesa intención de hacer recaer sobre ella el desprecio de sus convecinos o directamente la venganza del frustrado pretendiente. Después se hacía correr de boca en boca la falsa acusación para que todo el pueblo la señalara como maligna, pérfida o bruja; e inmediatamente después intervenía las autoridades de la Inquisición. Éstos tíos serían con toda seguridad los más fanáticos, santurrones y envidiosos de la jerarquía.
Las torturas a las que eran sometidas estas pobres infelices eran tremebundas. Si no confesaban sus supuestos crímenes, el suplicio y tormento se tornaba insufrible. Desde arrancamiento de uñas, dislocación de miembros o quemadas a fuego lento, hasta el empalamiento por el trasero de objetos contundentes. Una vez que se declaraban culpables se paraba la tortura, y la desgraciada, dependiendo lo que declaraba, era o bien ejecutada en medio de la plaza del pueblo, normalmente quemada a fuego lento, o perdonada, aunque esto último no era muy habitual. Como pueden imaginar casi todas se declaraban culpables por no soportar el terrible tormento. Uno de los pocos que se atrevió a denunciar estas barbaridades fue, el jesuita padre Spee quien, convencido de la inocencia de las más de 200 reos y reas que acompañó a la hoguera, publicó anónimamente en 1631 un libro en el que afirmó que todos los canónigos, doctores, obispos o curas de la iglesia se confesarían hechiceros o brujos si fuesen sometidos a los mismos tormentos.
Según datos históricos, aunque no son del todo fiables, hasta final del siglo XVII que se terminó esa pesadilla, fueron ejecutadas en Europa entre 750.000 y 2.000.000 de mujeres. Como pueden comprobar la cosa no iba de broma.
Dicho queda...

                                                                              Joaquin Yerga
                                                                             



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