sábado, 8 de septiembre de 2018

A hombros de gigantes...




¿Mi secreto? ¡Es tan triste! Estoy perdido
de amores por un ser desaparecido,
por un alma liberta,
que diez años fue mía, y que se ha ido...
¿Mi secreto? Te lo diré al oído:
¡Estoy enamorado de una muerta!

¿Comprendes -tú que buscas los visibles
transportes, las reales, las tangibles
caricias de la hembra, que se plasma
a todos tus deseos invencibles-
ese imposible de los imposibles
de adorar a un fantasma?

¡Pues tal mi vida es y tal ha sido
y será!
Si por mí sólo ha latido
su noble corazón, hoy mudo y yerto,
¿he de mostrarme desagradecido
y olvidarla, no más porque ha partido
y dejarla, no más porque se ha muerto?
(Amado Nervo)

El médico francés, Louis Pasteur, llevaba años experimentando con pollos inoculándoles dosis de cólera. Evidentemente estos morían rápidamente. Un día se equivocó y echó menos cantidad de lo que solía; los pollos desarrollaron la enfermedad pero de manera leve, y sobrevivieron. Al día siguiente les inyectó dosis más fuertes y sorprendentemente los pollos se volvieron inmunes al cólera. Acababa de inventar la vacuna.
El mismo Pasteur poco después hizo lo mismo pero con la rabia y obtuvo un extraordinario resultado con perros. Un día, a un niño de 9 años, Joseph Meister, le mordió un perro rabioso y se lo llevaron ante él, que tras dudarlo mucho comenzó a inyectarle pequeñas dosis de la rabia, el sistema inmunológico del niño creo defensas y se salvó. Y miren qué curioso, cuando el niño fue adulto trabajó toda su vida como conserje en el instituto donde Pasteur era director.
La medicina como tal empezó en Egipto hace 5000 años, como tantas cosas. Sin embargo allí creían que la enfermedad era cosa de maleficios, de castigo divino o cosas por el estilo. Entre los escasos remedios que desarrollaron para paliar los males estaban, ¡mira tú!, hechizos y potingues elaborados con diferentes hierbas. También usaban miel o leche, es decir poca leche...
Los griegos, más listos y pioneros en tantos adelantos, ya se dieron cuenta que las enfermedades nada tienen que ver con la mala suerte ni con los dioses, sino que era culpa más bien de la comida, del clima o de la ocupación del individuo, y aplicaron la razón. Hubo un griego del siglo V a.c. al que se le considera el padre de la medicina, Hipócrates. Éste buen hombre apenas concibió ningún adelanto para curar enfermedades, pero sí sentó las bases para el comportamiento del médico, que hasta entonces era considerado poco menos que un curandero. Él creó escuela y tuvo muchos seguidores, entre todos idearon el “Corpus Hipocraticum” un compendio de 32 libros que aun hoy se tiene muy en cuenta entre los médicos.
Los romanos, mas tarde, tuvieron a Galeno como figura tan principal que incluso su nombre se ha convertido hoy en día en sinónimo de médico. Las ideas de Galeno supusieron un gran avance para la medicina. Reconoció, ¡ya ves tú!, que las arterias contienen sangre y no aire, o que el corazón es el que impulsa la sangre. Hoy nos parece inverosímil estas cosas pero entonces no había medios ni se podía diseccionar personas, sólo animales, y no es lo mismo, claro...
Los romanos fueron los inventores de los hospitales, que como tantas cosas se debió a la guerra. Empezaron con tiendas de campaña para atender a los heridos y acabaron por fundar sanatorios. Por cierto, y mira si estaban adelantados que cada cinco años limpiaban a fondo las ciudades para evitar enfermedades infecciosas. Al intervalo entre estos cinco años le llamaron lustro, por lo de lustrar, ¡qué cosas!..
En la Edad Media hubo un retroceso en todo lo conseguido hasta entonces, y se volvió a la superstición o al pecado como causantes de las enfermedades. Por ejemplo, como la cirugía se consideraba algo despreciable y pecaminoso se quedó en manos de barberos, ¡Imaginen que carnicerías! Ya durante los primeros años del cristianismo y ante la falta de remedios que curaran de verdad se buscó a santos y beatos, que a base de milagros supliera los escasos medios con los que se contaban. Y así recurrieron a San Cosme y San Damián como patrones de la medicina; luego hubo otros como San Vito (¿Sabían que al pobre Vito lo quemaron a fuego lento por orden del emperador Diocleciano, por ser cristiano. Y lo el baile se debe a los saltos que pegaba "el pobre" cuando sus pies desnudos tocaba las brasas? o San Antonio, patrón de los epilépticos. En fin...
Los musulmanes también tuvieron sus médicos sabios, los persas  Rhazes o Avicena, éste último es el más conocido de todos. Además a ellos se debió el que las obras de Hipócrates o Galeno llegaran a occidente. Ellos las tradujeron al árabe y de aquí pasaron al latín. El español más importante de aquella lejana época fue, Miguel Servet, que descubrió la circulación de la sangre. Éste pobre hombre fue quemado en la hoguera, pero no por eso, sino por hereje; ya saben como se las gastaban entonces..
Y llegó el Siglo de las Luces (XVIII) y siguiente, con sus adelantos, y con él, el británico Dr. Jenner, que se dio cuenta que los granjeros que andaban con vacas no padecían viruelas, con lo que se puso manos a la obra y descubrió que muchos de estos animales las sufrían, pero mucho más benigna que la humana. Y se percató de que todas las personas que se rozaban con ellas acababan inmunizadas de esa terrible enfermedad; no tardó en fabricar su vacuna.. ¡Y mano de santo!, acabó con ésta lacra de por vida. Por cierto, la palabra vacuna viene de vaca, precisamente por esto.
El Dr. Jenner abrió el camino pero luego vinieron otros como... Pasteur y sus magníficos descubrimientos de vacunas contra muchas enfermedades infecciosas, o la manera de conservar alimentos como la leche. Acuérdense, "pasteurizar", los hermanos Pascual saben mucho e esto. También la humanidad le debemos lo impagable al Dr. Fleming, por su invento, (aunque fuera de casualidad), de la penicilina. Gracias a ella se han salvado millones de personas que adquirían el tétanos o se infectaban por cualquier tontería. Recuerden que los toreros le erigieron una estatua junto a la plaza de toros de “Las Ventas” en Madrid, porque gracias a la penicilina los toreros salen vivitos y coleando de muchas cornadas. Antes morían “como chinches” por culpa de las infecciones producidas por las heridas.
En fin, esta es la historia a grandes rasgos de la medicina. En 5000 años hemos pasado de los ungüentos y hechizos para mal curar a los enfermos a la manipulación del ADN, y con ello la entrada a un futuro muy prometedor; por lo menos en esta materia. No ha sido mucho tiempo si tenemos en cuenta que los humanos llevamos sobre la tierra más de 200.000 años. Bueno, ahora un bichito llamado Cononavirus nos está dando la fiesta, pero apuesto que tiene los días contados..
Buena salud... Por si acaso...

Joaquín


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