Amiga..
Vivo por un sueño
imposible.
Sueño que me ves
pasar y me llamas;
me pides pasear
contigo; tienes que contarme algo.
Yo que estoy loco
por hablarte y decirte
que eres el amor
de mi vida,
balbuceo unas
palabras inconexas, sin sentido..
Tú sonríes de mi
ingenuidad y me das un beso.
Entonces la sangre
vuelve a circular por mis venas;
soy el hombre más
feliz del mundo.
Pero el sueño
acaba. Tu imagen se desvanece
y yo vuelvo a mis
insustanciales quehaceres.
--Joaquín--
Corría el año 630
a.c.; una nave griega con unas docenas de hombres dentro que iba en
ruta desde el Peloponeso (Grecia) hasta Egipto por el Mediterráneo
central, se desvió por culpa de una enorme tempestad y fue a recalar
a Tartesos (actual provincia de Huelva, muy cerquita de aquí del pueblo). Fue la
primera vez que los griegos, es decir, alguien civilizado, tocaba
tierra española. Sabemos que estos pioneros griegos quedaron
obnubilados al contemplar el derroche de riqueza y esplendor que
veían sus atónitos ojos; se trataba de un reino misterioso, desconocido..,fastuoso. Esto nos lo contaba el historiador
griego Herodoto, uno de los grandes de la antigüedad.
Unos cuantos siglos
después de Herodoto, el también historiador Estrabón,
allá por el sigo I a.c. escribió una especie de enciclopedia de
geografía de 32 volúmenes, y uno de ellos lo dedicó por entero a
Iberia, o sea, a nuestra península Ibérica. Era la primera vez que
se describía con pelos y señales nuestra tierra. Y nos habló de
los celtas, y de los íberos y de la manera de vivir y guerrear de
todas éstas tríbus de una y otra etnia.
Estrabón también
fue el primero que dijo que nuestro contorno geográfico se parecía
a la piel de un toro extendida, de tal modo que la parte delantera de
ése toro mirara hacia oriente y la trasera (el rabo) a occidente. Y
habló de Tartesos y su grandioso rey Argantonio, y de
las columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar). También nos
asustó, porque imaginaba que más allá del estrecho solo estaba el
océano ignoto y desconocido, y que enormes monstruos marinos
habitaban esos mares. Bueno, realmente eso miedos y temores a lo
desconocido se mantuvo hasta que Cristóbal Colón se atrevió a ir
un poco más allá de las Islas Canarias.
La península Ibérica
ocupa un lugar privilegiado en el Mediterráneo y en el continente
europeo en general. Tan sólo doce kilómetros nos separan
de África a través del Estrecho. Esto nos da una
posición geográfica especial en esta parte del mundo. Por esta
frontera sur han entrado a lo largo de la historia, digamos que lo
más sorprendente que nos ha pasado. Nos entraron los fenicios, tan comerciales (fundaron Cádiz y Málaga), los cartagineses,
un pueblo belicoso que nos saqueó y nos hizo entrar en una penosa
guerra con los romanos (fundaron Cartagena); entraron también los árabes, que nos
conquistaron y aquí se mantuvieron durante ocho siglos nada menos y
que marcó de alguna manera y para siempre nuestra idiosincrasia, y
nos alejó de Europa, por cierto. Ahora, también por ahí entran
pateras atestadas de refugiados y pobres africanos que huyen del
hambre y la miseria.
La extensa linea
mediterránea (al este), decir que siempre estuvo abierta
a la entrada de pueblos comerciantes y artesanos como los griegos, y
hasta guerreros como los romanos, que sin embargo nos legaron un poso
de modernidad para siempre. Estos último nos dejaron su impronta
latina en nuestro carácter. Por occidente, es decir, por
el océano Atlántico y Portugal, jamás nada importante, ni invasivo
provino de allí, tan solo, eso sí, fue el punto de partida de
nuestra mayor aventura histórica como fue el descubrimiento de
América.
El único punto
cardinal nuestro al que deberíamos ponerle alfombra roja de seda para
poder transitar libre y asiduamente por él, debería ser la
frontera norte (Pirineos) que nos separa de Europa.
Por ahí sí ha entrado mucho de lo bueno que nos ha pasado en la
historia, excepto la invasión de Napoleón, y tampoco
fue tan mala como creen algunos.
De todas maneras, si
Herodoto o Estrabón levantaran sus cabeza, dos mil y pico años
después y vieran que aun nos seguimos dando de mamporros las
diferentes tríbus ibéricas, exactamente igual que en sus tiempos,
exclamarían, ¡Dios mío, qué tropa! y volverían a tumbarse, pero
esta vez al sol en cualquier playa de sus maravillosas y cálidas
islas griegas.
En fin...
Joaquín Yerga
Joaquín Yerga
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