miércoles, 12 de septiembre de 2018

Ese fabuloso pasado nuestro..





Amiga..
Vivo por un sueño imposible.
Sueño que me ves pasar y me llamas;
me pides pasear contigo; tienes que contarme algo.
Yo que estoy loco por hablarte y decirte
que eres el amor de mi vida,
balbuceo unas palabras inconexas, sin sentido..
Tú sonríes de mi ingenuidad y me das un beso.
Entonces la sangre vuelve a circular por mis venas;
soy el hombre más feliz del mundo.
Pero el sueño acaba. Tu imagen se desvanece
y yo vuelvo a mis insustanciales quehaceres.
--Joaquín--


Corría el año 630 a.c.; una nave griega con unas docenas de hombres dentro que iba en ruta desde el Peloponeso (Grecia) hasta Egipto por el Mediterráneo central, se desvió por culpa de una enorme tempestad y fue a recalar a Tartesos (actual provincia de Huelva, muy cerquita de aquí del pueblo). Fue la primera vez que los griegos, es decir, alguien civilizado, tocaba tierra española. Sabemos que estos pioneros griegos quedaron obnubilados al contemplar el derroche de riqueza y esplendor que veían sus atónitos ojos; se trataba de un reino misterioso, desconocido..,fastuoso. Esto nos lo contaba el historiador griego Herodoto, uno de los grandes de la antigüedad.
Unos cuantos siglos después de Herodoto, el también historiador Estrabón, allá por el sigo I a.c. escribió una especie de enciclopedia de geografía de 32 volúmenes, y uno de ellos lo dedicó por entero a Iberia, o sea, a nuestra península Ibérica. Era la primera vez que se describía con pelos y señales nuestra tierra. Y nos habló de los celtas, y de los íberos y de la manera de vivir y guerrear de todas éstas tríbus de una y otra etnia. 
Estrabón también fue el primero que dijo que nuestro contorno geográfico se parecía a la piel de un toro extendida, de tal modo que la parte delantera de ése toro mirara hacia oriente y la trasera (el rabo) a occidente. Y habló de Tartesos y su grandioso rey Argantonio, y de las columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar). También nos asustó, porque imaginaba que más allá del estrecho solo estaba el océano ignoto y desconocido, y que enormes monstruos marinos habitaban esos mares. Bueno, realmente eso miedos y temores a lo desconocido se mantuvo hasta que Cristóbal Colón se atrevió a ir un poco más allá de las Islas Canarias.
La península Ibérica ocupa un lugar privilegiado en el Mediterráneo y en el continente europeo en general. Tan sólo doce kilómetros nos separan de África a través del Estrecho. Esto nos da una posición geográfica especial en esta parte del mundo. Por esta frontera sur han entrado a lo largo de la historia, digamos que lo más sorprendente que nos ha pasado. Nos entraron los fenicios, tan comerciales (fundaron Cádiz y Málaga), los cartagineses, un pueblo belicoso que nos saqueó y nos hizo entrar en una penosa guerra con los romanos (fundaron Cartagena); entraron también los árabes, que nos conquistaron y aquí se mantuvieron durante ocho siglos nada menos y que marcó de alguna manera y para siempre nuestra idiosincrasia, y nos alejó de Europa, por cierto. Ahora, también por ahí entran pateras atestadas de refugiados y pobres africanos que huyen del hambre y la miseria.
La extensa linea mediterránea (al este), decir que siempre estuvo abierta a la entrada de pueblos comerciantes y artesanos como los griegos, y hasta guerreros como los romanos, que sin embargo nos legaron un poso de modernidad para siempre. Estos último nos dejaron su impronta latina en nuestro carácter. Por occidente, es decir, por el océano Atlántico y Portugal, jamás nada importante, ni invasivo provino de allí, tan solo, eso sí, fue el punto de partida de nuestra mayor aventura histórica como fue el descubrimiento de América.
El único punto cardinal nuestro al que deberíamos ponerle alfombra roja de seda para poder transitar libre y asiduamente por él, debería ser la frontera norte (Pirineos) que nos separa de Europa. Por ahí sí ha entrado mucho de lo bueno que nos ha pasado en la historia, excepto la invasión de Napoleón, y tampoco fue tan mala como creen algunos. 
De todas maneras, si Herodoto o Estrabón levantaran sus cabeza, dos mil y pico años después y vieran que aun nos seguimos dando de mamporros las diferentes tríbus ibéricas, exactamente igual que en sus tiempos, exclamarían, ¡Dios mío, qué tropa! y volverían a tumbarse, pero esta vez al sol en cualquier playa de sus maravillosas y cálidas islas griegas.
En fin...

Joaquín Yerga






                                                        
                                                                     

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