Siete días de octubre...
Y
cada uno está donde su coraje le ha llevado... o donde su cobardía
le ha dejado.
(Anónimo)
Ha
pasado solo un año desde que el parlamento catalán proclamara la
fantasmagórica República Catalana pero, realmente, pareciera haber
pasado veinte. Aun recuerdo aquellos días... De golpe, lo que
parecía iba a ser un caos, anarquía pura y dura... una revolución
similar a la francesa del siglo XVIII, por su colosal efecto
mediático se quedó en nada, mucho ruido y pocas nueces...
Y
es que la montaña parió un ratón. Cuando todos esperábamos, al
menos, algaradas en las calles y miles de jovenzuelos de la CUP, palo
en mano, haciendo estragos en las tiendas de la Diagonal
despotricando por el 155, resulta que nos encontramos con un
lunes (día siguiente) normalito, como todos, y con los ciudadanos en
sus quehaceres, ejercitando sus habituales y anodinas vidas. Y así
siguen...
Cuando
todo el mundo estábamos en ascuas pendientes de los acontecimientos
en Cataluña y la atroz repuesta que se suponía nos preparaban los
indepes; en fin, algo parecido a la Barcelona ardiendo por los
cuatro costados de la Semana Trágica de principios del siglo XX, en
donde se contabilizaron mas de doscientos muertos, resulta que bastó
solo que el sosete de Rajoy desde su atril de Moncloa
proclamara serenamente las cuatro medidas elementales… y, mano de
santo... aquí no pasó nada.
Imagino
que todos, (o muchos) se temían lo peor; o cuanto menos algo de
resistencia activa en las calles, ¡y mira por donde! Solo con la
aplicación suave del 155,... y el golpe se descabezó. Que
conste que algunos vaticinábamos poca obstinación y rebeldía. Y es
que la mayoría de ellos son gente que han sufrido poco;
revolucionarios de pacotilla y de moqueta. Muchos niños de papás
malcriados y caprichosos que han tenido de todo. Para éstos tipos,
todo ha sido como un juego virtual que han ganado siempre y sin
apenas despeinarse por las circunstancias que todos sabemos, pero que
en cuanto toca mojarse de veras, se mojan sí, pero de orina en los
pantalones.
Los
otros, los urdidores del llamado Procés, la oligarquía catalana del
barrio de Grácia esperaban que la cosa fuese más sencilla. Estos,
que tiraban la piedra y escondían la mano, se equivocaron el día
que contemplaron atónitos cómo un millón y medio de vociferantes
manifestantes en la Diada, atosigados por la crisis reclamaban los
derechos de siempre. Entendieron que les daba vía libre para
proclamar la independencia, y de paso se tapaban las fechorías
económicas que habían cometido sus dirigentes. Pero la jugada les
salió mal, no contaban con la unanimidad europea entorno a la
democracia española. Ahora están viendo estupefactos el destrozo
económico que se les avecina.
Espero
con ahínco que con todo en contra no muestren demasiada resistencia,
más bien al contrario, confío con denuedo que supliquen por lo
bajines una vuelta a la normalidad cuanto antes y, donde dije digo,
digo Diego... Otra vez será... Pero ¡claro! para que sigamos
ganando esta guerra soterrada no debemos darles cancha ni ser blandos
con ellos a cambio de permanecer unos días más en la Moncloa... ¡Ni
se nos ocurra!...
Para
el resto, (es decir para casi todos los españoles) que estuvimos
sumidos aquellos fatídicos días en la tristeza y la amargura por
tal deslealtad, el desenlace final supuso un espaldarazo a nuestra
democracia. De todas maneras, y tal y como dijo recientemente un
periodista, algo hemos ganado, antes pedían la independencia de
Cataluña, ahora solo piden el indulto para los presos.
Y
es que, nosotros, que hemos padecido golpes de estado militares,
severas crisis económicas con desempleo desorbitado, una banda
terrorista que nos asesinaban sin piedad, y surgimientos de partidos
políticos rupturistas y aprovechados como Podemos, solo nos faltaba
un episodio de secesión de una parte del territorio para acabar de
curtirnos en fortaleza democrática. La ficticia y malograda
independencia de Cataluña nos debe servir para protegernos de toda
clase de males, exactamente igual que nos inmunizamos cuando nos
vacunamos contra el sarampión o la viruela; o eso espero...
La
penúltima vez que se declaró la independencia de Cataluña en 1934,
el acto se saldó con cuarenta muertos y la república catalana apenas dos días en vigor. Esta vez ha sido peor, la cosa terminó con una carcajada general, unos cuantos políticos sediciosos en la
cárcel, y Puigdemont, el jefe del cotarro, en Flandes pidiendo
asilo. El ejercito ni se inmutó, no hizo falta…
Dicho
queda…
Joaquín
Yerga
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