Yo, que no he tenido nunca un oficio claro,
que ante todo competidor me he sentido débil
que apenas llego a un sitio ya quiero irme
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que creí que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo
que he recibido favores sin dar nada en cambio
que me dejo llevar por lo que dicen los demás
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que no he hecho nada por mi pueblo
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he vivido toda la vida en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado.
Yo, me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.
Por cierto, esta especie de poema/confesión lo escribió Rafael Cadenas, ganador de El Premio Cervantes 2022, y lo hizo en 1963, a sus 33 años de edad sin tener la más mínima idea que hoy, a sus 93 años, sería ganador de El Premio Cervantes y, sin duda, un candidato para el Nobel de literatura. ¿Qué sería de esos profesores de literatura que lo menospreciaron?
No hay comentarios:
Publicar un comentario