Yo sé que ni te busco, ni te sigo,
que nada te mendigo, ni reclamo,
comento, nada más con un amigo:
"Esa es la mujer que yo más amo".
--J.
A. Buesa--
Tuvimos una vez un presidente del gobierno leal, honrado, honesto, a años luz del actual, tanto es así que fue capaz de dimitir de su cargo por no firmar unas sentencias de muerte. Ahora no dimite ni el tato, que dirían los chavales.
El tipo aquel se llamaba Nicolás Salmerón, y a pesar de tener ese alto cargo pocos lo conocen; en España somos así de gualdrapas.
Salmerón era almeriense y comulgaba con ideas liberales.. Siempre anduvo pachucho de salud y tenía que ir con frecuencia a balnearios a recobrarla. Murió precisamente en uno de ellos. Cuando su cadáver lo trasladaron a Madrid, fue agasajado por todo el mundo. Digamos que fue una especie de Adolfo Suarez...
En el epitafio de su tumba, en el Cementerio de la Almudena de Madrid, reza la siguiente inscripción “Dejó el poder por no firmar una sentencia de muerte”..
Qué pena, ¡dios mío!, qué envidia de políticos como Salmerón, de tipos que dimiten por no contradecirse. Igualito que ahora, que se agarran a la poltrona y no la sueltan ni a la de tres. El problema es que viven de la política y no al revés, y sin cargo no hay sueldos, y sin sueldos no hay nada, porque la empresa privada no los quieren ni regalados.
En fin. ¡Dios mío, llévame pronto!, que diría el Mota..
Joaquín
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