lunes, 27 de noviembre de 2023

El niño al que su padre no lo dejaba jugar

                                                                                                  



A ti, por quien moriría,
me gusta verte llorar.
En el dolor eres mía
en el placer te me vas.

--E. Marquina--


¿Qué preferís ser, un Sócrates insatisfecho (porque no se conforma, indaga, se informa, está al cabo de la calle de los vaivenes de la vida, se indigna con las injusticias etc. etc.) o un tipo vulgar, pasota, pero satisfecho y feliz?. Ummmm, No sé...

Decía John Stuart Mill, que hay placeres bajos al alcance de cualquiera, que son los mismos que puede tener un animal (comer, beber, jo...) y otros excelsos que están muy por encima de esos más primarios, como leer un buen libro o escuchar un buena música, sólo al alcance de seres más cultivados..

Stuart Mill fue un niño al que su padre lo confinó en casa nada más nacer, como si fuera un bicho raro y, en vez de pasarse el tiempo jugando con otros chicos como hubiera sido lo normal, estuvo recibiendo continuamente clases particulares de griego, latín y álgebra, y manteniendo conversaciones con adultos extremadamente inteligentes.

Claro que su padre fue un tipo muy estricto, de los de ideas fijas. Pensaba que la mente de un niño era una pizarra en blanco y que si lo educabas de una determinada manera, había muchas posibilidades de que llegase a ser un genio. Así que decidió darle clases a su hijo en casa, asegurándose de que no perdiera el tiempo jugando con otros niños de su edad ni aprendiendo malos hábitos de ellos.

¿No os lo he dicho? ¡Ah, sí! que el niño salió una eminencia, uno de los mejores filósofos de su época, pero tristón y amargaete, el pobre.. 

Por cierto, decía yo todo esto por si a algún padre le da por apartar a su hijo de los demás niños; ya sabéis, por los malos hábitos con los móviles, las play, los porros etc. etc. 

En fin, ahí lo dejo..

Joaquín





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