Te
acompañan las barras de los bares
últimos
de la noche, los chulos, las floristas,
las
calles muertas de la madrugada
y
los ascensores de luz amarilla
cuando
llegas, borracho,
y
te paras a verte en el espejo
la
cara destruida,
con
ojos todavía violentos
que
no quieres cerrar. Y si te increpo,
te
ríes y me recuerdas el pasado
¿y
aún me dices que envejezco?.
--Gil de Biedma--
¿Os imagináis por un momento que hubiera cola delante de los confesionarios de las iglesias? Pues haced memoria los más viejos del lugar y recuerden los tiempos en los que casi había que coger número para confesar..
Mucho ha cambiado el cuento, como en todo. Ahora quizás sólo las mujeres mayores pasan por ese, digamos gustoso trance. Ya ven, qué pecados pueden cometer, las pobres, si apenas salen de casa para ir a misa..
De todas maneras reconozcamos la recompensa aliviadora y reconfortante que logran los que, por su avanzada edad o reiterada matraca, no tienen a nadie que les escuche y sólo los sacerdotes se prestan a ello.. Y no digamos lo desahogados que regresan a sus casas después de ser bendecidos y perdonados..
En tiempos pasados la confesión y posterior perdón de los pecados era fundamental para la gente aprensiva.. El morir sin que antes un sacerdote nos diera la extremaunción, que no es otra cosa que el perdón, era motivo de congoja extrema.
Pero no siempre en la historia de la Iglesia los curas tenían la potestad de confesar a los fieles.. Durante los tres primeros siglos del cristianismo con el bautizo bastaba para que se nos perdonase todos los pecados que cometiéramos durante nuestra vida.. Siglos más tarde sólo los obispos podían confesar, y luego, sobre el año Mil, se generalizó la confesión sacerdotal.
Por cierto, ¿Sabíais que si no hay un cura cerca y estamos a punto de expirar, siempre podremos contarles nuestras cuitas al hombre más honrado que tengamos a mano? Eso dicen, al menos, las ordenanzas eclesiásticas. Otra cosa es tener a mano ese tipo honrado, y no puede ser una mujer.. En fin.
Joaquín
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