Tener, al
mediodía, abiertas las ventanas
del
patio iluminado que mira al comedor.
Oler
un olor tibio de sol y de manzanas.
Decir
cosas sencillas: las que inspira el amor...
--Leopoldo Lugones--
Los invitados habían terminado ya los postres de la opípara comilona y conversaban amigablemente repantingados en sus asientos. De repente, ¡Oh!, unos criados cierran las puertas y ventanas del inmenso comedor y aparecen por el fondo una manada de tigres y leones hambrientos ¡¡Dios mío!!..
¡Qué ha pasado! ¡Qué locura! ¡La gente huye despavorida!, pero.. ¿Dónde meterse? ¡Las puertas están cerradas a cal y canto!..
Todo es un caos. Se ven algunos tumbados en el suelo protegiéndose la cara con las manos, o por las esquinas, escondidos en lugares inverosímiles, o abrazados unos a otros mientras esperan ser devorados por las fieras, pero, ¡Uy! ¿y esas risas?.
Horrorizados, todos miran perplejos hacía arriba, hacía el lugar desde donde parecían provenir las carcajadas. Y lo vieron: sobre un ventanuco asomaba la cabeza el tipo que les había invitado al banquete, el memo del emperador, descojonándose de risa.
Resultó que a las fieras les habían arrancado las garras y dientes, y las pobres nada podían hacer, solo asustar. Imaginaos qué relajación de vientre la del personal al saberlo..
Nada dicen las crónicas de cuántos murieron por la "bromita"; no por las fieras, que ellas, desdentadas, sólo harían cosquillas, sino por los infartos y la posterior deshidratación debido a las cagaleras que muchos sufrirían para el resto de sus vidas.
Todo fue una broma del emperador romano, Marco Aurelio Antonino, más conocido por Heliogábalo, muy aficionado a ellas.
En realidad Heliogábalo estaba como una puta cabra. Maldita la gracia le hizo la bromita a los invitados al fiestón.
Joaquín
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