Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo,
y les he visto el fin
con los ojos y con el pensamiento.
Más, ¡ay! por un amor llegué al abismo
y me incliné un momento
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡Tan hondo era, y tan negro!
--Bécquer--
Terminamos de besarnos y salimos fuera del coche. Era una noche fresca pero hermosa. A lo lejos tiritaban las luces de las últimas casas del pueblo. Saqué dos pitillos y le ofrecí uno.
Mirando las volutas de humo de su primera calada elevarse hacia el infinito me preguntó:
--¿Has sentido alguna vez un placer más indescriptible que este, Joaquín, mirar el cielo limpio de nubes y contemplar ese mar de estrellas azules allá a lo lejos?.
Me pareció triste. Exhalé un suspiro de confort y le respondí que efectivamente, que la noche invitaba al romanticismo.
Embobada, entre chupadas al cigarrillo y sin dejar de mirar el firmamento siguió nostálgica:
--Dime, ¿no has suspirado nunca ante la magnificencia de este cielo estrellado pensando en un gran amor perdido?
Enseguida imaginé el porqué de su tristeza. Me acerqué a ella, la abracé y le dije levantándole la barbilla y mirándole a los ojos:
---Uy, ya sé lo que te pasa; estás melancólica, te acuerdas de él.
No dijo nada, me dio la espalda y permaneció callada durante un buen rato. Intuí que lloraba en silencio. No sé, se me ocurrió romper el hechizo romántico de la noche cambiando de conversación para evitarle más sufrimiento. Le expliqué:
--Pues las cosas no son realmente lo que parecen, aunque veas a las estrellas tan cerquitas unas de otras, las distancias allá arriba, en el cosmos, son monstruosas.
Menuda tontería le endilgué, y según estaba el panorama. No obstante se llevó las manos a los ojos y vi cómo se enjuagaba con los dedos unas lágrimas. Luego me miró y sonrió, pero no abrió la boca. Entonces me animé:
--Fíjate qué cosas---le dije---si un grano de sal fuese una estrella como el Sol, para hacer un plano de nuestra galaxia necesitaríamos 10.000 paquetes de sal y esparcirlas por una superficie plana más grande que la sección de la tierra; cada grano sería una estrella...
Me interrumpió, me agarró por el talle, y ya más sosegada me conminó a entrar en el coche. Pero antes me advirtió:
--Gracias, Joaquín, pero a pesar de todo eso que me dices, yo seguiré suspirando al mirar las estrellas..
Una vez dentro del coche hablamos de asuntos más triviales. Incluso hicimos el amor. Luego volvimos al pueblo y paramos en el Extremadura a tomar unos cafés. Serían poco más de las doce y aún permanecían los veladores en la terraza.
Para mi fue una noche especial, maravillosa... Acaso un poco decepcionado porque creí que ella ya había conseguido olvidarlo.
Para ella fue una noche más, creo, y la pasó toda pensando él..
Joaquín
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