sábado, 7 de abril de 2018

Letizia I de España






El hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir.
Mark Twain


Siempre ha habido algunos que en asuntos de la más alta realeza han sugerido no mezclar sangre. Y no es precisamente el color azul real de ésa sangre la nota discordante de esta mezcla o composición, tampoco la roja de la plebeya; es tal vez algo menos orgánico pero más visible, se trata nada menos que de educación y cortesía.
El famoso vídeo de la familia real en la catedral de Palma que transita por las redes sociales y que todos hemos tenido la oportunidad de visualizar, no hace más que confirmar la tesis de que una imagen vale más que mil palabras. No obstante, creo, que entre nosotros los españoles, tan apasionados como impulsivos, cualquier cosa tendemos a “sacarla de madre”, para lo bueno y también para lo malo.
El pequeño altercado entre suegra y nuera que todos vimos, sorprendidos, no es más que un asunto propio y habitual de cualquier familia media española. Bien es verdad que ellos, evidentemente, no están en la media, pero tampoco debemos hacer aspavientos.
La plebeya Letizia, por sus actitudes y ademanes, debe tener un carácter endiablado, aunque tampoco hay que dejarse llevar por las apariencias; es éste un mal muy extendido y que suele acarrear después grandes sorpresas. De todas maneras algo o mucho tendrá de bueno la moza cuando el mismísimo Príncipe de España cayó rendido a sus pies.
Es cierto que lo cómodo es dejarse llevar por la impronta de las imágenes y por tanto odiar hasta aborrecer a la amiga Leti, tan maleducada, y apiadarse, sin embargo, de la Reina madre, tan bondadosa, pero, analicemos un poco ¿Quién nos dice que aquella no ha sido rechazada, ninguneada o menospreciada por la real familia, debido a sus orígenes? ¿Quién nos asegura que no todos en esa linajuda familia habría deseado para su real vástago una esposa de sangre roja bermellón? Porque, comprendamos que estas actitudes habrán creado cierto resentimiento de Letizia hacia ellos, no hay más que ponernos en su lugar.
Luego está, por supuesto, el papel que debe adoptar la asturiana, pues en sus manos estuvo el rechazar la vida formal y protocolaria que le aguardaba de por vida si osaba pronunciar el “Si quiero” a su amado Felipe delante del altar de los Jerónimos. Sin duda estas circunstancias obligan y una vez aceptado el honroso papel de Reina de todos los españoles, se debe en cuerpo y alma a sus deberes reales, que son muchos y exclusivos, incluyendo la educación de sus propias hijas.
También nosotros, el resto de los ciudadanos, debemos hacérnoslo mirar porque ¿Cuántas veces hemos criticado la endogamia real? ¿Cuántas maldiciones vertidas en contra de la exclusividad de la realeza, que no admitía en su seno otra sangre que no fuera la suya? Pues resulta que ahora, que por fin hemos socializado la monarquía metiendo en ella y en lo más alto del podio a una plebeya de sangre vulgar como la nuestra, vamos y nos cae mal. Y resulta que después de siglos reivindicando igualdad en esos menesteres y que hoy, por fin, cualquiera de nosotros podemos llegar a ser Rey o Reina consorte, nos decantamos por la sufrida y burlada esposa Reina Madre por su noble educación y diplomáticas maneras ante la plebe.
De todas maneras he de admitir el enorme resbalón en la credibilidad e imagen de la monarquía que ha supuesto el famoso video. En un país supuestamente republicano como el nuestro, en donde esperan con las garras afiladas y las lenguas viperinas cualquier tropiezo real para denigrar la monarquía, hay que cuidar muy mucho las trifulcas domesticas, que luego cuesta horrores recomponer afectos y simpatías.
Dicho queda…
                                        Joaquin Yerga
                                         07/04/2018

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