Letizia I de España
El
hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener
sed y habla sin tener nada que decir.
Mark
Twain
Siempre
ha habido algunos que en asuntos de la más alta realeza han sugerido no
mezclar sangre. Y no es precisamente el color azul real de ésa
sangre la nota discordante de esta mezcla o composición, tampoco la
roja de la plebeya; es tal vez algo menos orgánico pero más
visible, se trata nada menos que de educación y cortesía.
El
famoso vídeo de la familia real en la catedral de Palma que transita por las redes sociales y que todos hemos tenido la oportunidad de
visualizar, no hace más que confirmar la tesis de que una imagen
vale más que mil palabras. No obstante, creo, que entre nosotros los
españoles, tan apasionados como impulsivos, cualquier cosa tendemos
a “sacarla de madre”, para lo bueno y también para lo malo.
El
pequeño altercado entre suegra y nuera que todos vimos, sorprendidos, no es más que un asunto propio y habitual de cualquier familia media
española. Bien es verdad que ellos, evidentemente, no están en la
media, pero tampoco debemos hacer aspavientos.
La
plebeya Letizia, por sus actitudes y ademanes, debe tener un
carácter endiablado, aunque tampoco hay que dejarse llevar por las
apariencias; es éste un mal muy extendido y que suele acarrear
después grandes sorpresas. De todas maneras algo o mucho tendrá de
bueno la moza cuando el mismísimo Príncipe de España cayó
rendido a sus pies.
Es
cierto que lo cómodo es dejarse llevar por la impronta de las
imágenes y por tanto odiar hasta aborrecer a la amiga Leti,
tan maleducada, y apiadarse, sin embargo, de la Reina madre,
tan bondadosa, pero, analicemos un poco ¿Quién nos dice que aquella
no ha sido rechazada, ninguneada o menospreciada por la real familia,
debido a sus orígenes? ¿Quién nos asegura que no todos en esa
linajuda familia habría deseado para su real vástago una esposa de
sangre roja bermellón? Porque, comprendamos que estas actitudes
habrán creado cierto resentimiento de Letizia
hacia ellos, no hay más que ponernos en su lugar.
Luego
está, por supuesto, el papel que debe adoptar la asturiana, pues en
sus manos estuvo el rechazar la vida formal y protocolaria que le
aguardaba de por vida si osaba pronunciar el “Si quiero” a su
amado Felipe delante del altar de los Jerónimos. Sin duda
estas circunstancias obligan y una vez aceptado el honroso papel de
Reina de todos los españoles, se debe en cuerpo y alma a sus
deberes reales, que son muchos y exclusivos, incluyendo la educación
de sus propias hijas.
También
nosotros, el resto de los ciudadanos, debemos hacérnoslo mirar
porque ¿Cuántas veces hemos criticado la endogamia real? ¿Cuántas
maldiciones vertidas en contra de la exclusividad de la realeza, que
no admitía en su seno otra sangre que no fuera la suya? Pues
resulta que ahora, que por fin hemos socializado la monarquía
metiendo en ella y en lo más alto del podio a una plebeya de sangre
vulgar como la nuestra, vamos y nos cae mal. Y resulta que después
de siglos reivindicando igualdad en esos menesteres y que hoy, por
fin, cualquiera de nosotros podemos llegar a ser Rey o Reina
consorte, nos decantamos por la sufrida y burlada esposa Reina Madre
por su noble educación y diplomáticas maneras ante la plebe.
De
todas maneras he de admitir el enorme resbalón en la credibilidad e
imagen de la monarquía que ha supuesto el famoso video. En un país
supuestamente republicano como el nuestro, en donde esperan con las
garras afiladas y las lenguas viperinas cualquier tropiezo real para
denigrar la monarquía, hay que cuidar muy mucho las trifulcas domesticas, que luego cuesta horrores recomponer afectos y simpatías.
Dicho
queda…
Joaquin Yerga
07/04/2018
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