A Cristina, con amor.
Llegué,
vencí, lideré, amé, confié y me traicionaron.
Indiscutiblemente
la política, al menos en nuestro país, anda hecha unos zorros. Se
han degradado tanto los asuntos públicos que lo que debería ser el
espejo donde mirarse las personas de bien y en general todo el mundo se ha convertido en un cenagal atestado de intrigas, choriceos y
trabajo fijo para mediocres, lo terminamos de ver ayer en la
comunidad de Madrid. Aun así yo espero y deseo con verdadero ahínco
que a partir de ahora, una vez pillados unos cuantos con el “carrito
de los helados” y prestos ya a pasar por chirona donde penar por
los saqueos de sus cleptomanías, se depure la cosa y tengamos el
panorama más despejado.
Un
político, es decir, una persona que dedica su tiempo y trabajo a
servir a los demás debería tener ciertas cualidades,
indispensables, para ejercer el cargo. Estar al frente de los
ciudadanos, gobernarlos en sus diferentes jurisdicciones políticas y
administrativas debería conllevar un plus extra de honestidad,
rectitud y justicia, porque gestionar los caudales públicos de
manera honrada y facilitar la prosperidad de todos sus compatriotas
implica, además, un grado de sapiencia que no todos tienen. Solo los
más cualificados deberían ocupar esos cargos.
Sé
que es políticamente incorrecto, y menos hoy, decir que los
políticos deberían tener mejores sueldos que el resto de los
mortales pero es lo que pienso. Y lo pienso porque es muy
importante, incluso diría que vital, que los mejores ocupen esos
cargos que tanto nos afectan a todos. Lo contrario es que accedan a
ellos los mediocres porque en la empresa privada, que suele dar
mejores sueldos, los rehuyen, no los aceptan. Hay que tener en cuenta
que un simple director ejecutivo y no digamos un consejero delegado
de cualquier mediana empresa privada recibe unos salarios, que
apuesto triplica, como poco, al de ministro o al del mismísimo
presidente del gobierno.
También
es cierto que debido a la chusma que se nos ha colado últimamente en
la política nos parezca horroroso que encima ganen un pastón. O que
nuestro singular sistema público, con autonomías, ayuntamientos,
diputaciones etc. acomode a tantos politiquillos de tres al cuarto,
pero esto es otra cuestión que deberíamos solventar más pronto que
tarde.
Y
creo, también, que es inteligente ofrecer aceptables emolumentos a los
dirigentes políticos importantes porque además de que accederían
los mejores evitaríamos de paso muchas tentaciones de enriquecimientos
ilícitos, tan de moda últimamente. Por supuesto en caso contrario
la administración se llenaría de gente mediocre, vulgares que
imposibilitados de trabajar en la empresa privada se agarrarían a la
publica como lapas, porque ya sabemos que aquí apenas se les exige
nada, solo pocos escrúpulos y mucha labia. Miren si son importantes
las resoluciones de la alta política que cualquier decisión suya
puede acarrear la ruina total de un país como el nuestro, acuérdense
de la crisis económica y la pésima gestión realizada en ella por
algunos.
A
mi humilde entender, de los dos grandes males que abruman la política
española, la corrupción y la mediocridad, de la primera estamos a
punto de librarnos porque a partir de ahora no habrá dios quien meta
la mano en la caja, no así la mediocridad que como consecuencia de
la primera, ésta irá en aumento pues con la que está cayendo a ver
quién es el guapo que se mete en política, salvo los inútiles ¡claro! que
no saben hacer otra cosa y los vagos que encuentran acomodo en las
prietas filas de los partidos.
Cristina
Cifuentes ha sido victima del llamado “fuego amigo”, es decir de
la pendencias, intrigas y venganzas de gentes de su propio partido
que perjudicados o ninguneados por decisiones suyas no se lo han
perdonado. Y miren si la política en España es un terreno no apto
para pusilánimes que algunos han tenido la osadía de apuntarle
directamente y dispararle después, no con balas de fogueo
precisamente, sino con las de carga hueca y efecto retardado que
hacen mucho más daño, y destrozan el alma.
Dicho
queda…
Joaquin
Yerga
26/04/2018
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