domingo, 15 de abril de 2018

Cuando perdimos la inocencia




No es el más fuerte el que sobrevive, tampoco el más inteligente. El que sobrevive es aquel que es más adaptable al cambio.
(C.Darwin)

Hoy en día es muy fácil imaginar o pensar que Dios dispuso de la nada todo éste tinglado terrenal para gozo de hombres y mujeres. También los que no estén de acuerdo con la idea de Dios y sean más pragmáticos pueden creer tranquilamente en la evolución de los humanos y el largo camino que hemos necesitado hasta llegar a ser lo que somos. Insisto, hoy es muy fácil creer en cualquier cosa, pero imaginemos por un momento lo que significaba en siglo XIX, explicar al mundo una teoría según la cual los hombres descendemos directamente de los monos, pues eso lo demostró con pelos y señales Charles Darwin.
Cuando Darwin, después de pensarlo mucho, decidió contar al mundo que Dios no nos puso aquí ya hechos y completitos, tal como somos ahora, sino que hemos evolucionado de un ancestro común, exactamente el mismo que el de los monos, o los perros, o las cucarachas, la Iglesia se le echó encima acusándolo de blasfemo y hereje. Y no es para menos, después de veinte siglos creyendo y obligando a todo el mundo a admitir lo de Adán y Eva.
Charles Darwin fue un niño inglés normalito para su época, solo que al pertenecer a una familia más o menos adinerada pudo estudiar en buenos colegios. Se inscribió en la universidad de Cambrige e hizo estudios de botánica que es lo que le gustaba. Con veintipocos años se embarcó como naturalista, sin sueldo y por recomendación de su profesor, en el Beagle, un barco costeado por el gobierno inglés para recoger y estudiar muestras de la flora y fauna del mundo. Y esto fue el principio de lo que vino después...
Al llegar a Sudamérica observó que los ñandúes eran muy parecidos a los avestruces africanos, y esto le dio que pensar. Poco después arribó al archipiélago de las Galápagos, en medio del océano Pacifico, y comprobó cómo unos pájaros (pinzones) aparentemente iguales diferían en su picos dependiendo en qué isla vivieran y qué animalitos comieran; esto le llevó a creer que, aunque diferentes entre sí, todos procedían de un mismo antepasado.
Darwin dedicó casi toda su vida a recopilar datos y muestras para su gran teoría que ya tenia diseñada en su cabeza, pero debía completarla con suficientes y rotundas pruebas pues lo que debía contar al mundo era muy gordo. Pero no fue hasta 1859 y a la edad de cincuenta años cuando, asesorado por algunos amigos, dispuso sacar a la luz su magna obra “El origen de las especies”
Darwin nos viene a decir en el libro que las variaciones o mutaciones que sufren algunos individuos al nacer, si éstas son favorables para subsistir en su entorno, tienen más posibilidades de procrear y transmitir esos caracteres beneficiosos a sus herederos. Por ejemplo, algún antepasado de las jirafas tuvo la suerte de nacer con un cuello más largo que sus compañeras, pues eso le permitió ramonear en las alturas de los escasos arboles de la sabana africana, ventaja que el resto no tendrían, por lo tanto sobrevivió mejor que otras y transmitió esa particularidad a sus descendientes, que pasado el tiempo se hicieron mayoritarias.
Otro ejemplo muy ilustrativo que nos hará entenderlo mejor. Hace 15.000 años a orillas del mar báltico nació un niño con una rara mutación, tenia los ojos azules; jamás antes en la historia de la humanidad había pasado. Ése niño tuvo descendencia y pasó su singularidad a sus hijos, que al vivir en un clima frío y más bien oscuro hizo que los ojos claros les fueran beneficiosos para sobrevivir, con lo que después del tiempo los individuos con los ojos azules se propagaron con más facilidad. 15.000 años después se hizo mayoritario en esa zona de Europa, y los de ojos oscuros casi se extinguieron.
Quince años después de su primer libro, Darwin se animó y publicó su otra gran obra “El origen del hombre” Y aquí si que la Iglesia le apuntó ya directamente a la cabeza y lo tildó de todo menos de santo y bonito. Y es que de una vez y para siempre Dios dejó de ser el artífice de la creación tal y como se había creído hasta entonces, y entramos de lleno en la Evolución; y de aquí, ¡claro! a los australopitecus y a los neandertales, y a los cromañones, en fin, a nosotros mismos.
Decía la principio que hoy tenemos libertad absoluta para creer (y contarlo después) en lo que nos apetezca, pero hace ciento cincuenta años eso era “harina de otro costal”, la Iglesia y la idea de un Dios creador y hacedor de todo era omnipresente e indiscutible y, ¡Ay! del que osara contradecirlo…
Dicho queda…

Joaquin Yerga

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