Cuando perdimos la inocencia
No
es el más fuerte el que sobrevive, tampoco el más inteligente. El
que sobrevive es aquel que es más adaptable al cambio.
(C.Darwin)
Hoy
en día es muy fácil imaginar o pensar que Dios dispuso
de la nada todo éste tinglado terrenal para gozo de hombres y
mujeres. También los que no estén de acuerdo con la idea de Dios y
sean más pragmáticos pueden creer tranquilamente en la evolución
de los humanos y el largo camino que hemos necesitado hasta llegar a
ser lo que somos. Insisto, hoy es muy fácil creer en cualquier cosa,
pero imaginemos por un momento lo que significaba en siglo XIX,
explicar al mundo una teoría según la cual los hombres descendemos
directamente de los monos, pues eso lo demostró con pelos y
señales Charles Darwin.
Cuando
Darwin, después de pensarlo mucho, decidió contar al mundo
que Dios no nos puso aquí ya hechos y completitos,
tal como somos ahora, sino que hemos evolucionado de un ancestro
común, exactamente el mismo que el de los monos, o los perros, o las
cucarachas, la Iglesia se le echó encima acusándolo
de blasfemo y hereje. Y no es para menos, después de veinte siglos
creyendo y obligando a todo el mundo a admitir lo de Adán y Eva.
Charles
Darwin fue un niño inglés normalito para su época, solo que al
pertenecer a una familia más o menos adinerada pudo estudiar en
buenos colegios. Se inscribió en la universidad de Cambrige e
hizo estudios de botánica que es lo que le gustaba. Con veintipocos
años se embarcó como naturalista, sin sueldo y por recomendación
de su profesor, en el Beagle, un barco costeado por
el gobierno inglés para recoger y estudiar muestras de la flora y
fauna del mundo. Y esto fue el principio de lo que vino después...
Al
llegar a Sudamérica observó que los ñandúes eran
muy parecidos a los avestruces africanos, y esto le dio que pensar.
Poco después arribó al archipiélago de las Galápagos,
en medio del océano Pacifico, y comprobó cómo unos pájaros
(pinzones) aparentemente iguales diferían en su picos dependiendo en
qué isla vivieran y qué animalitos comieran; esto le llevó a creer
que, aunque diferentes entre sí, todos procedían de un mismo
antepasado.
Darwin
dedicó casi toda su vida a recopilar datos y muestras para su gran
teoría que ya tenia diseñada en su cabeza, pero debía completarla
con suficientes y rotundas pruebas pues lo que debía contar al mundo
era muy gordo. Pero no fue hasta 1859 y a la edad de cincuenta años
cuando, asesorado por algunos amigos, dispuso sacar a la luz su magna
obra “El origen de las especies”
Darwin
nos viene a decir en el libro que las variaciones o mutaciones que
sufren algunos individuos al nacer, si éstas son favorables para
subsistir en su entorno, tienen más posibilidades de procrear y
transmitir esos caracteres beneficiosos a sus herederos. Por ejemplo,
algún antepasado de las jirafas tuvo la suerte de
nacer con un cuello más largo que sus compañeras, pues eso le
permitió ramonear en las alturas de los escasos arboles de la sabana
africana, ventaja que el resto no tendrían, por lo tanto sobrevivió
mejor que otras y transmitió esa particularidad a sus descendientes,
que pasado el tiempo se hicieron mayoritarias.
Otro
ejemplo muy ilustrativo que nos hará entenderlo mejor. Hace 15.000
años a orillas del mar báltico nació un niño con una rara
mutación, tenia los ojos azules; jamás antes en la
historia de la humanidad había pasado. Ése niño tuvo descendencia
y pasó su singularidad a sus hijos, que al vivir en un clima frío y
más bien oscuro hizo que los ojos claros les fueran beneficiosos
para sobrevivir, con lo que después del tiempo los individuos con
los ojos azules se propagaron con más facilidad. 15.000 años
después se hizo mayoritario en esa zona de Europa, y los de ojos
oscuros casi se extinguieron.
Quince
años después de su primer libro, Darwin se animó y publicó su
otra gran obra “El origen del hombre” Y aquí
si que la Iglesia le apuntó ya directamente a la cabeza y lo tildó
de todo menos de santo y bonito. Y es que de una vez y para
siempre Dios dejó de ser el artífice de la
creación tal y como se había creído hasta entonces, y entramos de
lleno en la Evolución; y de aquí, ¡claro! a los australopitecus y
a los neandertales, y a los cromañones, en fin, a nosotros mismos.
Decía
la principio que hoy tenemos libertad absoluta para creer (y contarlo
después) en lo que nos apetezca, pero hace ciento cincuenta años
eso era “harina de otro costal”, la Iglesia y la idea de
un Dios creador y hacedor de todo era omnipresente e
indiscutible y, ¡Ay! del que osara contradecirlo…
Dicho
queda…
Joaquin
Yerga
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