viernes, 16 de diciembre de 2016

¿Existió realmente Jesucristo?





No juzguéis y no seréis juzgados
Jesús


Si hiciésemos una encuesta que englobara a todo el mundo con la  pregunta tan concreta de: ¿Cuál ha sido para usted el ser humano más conocido e influyente de todos los tiempos?  No os quepa  la menor duda que una mayoría importante nos diría, ¡Jesucristo…! Bien es verdad que Buda o Mahoma no le irían a la zaga en según qué parte del planeta.
La mejor referencia que tenemos de Jesucristo, mejor dicho,  la no referencia, nos la da el historiador y diplomático  judío Flavio Josefo. Vivió este escritor justo en la época en la que Jesús anduvo por Palestina,  y según todos los que han leído su obra jamás lo mencionó, siquiera, en ninguna de ellas, aunque si a sus seguidores, los primeros cristianos.
Deambuló  Josefo  gran parte de su vida entre Roma e  Israel, y era judío de pura cepa como el mismo Jesús, con lo que se deduce: que de todos los hechos acaecidos de la vida y muerte de Cristo se enteró muy poca gente. De haber habido el menor rumor o la más mínima noticia  importante lo hubiéramos sabido por este paisano suyo que  escribió mucho y bien de todo lo que sucedía en su patria.
Por otra parte, el que Jesucristo no fuese mencionado en vida por sus contemporáneos, no merma en absoluto la trascendencia  que adquirió luego, solo que el magnífico episodio que supuso su vida  pasó desapercibido para el resto de la humanidad. Los historiadores romanos  de esos tiempos tampoco hacen mención alguna de algún supuesto  profeta que fuera  crucificado allá, en aquella tierra rebelde y contestataria del imperio romano que era  entonces Palestina.
De todas maneras algo tuvieron que hacer muy bien los seguidores de Jesús para que dos mil años después de su muerte media humanidad siga creyendo en  su existencia y sus prédicas. Bien es cierto que la mitad de la doctrina del cristianismo procede del judaísmo (el Antiguo Testamento) y  ya estaba escrito antes de nacer Cristo y la otra mitad de los evangelios (Nuevo Testamento) que juntos configuran la Biblia.
El Antiguo Testamento es, prácticamente, la historia del  pueblo judío  y de Israel, y así lo manifestaron  sus profetas  y escribas hace 3500 años. Evidentemente  al contar ellos mismos su propia historia siempre salen bien parados, de tal forma que se hacen nombrar como pueblo elegido por Yaveth, el Dios supremo y universal.
Este Antiguo Testamento, y aunque la mayoría de los cristianos no hayamos reparado especialmente en él,  es la historia de un Dios severo y terrible, y hasta caprichoso si me apuran. Seguro que algunos recordaran pasajes atroces de ese testamento. En uno de ellos, Dios hace llover azufre hirviendo sobre los pecaminosos  habitantes de Sodoma y Gomorra. En otro  capítulo provoca  el Diluvio Universal, con los cuarenta días y sus noches lloviendo  a mares sin tener la más mínima compasión por los habitantes de toda la tierra. Todos perecen ahogados, tan solo el venerable vejete Noé (tenía ya 600 años cuando embarcó) y su familia salieron bien parados.
¿Y qué me dicen del favoritismo por los israelíes?. Que  después de lo mal que se portaron adorando ídolos de barro y becerros de oro los perdonó una y otra vez, cuando, por ejemplo, a los filisteos, amorreos, o cananeos, a estos pobres los aniquilo sin pestañear. Todos recordaremos la bonita y oscarizada película, Los diez mandamientos, y cómo después de que Moisés  sacara  de la esclavitud,  en Egipto, a su pueblo favorito y los llevara felizmente a la tierra prometida dándole suficientes pruebas de su poder, los israelitas se lo pagaron repetidamente con desconfianza y traición.
No obstante el Dios del Nuevo Testamento, el de los evangelios,  se nos presenta ya a un Yaveth  bueno,  protector y comprensible que nos perdona  y tiene compasión por todos. De hecho, a  su hijo Jesucristo  nos  lo hace el mejor de los hombres posibles, hasta el punto de dejarse crucificar por todos nosotros.
De todas maneras tuvo que ser uno de fuera  del círculo próximo a Jesús el que tomara el mando y organizara lo que estaba por venir  (que no era poco) y lo elevara  a la más alta cota  de popularidad y seguimiento, estoy hablando de San Pablo. Fue  éste el verdadero  fundador  del cristianismo. Él fue el primero que salió a predicar la buena nueva por toda Asia menor hasta llegar a Roma, en donde murió, por cierto torturado. Aun se leen sus famosas cartas en las misas actuales. Todos se acordarán, y si no se lo recuerdo  yo, que San Pablo fue un judío recalcitrante que persiguió con saña a los primeros cristianos, bueno…hasta que cayó del caballo y Dios le habló. A partir de entonces pasó a ser la pieza principal de la  nueva religión.
San Pablo fue el único de los, llamémosles primeros grandes, (incluidos los doce apóstoles) que no conoció a Jesús en persona, pero si a San Pedro, (el niño mimado de aquel)  con el que tuvo reuniones,  y hasta desencuentros. San Pedro también estuvo en Roma (era entonces ésta la capital del imperio al que pertenecía Palestina), y por cierto, también fue martirizado, aunque de éste hay menos datos fiables. La basílica de San Pedro en El Vaticano  se erigió justo en el sitio en donde se encontraron sus restos... ¡Claro! que de esto nunca estaremos seguro del todo, aun no existían las pruebas del ADN.
Del Nuevo Testamento (que trata básicamente de la vida y obra de Jesús) sabemos que empezó a escribirse  pasados ochenta años de su muerte. Lo que creo nadie dudará es que Jesús existió realmente y que fue un hombre excepcional, porque coinciden tantos datos, tantos escritos, y tantas coincidencias  que  hacen imposible lo contrario... De sus milagros y resurrección  tenemos que creer para ello a los evangelistas, que plasmaron toda la historia y la leyenda, en un principio oral y que imagino iría de boca en boca y de generación en generación  hasta que estos amigos... Lucas, Mateo, Marcos  y Juan,  todos en diferentes décadas decidieran escribirlos para la posteridad.
Según unos documentos encontrados en los años cuarenta del siglo XX,  a orillas del Mar Muerto (los llamados Pergaminos de Qumran) se deduce entre otras suculentas novedades, que  había muchos otros evangelios, y que nos contaban otras cosas muy diferente de Jesús. Por ejemplo el de María Magdalena , o incluso el de Judas Iscariote (el traidor). Hay que pensar con detenimiento  en los hechos que sucedieron realmente y que nosotros ignoramos, pues  hemos seguido a pies juntillas los evangelios llamados canónicos (oficiales) que han decidido como verídicos los diferentes concilios, asambleas o sínodos de eclesiásticos en diferentes épocas y lugares.
Los otros evangelios, los denominados apócrifo (clandestinos), que son los que la iglesia oficial desechó por diversas razones y que se han quedado ahí en el limbo de lo misterioso, promete ser la mar de interesante en cuanto se descifren correctamente. Entre estos últimos tenemos el que puso de moda Dan Brown  y su Código D´avinci, según el cual  la Magdalena  fue amiga íntima de Jesús, incluso se especuló con que pudo ser su esposa. Algunos intrigantes la elevan, incluso, como la apóstol número trece. De todas formas el asunto está abierto a nuevos descubrimientos, y cualquier versión puede ser la verdadera. Ya sabemos que cuando se escribieron los evangelios existían unas costumbres determinadas y había que ceñirse a ellas... ¡La de cosas que no se atreverían a escribir por miedo a represalias!!
De una cosa podemos estar completamente seguros, Jesús  fue un verdadero revolucionario, pues proyectó una forma novedosa de ser y comportarse para esos tiempos. Fue también un transgresor de  costumbres  y de prejuicios de su época y su legado está aun plenamente vigente en la vida de los hombres de bien. Siempre tendremos presente su vida y su obra. Ahí tenemos ejemplos inéditos e inverosímiles para aquellos tiempos. ¿A quién se le hubiera ocurrido entonces propósitos como? decantarse por los pobres, poner la otra mejilla, censurar a los poderosos, o de… perdonar a los que iban a crucificarlo.
Dicho queda...
                                   Joaquín Yerga
                                   12/03/2016


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