¿Existió realmente Jesucristo?
No
juzguéis y no seréis juzgados
Jesús
Si
hiciésemos una encuesta que englobara a todo el mundo con la
pregunta tan concreta de: ¿Cuál ha sido para usted el
ser humano más conocido e influyente de todos los tiempos? No
os quepa la menor duda que una mayoría importante nos
diría, ¡Jesucristo…! Bien es verdad que Buda o Mahoma no
le irían a la zaga en según qué parte del planeta.
La
mejor referencia que tenemos de Jesucristo, mejor dicho, la no
referencia, nos la da el historiador y diplomático judío
Flavio Josefo. Vivió este escritor justo en la época en
la que Jesús anduvo por Palestina, y según todos los que
han leído su obra jamás lo mencionó, siquiera, en
ninguna de ellas, aunque si a sus seguidores, los primeros
cristianos.
Deambuló
Josefo gran parte de su vida entre Roma e Israel, y
era judío de pura cepa como el mismo Jesús, con lo que se deduce:
que de todos los hechos acaecidos de la vida y muerte de
Cristo se enteró muy poca gente. De haber habido el menor
rumor o la más mínima noticia importante lo hubiéramos
sabido por este paisano suyo que escribió mucho y bien de todo
lo que sucedía en su patria.
Por
otra parte, el que Jesucristo no fuese mencionado en vida por
sus contemporáneos, no merma en absoluto la trascendencia que
adquirió luego, solo que el magnífico episodio que
supuso su vida pasó desapercibido para el resto de la
humanidad. Los historiadores romanos de esos tiempos tampoco
hacen mención alguna de algún supuesto profeta que fuera
crucificado allá, en aquella tierra rebelde y
contestataria del imperio romano que era entonces Palestina.
De
todas maneras algo tuvieron que hacer muy bien los seguidores de
Jesús para que dos mil años después de su muerte media
humanidad siga creyendo en su existencia y sus
prédicas. Bien es cierto que la mitad de la doctrina del
cristianismo procede del judaísmo (el Antiguo Testamento) y ya
estaba escrito antes de nacer Cristo y la otra mitad de los
evangelios (Nuevo Testamento) que juntos configuran la Biblia.
El
Antiguo Testamento es, prácticamente, la historia del pueblo
judío y de Israel, y así lo manifestaron sus
profetas y escribas hace 3500 años. Evidentemente al
contar ellos mismos su propia historia siempre salen bien parados, de
tal forma que se hacen nombrar como pueblo elegido por Yaveth, el
Dios supremo y universal.
Este
Antiguo Testamento, y aunque la mayoría de los cristianos no hayamos
reparado especialmente en él, es la historia de un Dios
severo y terrible, y hasta caprichoso si me apuran.
Seguro que algunos recordaran pasajes atroces de ese
testamento. En uno de ellos, Dios hace llover azufre
hirviendo sobre los pecaminosos habitantes de Sodoma y
Gomorra. En otro capítulo provoca el Diluvio
Universal, con los cuarenta días y sus noches lloviendo a
mares sin tener la más mínima compasión por los habitantes de toda
la tierra. Todos perecen ahogados, tan solo el venerable vejete
Noé (tenía ya 600 años cuando embarcó) y su familia salieron bien
parados.
¿Y
qué me dicen del favoritismo por los israelíes?. Que después
de lo mal que se portaron adorando ídolos de barro y becerros
de oro los perdonó una y otra vez, cuando, por ejemplo, a los
filisteos, amorreos, o cananeos, a estos pobres los aniquilo
sin pestañear. Todos recordaremos la bonita y oscarizada película, Los diez mandamientos, y
cómo después de que Moisés sacara de la esclavitud,
en Egipto, a su pueblo favorito y los llevara
felizmente a la tierra prometida dándole suficientes pruebas de su
poder, los israelitas se lo pagaron repetidamente con
desconfianza y traición.
No
obstante el Dios del Nuevo Testamento, el de los evangelios,
se nos presenta ya a un Yaveth bueno, protector y
comprensible que nos perdona y tiene compasión por todos. De
hecho, a su hijo Jesucristo nos lo hace el mejor de
los hombres posibles, hasta el punto de dejarse crucificar por todos
nosotros.
De
todas maneras tuvo que ser uno de fuera del círculo
próximo a Jesús el que tomara el mando y organizara lo
que estaba por venir (que no era poco) y lo elevara a la
más alta cota de popularidad y seguimiento, estoy hablando de
San Pablo. Fue éste el verdadero fundador del
cristianismo. Él fue el primero que salió a predicar la buena nueva
por toda Asia menor hasta llegar a Roma, en donde murió, por
cierto torturado. Aun se leen sus famosas cartas en las misas
actuales. Todos se acordarán, y si no se lo recuerdo yo, que San Pablo fue un judío recalcitrante que persiguió con saña
a los primeros cristianos, bueno…hasta que cayó del caballo y Dios
le habló. A partir de entonces pasó a ser la pieza principal de la
nueva religión.
San
Pablo fue el único de los, llamémosles primeros grandes, (incluidos
los doce apóstoles) que no conoció a Jesús en persona, pero
si a San Pedro, (el niño mimado de aquel) con el que tuvo
reuniones, y hasta desencuentros. San Pedro también
estuvo en Roma (era entonces ésta la capital del imperio al que
pertenecía Palestina), y por cierto, también fue
martirizado, aunque de éste hay menos datos fiables. La
basílica de San Pedro en El Vaticano se erigió justo en el
sitio en donde se encontraron sus restos... ¡Claro! que de esto
nunca estaremos seguro del todo, aun no existían las pruebas del
ADN.
Del
Nuevo Testamento (que trata básicamente de la vida y obra de Jesús)
sabemos que empezó a escribirse pasados ochenta años de su
muerte. Lo que creo nadie dudará es que Jesús existió
realmente y que fue un hombre excepcional, porque coinciden
tantos datos, tantos escritos, y tantas coincidencias que
hacen imposible lo contrario... De sus milagros y resurrección
tenemos que creer para ello a los evangelistas, que
plasmaron toda la historia y la leyenda, en un principio oral y que imagino iría de boca en boca y de generación en generación
hasta que estos amigos... Lucas, Mateo, Marcos y Juan,
todos en diferentes décadas decidieran escribirlos para la
posteridad.
Según
unos documentos encontrados en los años cuarenta del siglo XX, a
orillas del Mar Muerto (los llamados Pergaminos de Qumran) se
deduce entre otras suculentas novedades, que había muchos
otros evangelios, y que nos contaban otras cosas muy diferente de
Jesús. Por ejemplo el de María Magdalena , o incluso el de
Judas Iscariote (el traidor). Hay que pensar con detenimiento
en los hechos que sucedieron realmente y que nosotros
ignoramos, pues hemos seguido a pies juntillas los
evangelios llamados canónicos (oficiales) que han decidido
como verídicos los diferentes concilios, asambleas o sínodos de
eclesiásticos en diferentes épocas y lugares.
Los
otros evangelios, los denominados apócrifo (clandestinos), que
son los que la iglesia oficial desechó por diversas razones y que se
han quedado ahí en el limbo de lo misterioso, promete ser la mar de
interesante en cuanto se descifren correctamente. Entre estos
últimos tenemos el que puso de moda Dan Brown y
su Código D´avinci, según el cual la Magdalena fue
amiga íntima de Jesús, incluso se especuló con que pudo ser su
esposa. Algunos intrigantes la elevan, incluso, como la apóstol
número trece. De todas formas el asunto está abierto a nuevos
descubrimientos, y cualquier versión puede ser la
verdadera. Ya sabemos que cuando se escribieron los evangelios
existían unas costumbres determinadas y había que ceñirse a
ellas... ¡La de cosas que no se atreverían a escribir por miedo a
represalias!!
De
una cosa podemos estar completamente seguros, Jesús fue un
verdadero revolucionario, pues proyectó una forma novedosa de ser y
comportarse para esos tiempos. Fue también un transgresor de
costumbres y de prejuicios de su época y su legado está
aun plenamente vigente en la vida de los hombres de bien. Siempre
tendremos presente su vida y su obra. Ahí tenemos ejemplos
inéditos e inverosímiles para aquellos tiempos. ¿A
quién se le hubiera ocurrido entonces propósitos como?
decantarse por los pobres, poner la otra mejilla, censurar a
los poderosos, o de… perdonar a los que iban a crucificarlo.
Dicho
queda...
Joaquín
Yerga
12/03/2016
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