jueves, 22 de diciembre de 2016

Buenos días, tristeza.






Desde que te fuiste creo que el infierno está vacío, todos los demonios están aquí, conmigo.



Cuando Pedro enviudó quedó desolado, y con él sus dos hijas adolescentes. Acababa de cumplir cuarenta y cinco años.
Tanto tiempo junto a su mujer y dedicado en lo afectivo solo a ella, le marcó para siempre. Le hizo habituarse a su manera de ser y de vivir. De tal forma fue su relación con ella que después del mal trance pasado todos le auguraban un futuro incierto, o cuanto menos de mucho sufrimiento.
Algunos amigos y conocidos (incluso sus hijas) con insistencia le animaron a salir y divertirse al verlo tan decaído y apático en cuanto pasó un tiempo prudencial del deceso. Sin embargo él se resistía pretextando el mucho amor que le profesó a su extinta compañera. Siempre le pareció de alguna manera una falta de respeto hacia ella. Pero ante la obstinación de sus allegados, preocupados por su infelicidad, de las primeras negativas por su parte siguieron las dudas, y a éstas la aceptación de los consejos al respecto que le daban por doquier. Al final, casi sin proponérselo se animó, y poco más de un año después comenzó a hacer algunas salidas para distraerse.
Junto con un par de conocidos del barrio (un viudo y un solterón) que le habían sugerido como compañeros de diversión, poco a poco se vio envuelto en salidas nocturnas. Volvió a entrar, por cierto, en un entorno social que no había vuelto a vivir desde hacía décadas. Y comenzó a frecuentar con cierta asiduidad algún que otro garito y discoteca para maduritos... Y con esto llegó también lo inevitable, conoció a otra mujer.
Lucia era divorciada y con un hijo ya mozalbete de quince años. Ella le manifestó, y él así lo constató más tarde que solo buscaba un poco de entretenimiento; evadirse de los problemas cotidianos al menos un par de veces al mes, sin más pretensiones.
Rubita teñida, cuarenta y dos años bien llevados, regordeta y no muy alta, pero bien proporcionada, esas eran sus armas. Además muy simpática, con lo que se daba todos los condicionantes para que Pedro acabara sucumbiendo a sus encantos en cuanto se conocieron.
El azar, caprichoso, quiso que la ocasión para su primer encuentro se diera en una concurrida sala de baile de un pueblo cercano. La excusa, la necesidad ineludible de pareja para bailotear una salsa… Bailaron, hablaron y se gustaron, que no fue poco para empezar.
-¿Qué tal?. ¿Te atreves a bailar esta salsa?. -Le dijo él acercándose a su lado y esforzándose en mostrar una sonrisa la primera vez que le habló.
-Sí,  vamos, pero no esperes mucho apenas se dar unos pases. –Le contestó ella sonriendo y de manera escueta mientras se levantaba dirigiéndose a la pista de baile.
El ya se había fijado en ella al poco de entrar en la discoteca. La vio contoneándose al ritmo de una pegadiza rumba y luego no la perdió de vista hasta que se atrevió a invitarla a bailar. Lucia no estaba sola, le acompañaba una amiga visiblemente mayor que ella y poco agraciada por cierto. Iba ésta imbuida en un vestido rojo chillón muy largo y pasado de moda.
Terminó la salsa, y aunque no destacaron precisamente por su bien bailar, se atrevieron después con un par de pasodobles más pausados que repusieron y que les permitió hablar de cosas más íntimas y conocerse mejor.
Dos o tres meses bastaron para hacerse imprescindibles el uno al otro. De verse un par de veces a la semana llegaron a la necesidad perentoria de vivir juntos.
Al hijo adolescente de Lucia la idea de ver a su madre con un nuevo novio no le supuso ningún quebradero de cabeza. De hecho su padre había vuelto a casarse por segunda vez al poco de divorciarse de Lucia, su madre. Cosa bien distinta fue la actitud de las hijas de Pedro… Éstas se negaron a considerar a Lucia como algo sustancial en la vida de su padre. 
En un principio las hijas sobrellevaron la nueva relación con indiferencia, pensaron que todo sería flor de un día. Después, a pesar de ser ellas las que más estimularon a su padre a divertirse y conocer gente, cuando advirtieron que la cosa iba en serio no facilitaron en absoluto la convivencia en la nueva familia, más bien al contrario.
Lucia y Pedro se amaron apasionadamente durante un corto espacio de tiempo. Vivieron juntos, los dos y los hijos de ambos bajo un mismo techo. Pero las relaciones se tornaron imposibles. La hija mayor, testaruda y debidamente hostigada  por la hermana de su fallecida madre, amenazó a su padre con todo tipo de chantajes y ultimátum  más o menos soterrados si continuaba el idilio. Al final consiguió enrarecer la convivencia.
Lucia, desolada, y su hijo, ante el clima hostil creado acabó abandonando el nuevo hogar dejando atrás escasos aunque maravillosos momentos de felicidad, pero sobre todo mucha frustración en el amor… A Pedro la cosa le fue aun peor.
En un principio (por remordimientos y un insufrible complejo de culpa) transigió con los deseos de sus hijas.. Hizo las paces con ellas muy a su pesar y a costa de su felicidad. Pero pasado un tiempo y poco a poco se fue dando cuenta que el amor que sentía por Lucia era más fuerte de lo que pensaba… No solo no la olvidó, sino que la extrañaba más cada día. No obstante ya era tarde, demasiado tarde, llegó a sentir, consternado, que tal vez había cometido el error más grande de su vida.
Sus hijas no tardaron demasiado en emanciparse. La mayor (la más intransigente) se fue a vivir fuera del país. La otra encontró pareja y se instaló en un pisito en otro barrio, con lo que  Pedro, solo en casa, y sin ánimo de nuevas aventuras se fue sumiendo paulatinamente en una notable melancolía.
Un día se despertó más animado que de costumbre y decidió, desprendiéndose de altivez y del escaso orgullo que le quedaba, ir en busca de Lucia. Se presentó en su antiguo domicilio con la intención de pedirle perdón y volver a decirle cuánto la amaba. No la encontró, unas vecinas suyas le informaron que había estado muy enferma pero que recuperada cambió de ciudad al encontrar una nueva pareja. Devastado por la desgraciada información se refugió ensimismado en su amargura hasta el punto de estar al borde de la locura... Locura de amor de la que le costó salir, por cierto, meses, mucho sufrimiento, y mucha valentía.
Hace unos días, en uno de los pocos contactos que mantiene aun con su hija primogénita, recibió un mensaje de ésta en su Wassap…  En él le instaba a salir, distraerse y conocer gente…. 
Pedro, tumbado en su sillón favorito, segundos después de recibirlo y de manera indolente gesticuló una mueca sarcástica al visualizar en la pantalla de su móvil el "instructivo" consejo de su hija mayor. Instantes después haciendo un esfuerzo se incorporó del sillón, sujetó el teléfono con la mano izquierda y con la derecha pulsó impetuosamente las teclas de borrado hasta que vio desaparecer nítidamente y de manera definitiva el que sería, el último consejo al respecto de sus hijas.


                                                                          cosasdejoaquinyerga@blogspot.com

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